POR SANTO SALVADOR CUEVAS
"La suegra" es una canción del bachatero dominicano Romeo Santos, radicado en Nueva York y que denigra a las suegras e incentiva el atropello y la desconsideración. Por ello vi con mucha simpatía la censura o prohibición que a "La Suegra" de Romeo le aplicara la Comisión Nacional de Espectáculos Públicos y Radiofonía.
Lo que vive el país en el arte, la cultura y la tecnología es la descomposición ético-moral a su máxima expresión, y lo de "La suegra" de Romeo Santos no es ni mínimamente el alcance de hasta donde hemos llegado. Basta detenerse a escuchar, revisar y contemplar a cualquiera de los nuevos géneros musicales que trajo consigo "la Era del conocimiento y la informática". Tan sólo (un intento) tomemos como referencia el llamado Dembow y veremos la carga de tonterías y veneno que se inyecta a la sociedad desde géneros como ese, y no hablo ni pretendo descalificar ni denostar al género en sí, sino el contenido que se difunde y acepta como normal, sin importar la incitación al trasiego y consumo de drogas dañinas a la salud humana. Ni hablar de la carga de morbo y la promoción de valores extraños que han dañado y siguen dañando las sanas tradiciones culturales, conductuales y ético-morales con que crecimos.
A la música-chatarra que se nos impone y aceptan los llamados a aplicar los controles, hay que agregar el contenido que se divulga por las distintas plataformas tecnológicas como, por ejemplo, el Tik-Tok. Observen qué se nos vende por ahí, cómo se desvaloriza sobre todo el cuerpo de las jóvenes y adolescentes. Las más aplaudidas son las que más rápido menean las caderas y exhiben impactantes glúteos y piernas.
Es una promoción dañina al interés social, que descompone nuestra cultura y convierte nuestros verdaderos valores en arcaicos.
Debería incentivarse una planificación común entre el Ministerio de Cultura y la Comisión Nacional de Espectáculos Públicos para impulsar o retomar el merengue, la bachata, la poesía, el teatro; y "tener a raya" los malos contenidos que se difunden, mediante la promoción del civismo y el patriotismo como componentes obligatorios en todas las escuelas públicas y privadas.
Una suerte de censura a los antivalores que nos llegan a través de un pretendido arte y cultura popular, que no son más que chatarras y ruidos.