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miércoles, mayo 14, 2025
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Entre la obsesión y la negligencia: Las señales

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Miguel J. Escala

El artículo anterior sobre los aportes de Francisco al tema de los adultos mayores fue muy bien acogido. Agradezco los halagos, aunque reconozco que probablemente estén influenciados más por la popularidad y veneración hacia el papa fallecido que por mi contribución. No suelo seguir las tendencias, pero imagino que Francisco ha dominado el interés público durante varias semanas y ha sido tendencia en todas las redes sociales.

Aprovecho para destacar dos citas de Francisco que, debido a un error de diagramación, perdieron la cursiva y el formato de texto indentado. Cuando me refiero a los “líos” a los que nos anima Francisco, los párrafos segundo y tercero son citas textuales.

He recibido numerosos comentarios y materiales relacionados con Francisco y el tema de los adultos mayores. Quiero resaltar dos contribuciones en particular. La primera es una entrevista con el geriatra español de 84 años José Manuel Ribera, publicada en La Vanguardia el 2 de mayo y compartida por un amigo médico que lo conoció en Madrid. Aunque discrepo en algunos puntos, en la mayoría coincido plenamente con sus reflexiones. Recomiendo buscar esta entrevista y disfrutar de su lectura.

El segundo material me lo envió mi primo más joven y trata sobre el concepto de elderspeak. Me pareció interesante la traducción al español como “habla infantilizante hacia adultos mayores”, que describe expresiones como “mi amorcito” o “tan bella la señora”. Este enfoque nos invita a reflexionar sobre las formas sutiles, pero significativas, en las que perpetuamos actitudes edadistas y a trabajar con los cuidadores para evitar este tipo de lenguaje que parece dirigido a un público infantil. Un caso ilustrativo y divertido que se menciona en el artículo narra cómo una cuidadora, intentando persuadir a un adulto mayor para que aceptara su ayuda, le dijo: “Déjame ayudarte, sweetheart”. Él, molesto con la expresión, la miró y respondió: “¿Qué, nos vamos a casar?”

Son múltiples los escritos sobre adultos mayores que se comparten en redes sociales. Los grupos de WhatsApp de compañeros de escuela suelen incluir chistes (algunos edadistas), opiniones, dietas y, sobre todo, una abundancia de materiales relacionados con la prevención de la salud. Entre estos, destacan listas de señales a las cuales debemos prestar atención para interpretar posibles enfermedades o anticipar crisis de salud. Es importante dedicar un tiempo a analizar las actitudes ante las “señales” con detenimiento y criterio.

Edad y señales

Sin dudas, en el tránsito por las edades, el cuidado de la salud se convierte en un tema crucial. En general, la atención a estos asuntos tiende a intensificarse con los años. Un médico al que asistí para un chequeo anual me contó sobre una antigua paciente, ya fallecida, que solía visitar su consultorio semanalmente. Había superado los 100 años (¿quinta edad?) y, aunque no mostraba un deterioro cognitivo significativo, mantenía un interés constante por los síntomas y signos que experimentaba.

Cada semana compartía un nuevo síntoma o signo y hacía la misma pregunta: “¿Es esta una señal?” Se refería a una señal que indicara la proximidad de la muerte. Estaba convencida de que su momento llegaría pronto y no quería que la sorprendiera.

Recordé algo que suelo decir: cuando se siente un órgano o una parte del cuerpo, no es necesariamente una “señal de salida”, pero sí un indicador de que algo podría no estar bien y requiere atención profesional. Esto me llevó a rememorar una experiencia personal. Hace muchos años, acudí a un oftalmólogo porque sentía el ojo izquierdo. Al comentarle mi síntoma (“siento un ojo”), me examinó cuidadosamente y diagnosticó queratitis, una inflamación de la córnea. Además del síntoma que yo describí, su observación clínica detectó el signo y pudo recetarme unas gotas para tratar la inflamación. A pesar de que han pasado más de 40 años, lo recuerdo perfectamente: descubrí que, en condiciones normales, los órganos no se sienten.

Una experiencia similar la viví con mis hijas cuando eran pequeñas. Si tosían “con pecho”, yo identificaba ese signo y las llevaba al pediatra. La interacción era casi rutinaria:

—¿Por qué las trajiste?
—Para que les oigas el pecho.

Estas situaciones reflejan la importancia de escuchar las señales del cuerpo y buscar confirmaciones profesionales, pero, por favor, no todas las semanas.

Las formas en que los adultos mayores interpretan y reaccionan ante las señales de posibles problemas de salud varían ampliamente. Algunos las ignoran por completo, confiando en medicamentos genéricos o remedios caseros que consideran infalibles. Las visitas médicas, si ocurren, suelen postergarse, mientras las señales cambian y se acumulan con el tiempo. Se dice que los hombres somos los más huidizos. Algunos no se realizan analíticas o, si lo hacen, no aprenden a leerlas o las guardan en un archivo para que sean las cucarachas quienes detecten señales de que algo pasa.

Los extremos

Recuerdo un caso particular de una señora de casi 70 años que experimentó un rápido crecimiento abdominal, semejante al de un embarazo avanzado. A pesar de la evidente anormalidad, evitaba ir al médico, convencida de que su aspecto sería interpretado inmediatamente como una señal grave, quizás irreversible. Finalmente, tras insistencias de su esposo, accedió a una consulta. Le diagnosticaron quistes en los ovarios, fue operada y vivió 23 años más.

Este relato subraya la importancia de actuar frente a las señales del cuerpo, no como predicciones del fin, sino como oportunidades de cuidado y prevención. Escuchar al cuerpo y buscar orientación médica puede marcar la diferencia entre dejarse llevar por el miedo y enfrentar con éxito los desafíos de la salud.

Hay casos extremos de no buscar asistencia profesional que no están fundamentados en ningún esquema conceptual crítico de la práctica médica tradicional. Sin embargo, el caso de Iván Illich, conocido por su obra La sociedad desescolarizada y su vínculo con figuras como Everett Reimer y Paulo Freire en iniciativas educativas críticas, se destaca por sus aportes al debate sobre los límites de la medicina. En su libro Némesis médica o Los límites de la medicina, Illich criticó severamente el modelo médico predominante, alertando sobre la iatrogenia, definida por la Real Academia Española como la “alteración, especialmente negativa, del estado del paciente producida por el médico”.

Illich vivió en carne propia el conflicto entre su filosofía crítica y la práctica médica. Se le desarrolló un tumor en la cara, que tuve la oportunidad de observar en dos momentos distintos. No siguió las recomendaciones médicas. Al finalizar mis estudios, Illich aceptó una posición como profesor visitante en Penn State, en un departamento que promovía el pensamiento crítico sobre la tecnología. Su oficina estaba en el mismo edificio que mi cubículo, aunque nunca llegué a conversar con él, algo de lo que todavía me arrepiento. Lo veía pasar con su tumor evidente, y algunos años después lo encontré nuevamente en un seminario crítico sobre tecnología educativa, también en Penn State. Esta vez, el tumor estaba más avanzado, pero Illich parecía estar en paz con su condición, feliz de mostrar un signo tan evidente de la enfermedad que, finalmente, le causó la muerte por metástasis cerebral. Murió a los 76 años.

En el otro extremo de la obsesión por la salud, la medicación y las pruebas médicas, está Bryan Johnson. Su historia, ampliamente documentada en plataformas como YouTube, Wikipedia y Netflix, muestra cómo ha convertido el cuidado de su salud en un proyecto tecnológico y químico. Su régimen incluye la ingesta diaria de unas 40 pastillas, monitoreos rigurosos de biomarcadores y rutinas intensivas de ejercicio. Como exitoso emprendedor, puede permitirse gastar más de un millón de dólares al año en equipos, suplementos y dietas, todo con el objetivo de ralentizar el paso del tiempo y maximizar su longevidad. A sus 47 años, su estilo de vida genera tanto admiración como cuestionamientos: entre ejercicios y suplementos, parece que su día gira completamente en torno a evitar el deterioro físico. Johnson parece perseguir la inmortalidad, pero la pregunta persiste: ¿vivir para siempre, pero con qué propósito?

En conclusión, más allá de estos extremos y de posiciones críticas, lo esencial es fomentar un equilibrio saludable. Tanto la obsesión como la negligencia en el cuidado de la salud pueden tener consecuencias negativas. Los adultos mayores, con el apoyo de buenos profesionales de la medicina y con un compromiso personal, tenemos la oportunidad de construir un enfoque equilibrado que nos permita transitar esta etapa de la vida con calidad, autonomía y sentido. Le toca a cada uno trabajar en esa construcción.

Miguel J. Escala
Miguel J. Escala
Miguel J. Escala Es educador desde 1969. Estudió Psicología y Educación Superior.

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