Rafael Aquiles Rivera Andújar
El presidente de Brasil, Luis Ignacio Lula Da Silva, ganó las elecciones presidenciales del 30 de octubre de 2022, en un segundo balotaje, al expresidente Jair Bolsonaro, por un margen de votación muy estrecho (50.90% a 49.10%).
Para la fecha de toma de decisión, el presidente Bolsonaro, en vez de entregar la banda presidencial como ya se ha hecho normal, abandonó el país rumbo a Miami, mientras turbas de sus seguidores con apoyo de un sector importante de las Fuerzas Armadas, irrumpieron de manera violenta en varias instituciones, incluyendo el Congreso Nacional y la Suprema Corte de Justicia, entre otras.
Para suerte del presidente Lula, quien estaba en la Casa Blanca, Estados Unidos, en ese momento, era Joe Biden y no el actual Donald J. Trump. Si este último hubiese sido el presidente la historia de la que estuviéramos hablando sería otra.
Además de la afinidad ideológica, entre el presidente Trump y el expresidente Bolsonaro, son sobradamente conocidos los estrechos vínculos que los unen.
Incluso, el comportamiento político y la conducta de Lula, durante la gestión de Biden, no es ni la sombra de la que hoy conocemos en la gestión de Trump.
El presidente Da Silva llegó al poder en estas últimas elecciones enarbolando las banderas de la integración regional y la creación de una moneda alterna al dólar, lo que llenó de vibras de esperanza a los sectores progresistas latinoamericanos.
Sin embargo, no ha avanzado en una dirección ni en la otra.
El primer desacierto de Lula en este período gubernamental estuvo en el reconocimiento de la golpista de Perú, Dina Boluarte y en consecuencia el desconociendo al presidente legítimo, izquierdista profesor Pedro Castillo. Los otros casos, todavía más cuestionables, fueron el desconocimiento de las elecciones de Venezuela y la victoria de Nicolás Maduro Moros, pidiéndole presentación de actas y la convocatoria de nuevas elecciones y el muro de contención que le colocó a este país, para que no sea parte de los BRICS, a pesar del consentimiento de los demás integrantes, coincidiendo con las oligarquías de Perú, de Venezuela y toda la región y también con los intereses hegemónicos de los Estados Unidos de América.
El Lula de la gestión del presidente Trump
Dos motivaciones fundamentales han provocado un choque frontal entre el presidente de Brasil Luis Ignacio Lula Da Silva y el presidente de los Estados Unidos de América, Donal J. Trump: el primero tiene que ver con la persecución judicial del pupilo de Trump, expresidente Jair Bolsonaro, por parte del sistema judicial de Brasil, que lo acusa por asociación criminal armada y golpe de Estado. Y el segundo motivo es, porque Brasil es parte de los BRICS, organización que agrupa a las principales potencias emergentes del Sur Global, como contrapeso al orden económico actual.
El presidente Trump, le escribió a Lula lo siguiente: “la forma en la que Brasil ha tratado al expresidente Bolsonaro (…) es una vergüenza internacional. Este juicio no debería estar ocurriendo”, Por otro lado, el secretario del Tesoro de Estados Unidos, Scott Bessent, expresó que el magistrado Alexandre de Moraes, Juez del Supremo Tribunal Federal de Brasil, es responsable de una campaña opresiva de censura, detenciones arbitrarias que violan los derechos humanos y procedimientos politizados, contra el expresidente Jair Bolsonaro.
En este sentido, el presidente Trump firmó la Orden Ejecutiva mediante la cual, señaló que las acciones del gobierno de Brasil y del Supremo Tribunal Federal “amenazan la seguridad nacional, la política exterior y la economía de Estados Unidos".
Por esta razón, impuso aranceles del 50% a Brasil y le revocó la visa al magistrado a través del Departamento de Estado.
Frente a estas medidas arrogantes y soberbias del presiente Trump, el presidente Lula ha respondido con gallardía y coraje, como un verdadero jefe de Estado, al decirle que Brasil no negociará como si fuera un país pequeño frente a un país grande.
Dijo, además, que la justicia de su país es soberana y que los Estados Unidos de América la estaban violando.
No cabe dudas de que el presiente Lula, por la forma en que ha encarado la arrogancia imperial, ha revitalizado su imagen soberanista y progresista, aumentando considerablemente su simpatía al interior de su país, en la región latinoamericana y el mundo.
Ahora bien, el presidente Lula debe saber muy bien que enfrentar al imperio no es un juego de dominó o de cartas, es algo bastante serio.
Los norteamericanos no perdonan ni olvidan. Lula está obligado a reconfigurar el cuadro de sus aliados estratégicos y coyunturales en la región y el mundo.
Él tiene la oportunidad que le brinda la historia de convertirse en el referente principal de la izquierda en América Latina, en el eje motorizador de las fuerzas antimperialistas y progresistas de la Patria Grande. Y revitalizar así su deteriorada imagen de los últimos años.