sábado, septiembre 7, 2024

Ese domingo, rumbo al campo

Por Rafael Céspedes

8:52 minutos de la mañana, entretenido con el entorno rural que tanto admiro y disfruto, no me percato de que Arturo, quien conduce, descuidó la calidad de la vía por donde transitamos.

Es el acelerador sin movimiento que me devuelve a la realidad. No avanzamos, las condiciones del terreno nos lo impiden, estamos atascados, el viaje cambia de sentido.

No veo el terreno, ni sus curvas de niveles, ni sus árboles, sus malezas, ni siquiera su extensión, solo el suelo que hace que nos cambie todo el deseo de ver a donde pienso que voy a plasmar, a edificar sueños y cultivar recuerdos.

Así, el día se transforma en buscar piedras, pedazos de troncos, en molestias, cansancio, dolor, sed, y desesperación, alejado de la ciudad… el celular muestra poco interés en colaborar y no me permite comunicarme, debo, ¡oh paradoja!, usar el de Arturo para poder comunicarme.

Las necesidades y falta de calidad en el servicio de una incompetencia llamada Mapfre, que tres horas después llega su "ayuda", justo cuando había llegado un super camión para auxiliarnos, gracias a la calidad humana, llamada Jairo… 

Pero ¡ooh momento! El super camión también se atasca y ahora somos dos los que requerimos auxilio.

El "auxilio" de Mapfre observa lo que ocurre y sin comentarnos, se pone de acuerdo con los remitentes, y aquella tarifa de 9 mil pesos, en solo dos segundos la convierten en 15 mil pesos.

Asumo definitivamente la impotencia, el fuerte aguacero que llegó a refrescar y enlodar más el suelo, le sirvió de apoyo a su inhumanidad, y se niega a colaborar para sacar el camión.

Optó por duplicar en el terreno su precio, ¡claro! que rechacé el abuso y lo empujé a irse de mi lado. No acepto ni negocio con oportunistas y se largó.

Triplicada la mala racha, mojado, hambriento, cansado, solo acompañado de Arturo y Javier, amigo que fue a acompañarnos para ayudar, la lluvia y las preguntas comunes en estos casos: ¿qué hago?

Mi amada esposa, al borde de la angustia por la impotencia de no poder hacer mucho, pero lo intenta… hijos, amigos y otros, atentos al desarrollo sin solución.

El reloj marca las 4:00 p.m., mojado, cansado, hambriento, y el horizonte alimenta la desesperanza. Jairo busca ayuda ahora para su camión atascado y llega la gran máquina, un gredar (creo se llama así), saca el camión del lodo como levantar una pluma. 

Comienza a remover el suelo para ir a buscar mi Kia, destruye, aplana y, de repente, algo como sin sentido, abandona el lugar sin ni siquiera avisar, simplemente se marchó.

¡Wahoo, pero le había anunciado una buena propina! nadie sabe que paso! 

Javier, comprometido en la ciudad, me anuncia que debe irse, y por insistencia de mi esposa, me propone que lo acompañe. Quiero, no debo, la lluvia vuelve a refrescar y dañar, 5:00 pm, zona rural, nada habitado por la cercanía. ¡Dejemos el vehículo y marchémonos!

Decidido, Arturo, recoja los documentos y lo de más o menos valor, cierre bien y vámonos, así dije. 

En el caminar hacia el vehículo, Verónica, mi hija, me anuncia que Franklin está preparándose para salir para el lugar, con un vehículo adecuado para sacar la Kia, lo autorice y pedí a Arturo que lo esperara.

 Yo no puedo estar más de pie, sentado, no hay donde, la prudencia, Javier, mi esposa y mis condiciones, se unieron para decirme o empujarme a salir de allí.

Todo un día campestre, pero en unas condiciones nada agradables. Me marché, 5:25 de la tarde.

Franklin llego al lugar, más o menos en el mismo momento en que su madre tenía una caída en la cual perdió el conocimiento. ¡Ooh!, pero ya no es solo la naturaleza, parecería que algo más conspiraba contra nosotros.

Pudiera ser, pero el NUESTRO, lo vencerá, nunca ha perdido y jamás te abandona. Hecha la oración, Franklin llegó, amarró, subió, peleó, definió y alrededor de las 8:20 de la noche recibimos la información de que venían con la Kia. 

Ahora debo lavarla, agradecer la experiencia, agradecer a Dios y los seres humanos que aún quedan, que disfrutan, aunque no tengan grúa, servir, y no con grúa servirse. 

Yo, nosotros, seguiremos sirviendo y creyendo en nuestros semejantes, en el poder divino y su bondad.

Ese domingo fue un día que no imaginamos así, pero fue y quien sabe si volverá, porque debo volver, porque voy a insistir en disfrutar del campo, porque la "vida está en el campo", como titulé un cuento que escribí por la década del 60/70 y con el que gané unos juegos florales en la secundaria donde estudiaba entonces. 

Quedan fotos, videos, recuerdos y agradecimientos. Aaah!, y el terreno al que pronto volveré. ¿Alguien me acompañará?

Bendiciones

 

Rafael Céspedes Morillo
Rafael Céspedes Morillo
Rafael Céspedes

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