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martes, abril 15, 2025
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Ellas Eran Tres

Por Rafael Céspedes Morillo

Ellas eran tres, compartían espacio y, a veces, quizá con frecuencia, se hacían compañía. Aunque la forma de Soledad distaba mucho de la de Rosa y de la de Susana. De hecho, no se parecían prácticamente en nada.

Soledad era muy callada. Prefería escuchar en lugar de hablar; tenía de esos silencios que hacen mucho ruido. Su característica principal era pasar desapercibida. Mientras menos se notara, mejor para ella. No era gregaria, aunque, cuando se le presentaba la oportunidad, podía ser muy comunicativa. Sin embargo, nunca era vista en reuniones ni en grandes eventos. Sus gustos no eran de público conocimiento. Su actitud reservada la hacía vivir más en el silencio que en la exposición. No le gustaban los coloquios, y las aglomeraciones le producían rechazo. Había que entenderla.

No se le conocían muchos amigos, pero era evidente que le atraían los lugares solitarios y sin mucha interacción. Así era Soledad: parte de ese mundo soterrado y callado, donde parecía no hacer daño. Allí se sentía libre, aunque sin hacer ruido, en esos espacios vacíos que eran su entorno natural. Regularmente, su ambiente era entre ella y alguien más. En muy pocas ocasiones, se le podía ver sonreír. Soledad era tranquila, callada y de pocas sonrisas, pero con ella se podía compartir. A pesar de su naturaleza reservada, aceptaba la compañía de quienes quisieran acercarse.

No podíamos decir lo mismo de Rosa. Hermosa, quizá la más bella entre las tres. Rosa engalanaba cualquier lugar en el que estuviera. Su presencia no pasaba desapercibida. Se dejaba ver y sentir. Siempre lucía fresca. Su lenguaje era puntual, sin rodeos. Se expresaba con su sola presencia y era fácil entenderse con ella. Inspiraba a quienes compartían su entorno.

No le gustaba que la tocaran demasiado. Creía que no era necesario el contacto para comunicarse. Prefería cierta distancia, aunque estaba dispuesta a ser parte del ambiente y colaborar con engalanar los lugares. Algunos no la entendían. Buscaban demostrar su admiración con gestos no tan sutiles. Querían llamarla bella, porque realmente lo era. Algunos se contenían; la gran mayoría, no. Se lanzaban a darle un beso de saludo. Ella no lo evitaba, pero no le gustaba.

Rosa tenía una buena relación con Soledad. A veces se hacían compañía y compartían de diferentes maneras. Ocasionalmente, se les unía la querida Susana, más por su actitud de colaboradora que otra cosa, Susana era colaboradora por excelencia. Había nacido para servir. Se llevaba bien con todos, sin importar quién tuviera o no la razón. Su naturaleza era la disposición: "Si me necesitas, aquí estoy", parecía ser su lema. Sabía que podría haber sido diferente, pero había elegido ese camino y se sentía bien con ello.

Así se completaba la trilogía del sector. Todos conocían a las tres. Como cada una era, tal cual era, los residentes interactuaban con ellas de diferentes maneras. Las relaciones entre ellas eran francas, abiertas, transparentes y gratuitas.

Soledad no cobraba su compañía. Quien quisiera sus servicios solo debía acudir a ella, pues acompañar a los que querían estar solos era su esencia. Rosa deslumbraba con sus pétalos, colores y perfumes. Susana, por su parte, subsanaba cualquier situación, ya fuera en soledad o en el jardín. Subsanar era su tarea de casi todos los días. Sin importar el lugar, la hora o el ambiente, de modo que se podía vivir con soledad, entre las rosas y con aquella que curaba las heridas de una soledad mal llevada o los pinchazos de las espinas de una bella rosa. Así es como se puede disfrutar en soledad de un jardín lleno de bellas rosas para sanar esas heridas alojadas en el alma. 

 

Rafael Céspedes Morillo
Rafael Céspedes Morillo
Rafael Céspedes

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