Por Fidel Santana
Las recién celebradas elecciones en Argentina han dejado varias lecciones políticas relevantes. Gran parte de los analistas esperaban el triunfo del candidato que había salido ganador en las Elecciones Primarias Simultaneas Obligatorias (PASO), que se realizaron el 13 de agosto pasado, además de que mantenía la delantera en todas las encuestas. En esta oportunidad, los pronósticos fallaron y quien arrancó adelante no logró la meta de quedar, por lo menos, como la primera opción del electorado.
Estamos hablando de Javier Milei, de profesión economista, quien en el plano político se destaca como líder del partido Libertad Avanza, de ideología de extrema derecha. Como aspirante a la presidencia de Argentina, cobró relevancia a partir de un discurso ultraconservador y antisistema, que pretendió dejar atrás la lógica tradicional de poder que ha regido los destinos de Argentina por más de 20 años.
Se ha caracterizado por sus posiciones polémicas, como su oposición al aborto, incluso en casos de abuso sexual, su rechazo a la educación sexual integral en las escuelas, la negación de la existencia del calentamiento global y del terrorismo de Estado durante la dictadura argentina. Sus últimas estridencias radicales lo llevaron a asumir una postura crítica contra el Papa y el Vaticano, y también contra el movimiento sindical.
Como candidato puntero, tenía a todos asustados con sus propuestas de dolarización y reducción del Estado. Sus participaciones oscilaban entre el circo y el miedo. Iba contra todos proponiendo un salto al vacío. Ningún actor político o social merecía su respeto, lo cual fue observándose en sus participaciones públicas, sobre todo, en los debates electorales. Parecía un toro que avanzaba sin que surgiera un lidiador capaz de detenerlo.
Contra todo pronóstico, en poco más de dos meses, según avanzaban los debates y se difundían las propuestas, las expectativas fueron reorientándose en otra dirección y, silenciosamente, se fue cambiando el color del mapa político, lo que quedaría evidenciado al computar los resultados del certamen electoral.
Vaya sorpresa: en la primera vuelta de las elecciones, celebradas el pasado domingo, el candidato oficialista, el también economista y jefe del Banco Central argentino, resultó ganador con más del 36% de los votos. Parecía difícil que lograra remontar de un lejano tercer lugar para convertirse en la opción más clara para ocupar la primera magistratura del hermano país, en medio de las graves dificultades económicas que se entendía la población le cobraría, como principal ejecutivo de las políticas económicas del gobierno que ha sido en el último año.
Si bien el ultra radicalismo le sirvió a Milei para atraer a la franja del electorado que está desengañada y molesta, no ofreció suficiente potencia de convencimiento para atraer al grueso del electorado que tiene intereses creados y que prefiere las dificultades económicas antes que la angustia de no saber hacia dónde se podría dirigir el país.
En noviembre se producirá la segunda vuelta. La competencia entre Massa y Milei parece la crónica de una muerte anunciada. No tiene muchas posibilidades de avanzar en el electorado, aun con alianzas formales, quien se maneja en forma agresiva, dando palos a diestra y siniestra. Las señales políticas que ha enviado el pueblo argentino parecen indicar que, contra todo pronóstico anterior, el peronismo seguirá en el poder. Los electores prefieren la estabilidad y la certeza.