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miércoles, agosto 27, 2025
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Guerra psicológica contra Venezuela: EE. UU. reedita su libreto en el Caribe sin tomar a RD como cabeza de playa

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La historia dominicana es testimonio de cómo Estados Unidos disfrazó sus intereses imperiales bajo causas supuestamente legítimas

Por Rafael Méndez

El Caribe vuelve a convertirse en escenario de tensiones geopolíticas. Estados Unidos ha desplegado fuerzas militares en la región bajo el pretexto de combatir el narcotráfico, pero lo que se oculta tras ese discurso es una ofensiva dirigida a cercar a la Revolución Bolivariana. El objetivo inmediato es Venezuela, pero el mensaje busca alcanzar también a México y a Colombia, países que inquietan a Washington por sus posturas políticas.

La operación pretende instalar un clima de guerra psicológica, reeditar fórmulas que en el pasado recurrieron a invasiones y ocupaciones, y que hoy se expresan en campañas mediáticas y despliegues militares. La diferencia con otras épocas es que esta vez la República Dominicana no ha sido utilizada como “cabeza de playa”, como sí ocurrió durante el siglo XX, cuando sirvió de enclave estratégico en la Primera Guerra Mundial, la Guerra Fría y la invasión de 1965.

República Dominicana: enclave histórico de la injerencia

La historia dominicana es testimonio de cómo Estados Unidos disfrazó sus intereses imperiales bajo causas supuestamente legítimas. En 1916, alegó evitar que Alemania usara el Caribe como plataforma durante la Primera Guerra Mundial y ocupó militarmente nuestro territorio. Tras la Segunda Guerra Mundial, en nombre de frenar el comunismo, volvió a convertir a la isla en base adelantada de la Guerra Fría.

La invasión de 1965 reveló crudamente ese papel subordinado. Bajo el pretexto de impedir otra “Cuba” en la región, miles de marines desembarcaron en Santo Domingo, dejando muerte y un profundo trauma nacional. Para Washington, la República Dominicana era menos que una nación soberana, un enclave estratégico para asegurar su dominio regional.

Con la apertura democrática de 1978, la injerencia se reconfiguró. Ya no se trataba de tanques en las calles, sino de guerra ideológica. En 1985, la llegada del joven presentador peruano Jaime Bayly a Santo Domingo marcó un ejemplo de poder blando: su programa de política internacional, financiado según sus propios relatos por Estados Unidos, fue retransmitido a Centroamérica y Suramérica para desacreditar las luchas de izquierda y promover la narrativa del libre mercado. Era la guerra psicológica librada en las pantallas, con la República Dominicana como laboratorio.

Venezuela en el centro del tablero

Hoy, la mirada imperial se concentra en Venezuela. La Revolución Bolivariana no solo ha resistido embates internos y externos, sino que ha logrado consolidarse con procesos electorales legítimos, estabilidad social y un repunte económico que deja en evidencia la incapacidad de la oposición. La derecha se muestra cada vez más fragmentada, con un ala radical encabezada por Corina Machado, aislada y sin capacidad de convocatoria, y sectores más moderados, como los liderados por Henrique Capriles, que rechazan abiertamente una intervención militar.

La derecha radical cifra sus esperanzas en que una acción norteamericana le entregue el poder y le devuelva una vigencia perdida tras años de errores políticos y vaticinios fallidos sobre la inminente caída del chavismo. Una cuenta que parecía próxima a cerrarse se ha vuelto interminable y desgastante. Al mismo tiempo, partidos tradicionales como COPEI y Acción Democrática han tomado distancia de las posturas extremas, llamando a la convivencia política y advirtiendo que a Venezuela no se le deben añadir más confrontaciones.

El respaldo internacional y el negocio petrolero

Un elemento clave diferencia este momento de los asedios anteriores: Venezuela no está sola. Potencias como China, Rusia e Irán han expresado solidaridad y respaldo, confirmando que los tiempos en que Washington podía dictar unilateralmente las reglas han terminado. La conformación del bloque BRICS, las nuevas alianzas energéticas y el avance de la desdolarización demuestran que un orden multipolar avanza con firmeza.

La contradicción imperial se refleja con nitidez en el negocio petrolero. Mientras intenta asfixiar a Caracas, Washington no ha detenido las operaciones de Chevron en territorio venezolano. Barcos cargados de crudo llegan a Estados Unidos y regresan a abastecerse en puertos venezolanos bajo la autorización vigente. Este doble juego revela la dependencia energética que ata al propio imperio. A la vez, la entrada de China en el negocio petrolero venezolano garantiza que, en caso de agravarse la confrontación, el chavismo podría prescindir sin mayores dificultades del comercio con Estados Unidos.

El tigre de papel en el Caribe

El despliegue militar en el Caribe busca proyectar fuerza, pero en realidad exhibe debilidad. Estados Unidos enfrenta una deuda desbordada, fracturas sociales y una polarización política que desgarran su propia cohesión. Lo que ayer se presentaba como fortaleza, hoy se percibe como desesperación ante un mundo que ya no se arrodilla.

Mao Tse Tung lo advirtió en 1946, durante una entrevista con la periodista estadounidense Anna Louise Strong: “Todos los reaccionarios son tigres de papel. En apariencia son terribles, pero en realidad no son tan poderosos. Mirando a largo plazo, no son más que tigres de papel. Los Estados Unidos, con su bomba atómica, parecen aterradores, pero en realidad no lo son”. Con esa metáfora, Mao buscaba alentar a los pueblos a no dejarse intimidar por la apariencia de invencibilidad imperial.

Hoy, casi ocho décadas después, el Caribe confirma la vigencia de aquella sentencia. Venezuela resiste, fortalecida por el respaldo internacional y por la fractura de una oposición sin rumbo. La estrategia de Washington de reeditar su libreto se estrella contra un mundo multipolar y contra un pueblo que aprendió a defender su soberanía. En buen dominicano, la amenaza de intervención puede entrar, pero lo difícil será salir, y al final, el imperio terminará con la sábana en un canto.

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