Por Melton Pineda
Una de esas mañanas que al parecer usted sale con el pie izquierdo, le dábamos seguimiento a una situación que veía venir, precisamente, en la primera casa que compré, con mucho sacrificio, en la calle Respaldo 18 número 34, en el ensanche Quisqueya. Visitaba el lugar, porque vivía una persona que ya le había pedido que se mudara, por las malas informaciones que me llegaban.
Esa vivienda tenía plato, sin piso, empañetada, con un buen patio y un jardín envidiable.
En tres meses terminé de construir la vivienda a la espera de casarme y usarla como el hogar donde viviría con mi esposa Luchy. Nos casamos y después de varios meses viviendo en el sector Las Caobas, decidimos solicitar, legalmente nuestra propiedad.
Allí vivía un señor que por su comportamiento había que rescindir el contrato, además de que nos adeudaba 9 meses de renta, y nunca paraba en ella.
En una ocasión, a eso de las 8:00 a.m., le toqué el timbre desde afuera y le dije que pagaba o se mudaba. Con esa misma prepotencia del mala paga, me dijo: “mire señor Pineda, ni le voy a pagar ni me voy a mudar, haga lo que usted quiera”.
Busqué un abogado, y lo sometimos ante los tribunales para un desalojo compulsivo.
Pese a la mediación del amigo periodista Carlos Nina Gómez, que era amigo de un hermano del hombre, no fue posible una solución amigable.
Luego de los hechos acontecidos, el hermano del narco me acusaba de que le habíamos echado a la Dirección de Narcóticos de la Policía atrás para hacer huir a su hermano, cuando la realidad era que su hermano estaba siendo seguido de cerca por actividades ilícitas.
Luego, el hermano se convenció de todo lo que hacía su querido hermanito y la situación se aclaró, gracias a una nueva intervención del colega Nina Gómez.
Entre audiencia y audiencia, en el Palacio de Justicia del ensanche La Fe, por la calle Pedro Livio Cedeño, en una ocasión, el hombre, de seis pies y una corpulencia de 300 libras, pensó que le temía, apreciación muy errada.
A la salida de la audiencia, el narco, me provocó y de forma airada, intenta agredirme, pero lo contuve, con la pistola sobada, dispuesto a lo que él quisiera. “Ahhh, ¿es con pistola? “Como tú quieras”, le dije. Y él respondió: “no te apures.. Y yo: “bueno, serás tú el que está apurado, echa pa lante”.
En medio de esa disputa, una noche me llaman unos vecinos y para informarme que el inquilino se había mudado.
Los vecinos del ensanche Quisqueya estaban despiertos a esa hora, por unos problemas familiares que siempre tenía un oficial de la Policía en la casa de enfrente, una señora muy gentil, seria, de su hogar y amiga. Los vecinos se pusieron en alerta al ver los movimientos de mudanza de la vivienda.
A eso de las seis y media de la mañana, acudí al lugar, muy incrédulo y con la sospecha de que algo grande estaba pasando.
Miré por los alrededores de la vivienda acompañado de nuestro amigo, el coronel Onésimo Lebrón y por el patio, notamos que la casa estaba vacía.
Volví a mi casa, y cogimos a cubrir la fuente del Palacio Nacional, por el canal 2 de Teleantillas.
Nos pusimos a la espera del Jefe de la Policía, Mayor General Tejada Báez, quien todos los días llegaba a esa hora al Palacio Nacional, para la reunión de información con el Presidente Joaquín Balaguer. (1986).
Al llegar el jefe policial, lo abordé, y le expliqué que tenía urgencia de verlo después de la reunión con el mandatario.
Después de una hora de espera, el jefe policial me aborda e iniciamos una conversación. Desde que comencé a hablarle que teníamos una propiedad en el ensanche Quisqueya y que tenemos la sospecha de que algo grande estaba pasando, porque esa persona se mudó en la madrugada.
Le informé que estábamos de justicia, por mala paga y una deuda de once meses.
El General Tejada Báez me dijo: “Melton, no me digas que esa casa es la número 34 de la Respaldo 18”.
A decir verdad, mis sospechas se afianzaron desde que el propio jefe de la Policía tenía precisión de la casa de la cual le hablaba y que la institución venía dando seguimiento a los ocupantes.
Tejeda Báez, me dice: “Ven, vamos al Palacio a mi Despacho, ven en mi vehículo”. Para determinar si era en calidad de preso que me hacía la invitación en su automóvil, le dije: pero yo tengo mi vehículo,” ahhh, pues, yo salgo por la puerta de la México, sígueme”.
Llegué al Palacio de la Policía, en la Leopoldo Navarro, subí hasta la tercera planta al Despacho del alto oficial, me llevó a un antedespacho y me dijo: “siéntate ahí, que yo vengo ahora”. Al rato, llega sin la chaqueta y sin la pistola al cinto y sin kepis.
Toma el teléfono interno y llama: “coronel Valenzuela, suba a mi despacho, si usted supiera a quien tenemos aquí, al dueño de la casa 34 de la Respaldo 18 del Ensanche Quisqueya.” Yo solo escuché por el auricular del teléfono: ¡Cómo, subo de inmediato!
A los dos minutos sube el oficial. Y señalándome dice: “¿y dónde usted cogió a este magnate…?” “No, no, ¿usted sabe quién es ese hombre”? Ese es el periodista Melton Pineda, ¡cómo!, exclamó el oficial, el que cubre el Palacio Presidencial, además, es mi amigo”.
Vamos a hablar con él, que tiene muchos detalles.
Inicié el recuento de los hechos, los sometimientos que le había hecho a esa persona para que abandonara la vivienda y que me debía once meses de alquiler y que decía que no se mudaba, por lo que procedí a someterlo por mala paga y guapetón.
“Y ahora voy y la casa está vacía, algo grande ha pasado”, les digo.
El oficial nos da detalles sobre las actividades ilícitas del inquilino. Y comienzan la historia. “Esa persona es un narcotraficante, que le dábamos seguimiento, y ayer quemó dos vehículos llenos de droga de una avioneta que cayó hace unos días en las montañas de Las Salinas, Barahona, esa fue la última droga, y una van, blanca que ellos se movían con un español… salieron del país en la madrugada de hoy, rumbo a Panamá y parece que ellos están conectados con alguien en Colombia”.
Con tantos detalles yo estoy hecho una sola pieza.
El coronel que da el informe me pregunta que dónde conocí a ese señor. El jefe policial, dice: “no, esa no es la pregunta. “¿Usted tiene contrato de alquiler con ese seño?”
Le presento el documento y dice: “ahhh, es una oficina de abogados”.
“Y quién es ese abogado”, pregunta el coronel. “Bueno, ese abogado es Testigo de Jehová, un hombre muy serio, él y su familia, lo conocí a través del colega Héctor Amparo, es el Dr. Carlos Silver, (ya fallecido) y tiene su bufete allí en la Respaldo l8 esquina 27 de Febrero, en el segundo piso. Hablen con él”. Al doctor Silver lo citaron a la PN y fue interrogado y despachado.
“Bueno, vayan a la vivienda, y entren, y revísenla, búsquense a un fiscal y me informan”, dice Tejada Báez.
Para allí salimos con unidades de investigaciones de narcótico de la PN y un fiscal.
Al legar a la casa, los vecinos se alarman, en la creencia de que nos han conducido preso.
Uno de los oficiales, me dice: “Melton, entre a su casa”. Le respondo: “noooo, entren ustedes primero, y luego yo”. Cierto, la casa estaba vacía, algunas evidencias en la última habitación de trazos de un polvo blanco, y algunas fotos que dejaron. La Policía levantó esas evidencias y se las llevó.
Retornamos al Palacio de la Policía y luego al Palacio Nacional a nuestras acostumbradas labores profesionales.
Una vez allí, el jefe policial, conociéndonos, dice: Melton, pero tenemos más de dos meses detrás de esa persona, y evadía el rastro cuando lo perseguíamos”.
El coronel me dice: “¿Ese carro rojo deportivo es suyo? Le digo que sí. Y responde: ahhh, ese carro lo seguimos varias veces, cuando iba a esa vivienda, se entraba en Teleantillas, pero también al Palacio Nacional, le aclaro, que sí, por eso no sospechábamos que ese vehículo estuviera vinculado al inquilino.
Luego la PN me informa que la llave de la casa, el inquilino la dejó donde una hermana en los Tres Brazos, donde están los trastes de la vivienda y estaban esperando, que vaya alguien a procurarlos.
En ese ínterin, viviendo en el Sector Las Caobas, con nuestra esposa y la primera hija que teníamos de unos dos meses de nacida, también vivía junto a nosotros el entonces capitán del Ejército Nacional, Héctor Belisario Medina y Medina y su esposa, también recién parida de una niña.
Viviendo allí, acontece que en la madrugada, desconocidos intentaron robarse el carro rojo deportivo y lo dejan en el medio de la calle, con las puertas abiertas y una nota que decía: “Si te mudas en la casa del ensanche Quisqueya, tú vas a ver lo que te va a pasar”.
Lavamos la vivienda, y a las dos semanas, la ocupamos con nuestra familia y la esposa y nuestra primera hija de unos dos meses de nacida.
Luego, a los dos días, mi esposa trabajaba en el Instituto Dominicano de Seguros Sociales (IDSS), El capitán Medina Medina iba a su servicio militar y la esposa salía de la casa, donde se quedaba un familiar atendiendo a la bebé.
Me llama mi esposa a Prensa del Palacio Nacional, para que la recogiera y fuésemos de urgencia a la casa, que pasaba algo grande. “No sé cómo no choqué en el trayecto. Nos cuenta que una persona desde la puerta de hierro le exigía al servicio de la casa que le entregara la bebé. El servicio se negaba, luego brincó por el patio, entendiendo que la puerta estaba abierta, y los vecinos auxiliaron y el desconocido huyó.
Luego, se dispuso una seguridad discreta en torno a nosotros, por si algo pasaba. Nos agenciamos una seguridad familiar extra, cambiamos de automóvil y así discurrió todo.