Rafael Céspedes Morillo
Cuando acepté la posición de director de Comunicación del Partido Revolucionario Independiente (PRI) y sus dependencias anexas, recibí una sola solicitud de parte de Jacobo Majluta, y fue la siguiente:
“Tengo un número sobrado de adulones y limpia sacos; no te conviertas en uno más. Yo quiero que me señales los errores. Lo demás, déjaselo a ellos”.
Y agregó: “Te voy a dar un regalo que me dio mi padre, contándote una historia: Había un rey muy sabio que, en un momento dado, designó un edecán para que solo hiciera lo siguiente: ese edecán debía estar frente a la puerta del aposento real antes de que el rey se levantara, y al verle, decirle: ‘Su majestad, buenos días, recuerde que usted es mortal. Pase un buen día”.
Su otra labor era estar también en la puerta del aposento cuando el rey fuera a acostarse, para decirle: “Su majestad, pase buena noche, y tenga buen
sueño, y recuerde que usted es mortal”.
Yo quiero que, más o menos, tú seas quien haga eso”.
Créame que esa parte la hice sin menoscabo de las demás funciones. Eso, para mí, reflejaba que no estaba frente a un político común. Es por cosas como esa que digo que Jacobo era un político fuera de lo común. Era especial.
Jacobo era uno de los líderes más carismáticos de este país; aún sigue siendo, a mi entender, el de mayor calidad en ese sentido. Era difícil no apreciar su sincera forma de tratar a los demás. Las personas notaban que eran actitudes genuinas, y si te decía: “Cuenta conmigo”, así sería.
Se aprendía los nombres de las personas al instante. Nunca dejaba de responder una llamada, un escrito o lo que fuera. Su agudeza en el conocimiento de la gente era más que profunda, y difícilmente fallaba.
Recuerdo un caso de un alto dirigente del partido que se me acercó para que le hiciera un espacio con Jacobo, porque quería presentarle a alguien que tenía interés en colaborar con la campaña. Estábamos en una caminata por Cristo Rey. El dirigente me dijo: “Hazme un aparte aquí mismo”. Pero por alguna razón le respondí que no, que esperara, porque no sentía a Jacobo con ánimo, y probablemente la caminata se acortaría. Le dije: “Cuando estemos en el vehículo, te hago saber si aquí o en su casa”.
Hecho eso, me acerqué a Jacobo y le sugerí que nos fuéramos. Me dijo que sí, que llamara a los “muchachos” —se refería a los de seguridad— para que acercaran el vehículo. Nos marchamos, y en el camino le comenté la petición del dirigente. Me respondió: “No. Ponlo para el lunes, porque mañana vamos a La Vega”.
El lunes, el supuesto colaborador salió en las primeras páginas de varios periódicos: había sido detenido con un cargamento de drogas. ¿Fue casualidad, intuición… o qué?
En la reelección de Ronald Reagan, el partido La Estructura fue invitado a la toma de posesión por el hijo de Bush, que vivía en la Florida. Antes de partir, la comisión designada por el partido —compuesta por Andrés Vanderhost, Rodolfo Espinal, Norma de Castro y un servidor— fue a buscar orientación donde Jacobo. Nos recibió con la misma piyama de rayitas azules que, asumo, tenía cien años de uso. Allí, entre café y cigarrillos, nos dijo: “Lo único que les voy a decir es que se cuiden, y tengan pendiente todos que Reagan es medio comunista”. Claro que todos soltamos carcajadas, y entendimos el mensaje.
Ese viaje fue anecdótico por varias razones. Una de las más notorias fue cuando asistimos a la primera actividad del programa de tres días, que era una charla con la señora Kirkpatrick. Queríamos fotos con ella, pero quien tomaba la foto no salía, y todos queríamos salir en la imagen. Mientras discutíamos cómo hacerlo, se nos acercó una persona que se ofreció como fotógrafo. Nada más puntual: parecía enviado por Dios. Lo contratamos para todas las actividades a las que asistiríamos, que fueron fijadas ahí mismo.
Al final, nos reunimos en la habitación de Andrés para recibir las fotos —fueron algo más de cien— y mientras conversábamos con el fotógrafo sobre cómo podríamos obtener ayuda, nos dijo:
“Aquí eso no es fácil, porque no lo hacen de manera directa. Pero ustedes son amigos de Fulano; él puede ser una vía de contacto”.
Le hice una seña a Andrés y nos fuimos al baño a hablar. Le dije lo que advertí, y llamamos a Norma. Planeamos qué hacer.
Norma era amiga de un alto ejecutivo de la CIA. Le preguntó si conocía a esa persona, y él respondió que sí. Le preguntó:
“¿Quieren hablar con él?”.
Y lo llamó. Notamos que la llamada fue directa, porque él mismo respondió de inmediato. Ahí le dije:
“Bien. Ahora acláranos: ¿quién eres tú?”.
Verán en la próxima entrega el tremendo camaján que nos había servido de ‘’fotógrafo’’.
Muy interesante. Lo único es que, no me quedo tan claro, el párrafo donde Norma llamó a su amigo de la CIA. Al parecer , el fotógrafo era de la CIA, es lo que entendí