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miércoles, noviembre 12, 2025
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Entre la risa y la burla (Tercera y última parte)

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Miguel J. Escala

Esta tercera entrega de la serie “Entre la risa y la burla” continúa la reflexión sobre los límites del humor y la necesidad de cultivar empatía hacia las personas mayores. Tras revisar casos en los que la risa sirvió para aprender y otros en los que degeneró en burla o discriminación, esta parte invita a educar en el respeto, prevenir el edadismo y reír con dignidad y humanidad.

La educación que todos necesitamos

Parece que hacía falta esta tercera parte sobre este tema. El Dr. José Medina, amigo y lector, en sus comentarios en la web, nos recuerda que debemos “educar a cuidadores y familiares en empatía y respeto, crear espacios seguros de denuncia y participación, y revalorizar la vejez como una etapa de sabiduría y dignidad”.
Y esa “educación” no solo es para los jóvenes: nos incluye también a los que celebramos los años con canas. Veamos algunos puntos en los que podemos seguir aprendiendo y ayudar a educar a otros.

Desde la risa con seriedad

En artículos anteriores mencionamos las confusiones con las gotas oftálmicas que provocaron risas, incluso sustos divertidos. Pero hay casos que nos invitan a tomar el tema con más seriedad.

Una amiga y lectora centroamericana me contó que una conocida, confundiendo un frasco, se echó “goma loca” en los ojos. Terminó en el quirófano para limpiar la zona, y solo se salvó porque la goma no pega en superficies húmedas. Otro amigo me comparte que su esposa se aplicó gotas para uñas creyendo que eran oftálmicas, lo que le costó meses de tratamiento.

Estas historias nos recuerdan que la prevención empieza en casa. Las gotas para los ojos deben guardarse en lugares específicos, bien diferenciadas de otras sustancias. Algunos lectores me han contado soluciones ingeniosas: colocar una liguita o banda en los frascos no oftálmicos, para reconocerlos al tacto, o usar diferentes posiciones en el estante para distinguirlos, especialmente cuando se aplican de noche.

También sería útil que la industria farmacéutica explore diseños de envases con relieves táctiles para evitar confusiones, sobre todo en personas con visión reducida. Y no olvidemos otro detalle: las fechas de vencimiento. Usar gotas caducadas puede no solo anular su efecto, sino provocar infecciones.

Y como todos aprendemos, me gustaría aprender algún truco de registro del uso.  El “¿me la eché o no me la eché”? puede ocurrir y tenemos que asegurarnos del uso correcto.   Son tareas de todas las edades, pero parece que los mayores tenemos, por lo general, más gotas que echarnos. Hasta las cosas más simples pueden enseñarnos algo. Como decía un lector: “aprendí la lección riéndome, pero la aprendí”.

Lo que también comunica una imagen

Un tema curioso —y con algo de risa, pero también de reflexión— es el de las imágenes que usamos para representar a las personas mayores. En casi todos los lugares con atención preferencial (bancos, hospitales, teatros), aparece el dibujo de un anciano encorvado con bastón.

El Dr. José O. Brea, amigo y lector, vinculado a proyectos internacionales de vacunación me comentaba: “Hemos pedido que se eliminen esas figuras. No todos los mayores son encorvados ni necesitan bastón; esa imagen traduce discapacidad y no refleja la diversidad de la vejez”.

Tiene razón. Esa silueta no representa a muchos adultos activos de 60, 70 o incluso 80 y 90 años. Quizás sea hora de rediseñar esos íconos para mostrar una vejez más digna y realista.

Edadismo disfrazado de cortesía

El Dr. Brea también me compartió una anécdota que ilustra cómo el edadismo puede presentarse de forma casi inocente.
Contaba que, mientras jugaba pádel —sí, ese deporte de raqueta en cancha cerrada que hoy está tan de moda—, su rival se sorprendió al saber que tenía 66 años. Al finalizar el partido, le dijo admirado: “¡Pensé que tenías 56!”, y le dio un apretón de manos. La conversación terminó ahí, pero el detalle quedó grabado: en el sistema de registro de la cancha, la edad máxima permitida para inscribirse era… ¡60 años!

Un ejemplo más de cómo el edadismo puede esconderse detrás de los formularios digitales o de los elogios disfrazados de sorpresa.

Y si alguno de los lectores mayores no sabe todavía qué es el pádel, no se preocupe: todavía hay tiempo para aprender. Pero cuidado: si quiere inscribirse, tendrá que mentir un poquito sobre la edad. Y solo juegue después de haber bailado El Farolito sin ahogarse. 

Cuando la burla se hace costumbre

No todo son risas. También hay casos que revelan una falta de respeto más seria. Un amigo médico y escritor dominicano, aguilucho, el Dr. Leo Torres, mientras hacía la fila en el aeropuerto con su esposa, vio cómo un agente de seguridad colaba el equipaje de mano de un enllave delante del suyo. Con razón, protestó por el abuso. El amigo doctor, siempre asertivo, le reclamó al de Seguridad por ese comportamiento, no porque lo atrasaba un turno, sino sobre todo por la agresión que significaba.  La esposa se unió a la protesta.  Uno de los guardianes que acudió ante la protesta le dijo a un compañero… “Ahí están esos viejos quejándose”. 

Una frase corta, pero cargada de discriminación. Es el reflejo de un edadismo arraigado: asumir que las personas mayores no deben reclamar.

El médico amigo, conocedor de sus derechos, le dio una breve lección sobre respeto y ciudadanía. La escena terminó con una revisión exagerada de su equipaje de mano —quizás por “exceso de celo”—, pero con la satisfacción de parte del amigo de no haber callado ante el irrespeto.

Estos episodios muestran la necesidad de incluir, en la formación del personal de seguridad y atención al público, módulos sobre trato digno y libre de estereotipos. El respeto no tiene edad.

Educar a los más pequeños

El cambio comienza en casa y con los niños. El edadismo inconsciente también se aprende en la infancia, a veces disfrazado de inocencia.  Una lectora me escribió:

“Mi biznieta de cinco años se mudará a una casa con piscina. Me dijo que yo no podía bañarme porque eso no era para viejos. Después de explicarle, me concedió ir solo los fines de semana. No me sentí mal, pero tampoco muy bien”. 

Y añade otra anécdota:

“Mi biznieto, también de cinco años, me pidió que le enseñara a coser. Le respondí: ‘Cuando tú quieras’. Entonces pasó su dedo por el cuello, haciendo una seña. Al preguntarle qué quería decir, respondió: ‘Antes que te salgas de la familia’. Por lo menos no dijo ‘antes que te mueras’, pero igual dolió”. 

Son ejemplos tiernos y duros a la vez. Educar en empatía no solo es enseñar buenos modales; es enseñar sensibilidad. Los niños deben aprender que las palabras también hieren y que las personas mayores no son figuras lejanas, sino parte esencial de su historia.

Prevención y aprendizaje mutuo

Una amiga dice que, como mujer inteligente, se ríe de sí misma cada vez que su memoria le juega una mala pasada. Ese humor saludable es un mecanismo de defensa, pero también una forma de aceptación. Aun así, hay cosas que pueden y deben prevenirse.

De las muchas recomendaciones que comparten los lectores, rescato algunas para todos los que ya transitamos la tercera edad —y para los más jóvenes que acompañan a padres o abuelos—:

  • No todas las molestias son enfermedades.
  • No se dejen intimidar por informes médicos ni por la publicidad alarmista.
  • Lo más importante no es solo acompañar a los padres al hospital, sino pasear con ellos, conversar y compartir.
  • Envejecer no es el enemigo; el estancamiento sí.
  • Mantengan el cuerpo y la mente activos. Aprender cosas nuevas a cualquier edad fortalece la salud y la autoestima

Añado: Ríase si quiere de sus cosas, pero no permita que otros se rían o se burlen de sus comportamientos o reacciones.  

Si cada uno contribuye a reclamar sus derechos, el edadismo va desapareciendo con el tiempo, aunque al inicio solo sea para evitar el boche del “viejo” o la “vieja”.  Terminemos con una sonrisa colectiva, y erradicando las hipersensibilidades, vivamos nuestros años de la mejor manera posible.  

Para envejecer con dignidad y humor

Reírnos de nosotros mismos puede ser una muestra de sabiduría; permitir que otros se rían a costa nuestra, no.
La diferencia está en la intención y el respeto. Educar en ese discernimiento —a niños, jóvenes y adultos— es una tarea urgente si queremos una sociedad donde el humor una en lugar de dividir.

Aprender a reír con empatía, sin humillar, es también aprender a vivir con dignidad. Quizás esa sea, al final, la mejor lección que deja esta trilogía: que la risa, bien usada, es una forma de cariño; mal usada, una forma de violencia. Y que, en cualquier edad, el verdadero signo de madurez es saber cuándo reír… y cuándo decir con calma: “Hasta aquí”.

Miguel J. Escala
Miguel J. Escala
Miguel J. Escala Es educador desde 1969. Estudió Psicología y Educación Superior.

3 COMENTARIOS

  1. Saludos, estimado maestro. Un placer leer sus escritos que siempre nos enseñan. En este caso particular han sido detonantes de una reflexión sobre la tercera edad y nuestros envejecientes

  2. Excelente. Artículos que tienen algo de humor y nos enseñan a nosotros los jóvenes que no hacer en diferentes situaciones con adultos mayores de la tercera edad.

    Mi madre me comenta que estaba en una fila de adultos mayores que los organizadores habían mencionado que se colocarán los de una edad específico y después la querían sacar porque le decían pero usted no se ve vieja,es decir (querían que estuviera como la imagen del banco). A lo que ella respondió es la cédula qué habla y dice la edad. La dejaron en su fila, pero le decían usted no está vieja.

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