Por Nelson Cuevas Medina
Las tragedias nos definen. Revelan lo mejor y lo peor de nosotros como sociedad. Son momentos en que el instinto humano debería brillar, pero muchas veces queda opacado por la indiferencia, el oportunismo o el poder. Esta es mi historia. No busco comparar hechos ni magnitudes. No hay tragedias idénticas. Solo quiero poner sobre la mesa una actitud: la de quienes actúan y la de quienes simplemente miran, graban, desinforman.
Era la madrugada del 4 de diciembre de 2016. Iba camino a Barahona desde Santo Domingo, con la esperanza de iniciar por fin una maestría en Derecho Civil. Ya había sido pospuesta varias veces. En las afueras de Baní, la ruta fue interrumpida de forma brutal: un Chevrolet Camaro deportivo me impactó de frente tras realizar un rebase temerario. Yo conducía, en el carril derecho, una Toyota Hilux.
El conductor del Camaro —se supo luego— había pasado el fin de semana participando en carreras improvisadas en la provincia de Elías Piña, junto a un grupo de amigos que ostentaban vehículos de alta gama. Una combinación explosiva: alcohol, velocidad, imprudencia… y ninguna consecuencia previa.
El choque fue fulminante. En segundos, el Camaro estalló en llamas. Mi camioneta quedó irreconocible, atrapándome dentro. Estaba consciente, pero inmovilizado por la carrocería retorcida. Desde el interior, lo que vi no fue auxilio: fue espectáculo. Decenas de personas se agolparon en la escena, no para ayudar, sino para grabar con sus celulares. Nadie se acercó. Nadie preguntó. Nadie actuó. La prioridad era alimentar las redes sociales.
Perdí el conocimiento. Me enteré después de que un grupo de estudiantes de la Universidad Federico Henríquez y Carvajal (UFHEC), sede Baní, se detuvo. Rompieron la inercia. Sin equipos ni protección, con puro coraje, me sacaron del vehículo y me salvaron la vida. No sé quiénes son. Aún los busco. Son mis héroes anónimos.
Pero el drama no terminó con el rescate. Ya fuera del vehículo, semiinconsciente y herido, comenzó otra carrera: la de encontrar quién me llevara a un hospital. Una tras otra, guaguas, carros, camionetas… pasaban de largo. Nadie se detenía. Hasta que una camioneta de la Junta Central Electoral lo hizo. En su parte trasera fui llevado al hospital de Baní y, de ahí, trasladado al Hospital General de la Plaza de la Salud, donde iniciaría una larga recuperación producto de varias cirugías y decenas de terapias.
Aún hoy me hago la misma pregunta: ¿y si esa camioneta no pasaba? ¿Y si tampoco se detenía?
El otro conductor, atrapado en su carro en llamas, no sobrevivió. Murió en el acto o consumido por el fuego. Y detrás de su muerte había una historia enterrada con él: una empresa que entregó un auto sin seguro; un conductor que rechazó entrenamiento para un vehículo de alto rendimiento; una póliza de seguro emitida con fecha retroactiva; y una red de influencias políticas que frenó cualquier intento de investigación.
Era funcionario del Ministerio de Salud Pública, sobrino de un senador, miembro del partido gobernante de entonces. Su funeral fue cubierto por la prensa y recibió atención del propio presidente de la República y figuras del alto mando político. Nadie preguntó por la otra víctima. Nadie buscó mi versión. Nadie pidió cuentas por la negligencia de la empresa, por el fraude en la póliza o por la cadena de irregularidades. El caso fue sepultado por conveniencia.
Así opera el poder cuando el silencio lo protege. El muerto no puede ser juzgado. La empresa se lava las manos. La justicia se diluye en los vínculos.
No pretendo comparar tragedias. No son comparables ni en forma ni en fondo. Pero hoy, al cumplirse un mes de la tragedia en el Jet Set, no pude evitar recordar lo vivido. En mi caso, imprudencia y poder político se unieron para enterrar la verdad. En ambos, al inicio hubo un mismo telón de fondo: la indiferencia. La que paraliza. La que mira. La que graba. Y también, por fortuna, la otra cara: la solidaridad que actúa.
En el Jet Set también hubo caos, pérdida y dolor. Pero también surgió una reacción ciudadana rápida, generosa, que merece ser reconocida.
Que este testimonio sirva como un llamado urgente: a mirar al herido antes que al celular. A actuar, sin esperar reconocimiento. A entender que los verdaderos héroes no siempre visten uniforme ni ocupan cargos. Muchas veces, son los que simplemente no pasaron de largo.
A los estudiantes de la UFHEC: gracias por su valentía. A quienes no se detuvieron: que su conciencia les hable. Y al país, que no olvide que la justicia comienza por una verdad que no debe ocultarse.
Y al cuerpo de socorro que actuó con rapidez en el Jet Set: que el Gobierno los reconozca como lo que son. Que no se queden en el anonimato.
Mi primo dos veces, Nelson Cuevas Medina, ese día pareció el final, "donde el diablo se vistió de ángel.😈".
Recuerdo esa tragedia, como si fuera ahora mismo, Jamás, creí que tú, sobrevivirías.
Nelson Junior, tú hijo, me envió las imagenes de tu vehículo prendido en llamas 🔥, y al verlas me vine abajo, pregunté al hospital al que te traerían y me dijeron, al de la Plaza de la Salud, pués cogí mi vehículo y salí corriendo para allí, y te esperé con los ánimos y lágrimas y una profunda pena.
Aprovecho y te propongo, que en vez de celebrar tu cumpleaños, "mejor celebres cada día de ese año en el que ocurrió el hecho".
Fuiste bendecido por Díos, eres hijo de Dios, ya que el puso a cada uno en su lugar,
"las imprudencias se pagan y tú no podía ser el que las pagues".
Vuelvo y lo repito, tú día de nacimiento, fue ese, el del trágico accidente!!.