Por Rafael Méndez
El presidente Luis Abinader ha optado por una retórica cargada de afirmaciones grandilocuentes, proclamando que cada uno de sus anuncios es “un hecho histórico”, que está “construyendo una nueva república dominicana” y que su gestión “cambia el país desde las aulas”. Para demostrar el control fronterizo nos vendió una burda mentira, con el sensacionalista anuncio de la colocación de doce mil soldados en el límite dominico-haitiano, pero el colmo de los colmos lo observé en la remodelación de un edificio: “aquí se construye un mejor futuro” …"El problema no es que mientas, el problema es que te creo".
Esa retórica que ha hecho metástasis en todos los altos funcionarios del gobierno “del cambio”, se ha vuelto una constante en la discursiva del mandatario, que, si bien inspiran, movilizan y manipulan una parte de la población, generan simultáneamente altas expectativas que, al no materializarse de forma tangible, están distanciando la realidad intangible de su gestión con los resultados concretos y verificables.
Esta discrepancia entre el lenguaje exuberante y los resultados concretos ha dado lugar a lo que me permito denominar el “síndrome hiperbólico” del presidente Abinader, en el que la exaltación de logros y la magnificación de los desafíos han creado un escenario en el que la credibilidad del liderazgo se pone en riesgo. La brecha entre la promesa y la ejecución abre la puerta al escepticismo ciudadano que cuestiona la eficacia de una gestión basada en metáforas que, en ocasiones, pueden resultar deslumbrantes, pero poco sustanciales.
La trampa de la retórica hiperbólica
Un gobernante debe navegar con sumo cuidado el terreno de la retórica hiperbólica, que en principio podría inspirar y movilizar, pero encierra el peligro de desvincularse de la realidad tangible, y más delicado, es que pone en entredicho la realidad intangible de sus actos, debido a que cuando el lenguaje se transforma en un vehículo de promesas inalcanzables, se corre el riesgo de construir expectativas irreales que terminan por desilusionar a la ciudadanía.
La exageración sistemática de logros se convierte en una trampa que, a largo plazo, socava la credibilidad del liderazgo, debido a que el contraste entre un discurso de grandes afirmaciones y los resultados concretos puede generar una brecha insalvable en la percepción pública. Este desfase no solo debilita la confianza en el gobierno, sino que también propicia un ambiente de descontento y desconexión entre quienes esperan ver reflejadas las promesas en acciones concretas.
Pilares para contrarrestar la hipérbole
La transparencia y la rendición de cuentas se erigen como elementos fundamentales para contrarrestar los efectos nocivos de un discurso exagerado. Presentar datos verificables y admitir abiertamente los desafíos que enfrenta la nación permite una visión realista de la gestión, fortaleciendo la percepción de honestidad y compromiso. Cuando los ciudadanos cuentan con información precisa, se disminuye la brecha entre las expectativas y la realidad.
Asimismo, la práctica de la rendición de cuentas se traduce en un ejercicio de humildad y responsabilidad. Reconocer errores y aprender de las críticas, en lugar de ocultarlos tras un manto de superlativos, demuestra una gestión madura y realista. Este enfoque no solo refuerza la credibilidad del gobierno, sino que también contribuye a generar un clima de confianza y diálogo constructivo con la sociedad.
La humildad y la autocrítica se convierten en virtudes esenciales en la construcción de un liderazgo genuino y cercano. Reconocer las limitaciones y aprender de las críticas, en lugar de enmascararlas con afirmaciones grandilocuentes, fortalece la conexión entre el gobernante y la ciudadanía. Un discurso preciso, que evite el uso indiscriminado de superlativos, permite abordar la complejidad de los desafíos con realismo y rigor.
Adoptar un lenguaje matizado y equilibrado es también una estrategia para prevenir la polarización y el culto a la personalidad. Al centrar el discurso en los logros colectivos y en el compromiso con el bien común, se fomenta un ambiente de diálogo y respeto. Este enfoque, orientado hacia la objetividad y la moderación, resulta fundamental para que las promesas se conviertan en acciones verificables y se construya un proyecto de nación sostenible.
Promesas realistas y compromisos verificables
La coherencia entre el discurso y las acciones futuras es vital para evitar el desencanto ciudadano. Prometer transformaciones profundas sin sustentar dichas promesas con planes viables y plazos alcanzables crea expectativas que, de no cumplirse, desembocan en la desilusión. Por ello, es imprescindible que el gobierno articule sus anuncios en torno a proyectos medibles y sometidos a un seguimiento público riguroso.
De cara al futuro, es imperativo adoptar un camino basado en la veracidad y la objetividad. La apuesta por la moderación en la retórica y el compromiso con la rendición de cuentas no solo fortalecerán la imagen del liderazgo, sino que también propiciarán un ambiente de diálogo constructivo y colaboración. Este enfoque permitirá transformar las aspiraciones grandilocuentes en logros palpables, consolidando así la confianza de la ciudadanía en un proyecto de nación auténtico y sostenible.
El análisis del síndrome hiperbólico en la gestión del presidente Abinader revela la complejidad inherente a la tarea de gobernar en un contexto de expectativas elevadas. Si bien un discurso grandilocuente puede movilizar y generar esperanza, su desconexión con la realidad tangible e intangible han erosionado la credibilidad de la gestión del presidente Abinader, debido a que las promesas que parecen basarse en planes concretos no se traducen en resultados concretos y verificables.
Solo a través de la transparencia, la rendición de cuentas y un discurso basado en la humildad se podrá construir un puente entre las aspiraciones y los resultados. Este equilibrio es esencial para transformar las promesas en logros palpables y garantizar que la gestión pública responda de manera efectiva a los desafíos de la nación, consolidando un liderazgo comprometido y legítimo.
Para que el discurso grandilocuente no se convierta en una trampa que erosione la credibilidad, es necesario que las promesas se traduzcan en resultados concretos y verificables.