Por Federico Pinales
El dominicano es un grupo humano que marca territorio donde quiera que pisa.
No importa el área en la que se desarrolle.
Ya lo ha demostrado en el arte, la música, los deportes, el arte culinario, los negocios, la política y hasta en la delincuencia.
Su estilo característico jovial, alegre, servicial, amable y divertido lo identifica y lo convierte en una especie de imán natural, que atrae a los demás en forma espontánea y automática.
Ahí ha radicado parte del éxito de muchos emigrantes quisqueyanos, dispersos por diversos países del mundo.
Los deportistas abarrotan estadios de fanáticos, los artistas llenan los más grandes escenarios, los restaurantes, salones de belleza, peluquerías, bases de taxis, talleres de mecánica, centros de asistencias médica, supermercados y bodegas de los dominicanos en el exterior, viven llenos de clientes de todas las nacionalidades.
La vida me ha dado la oportunidad de conocer muchos países y abordar decenas de cruceros, de diferentes compañías, en muchas de las cuales ha sido escasa la presencia de empleados y pasajeros dominicanos, pero los pocos que he visto han hecho la gran diferencia.
En los que más dominicanos he visto, ha sido en los cruceros que hacen las rutas del Caribe y otros países de América.
Sin embargo, me llamó poderosamente la atención, que en uno de los barcos de diversión que menos dominicanos vi como empleados y como pasajeros fue en uno de los últimos que anclaron en Puerto Plata, la semana pasada del primero al 7 de enero de este año.
En ese crucero andábamos alrededor de 6,000 personas, de esa cantidad 4,441 éramos pasajeros y 1,600 eran empleados. De esa cantidad de tripulantes solo tres eran dominicanos y una pareja de pasajeros.
Según estadísticas del mismo barco, suministradas precisamente por el único dominicano que trabaja en el área de servicios a los clientes, aproximadamente el 75% de los 1,600 empleados eran filipinos, los demás provenían de la India, Latinoamérica y otros países asiáticos pobres, sin muchas oportunidades para los jóvenes recién graduados en las universidades de esos países. Razón por la cual, la gran mayoría del los 1,600 tripulantes del barco eran egresados universitarios, condición mínima para entrar a trabajar en ese barco, aunque sea para el área de limpieza.
Ahora bien, la importancia de tomar este crucero como ejemplo para ilustrar el encabezado de este artículo, es porque esos tres dominicanos empleados del barco y la pareja de pasajeros hacían la diferencia en las áreas de diversión dedicadas a proyectar la música y la cultura latina.
Que vivan los dominicanos que, con sus trabajos y sus conductas proyectan el buen nombre de la República Dominicana y el espíritu alegre, amable y servicial de su gente buena. Rogándole a Dios que mande para el infierno a quienes con sus malas acciones intentan enlodar esa imagen positiva, que todos debemos preservar, donde quiera que pisemos.