Por Emiliano Reyes Espejo
Los añorados años noventa fluyeron en tiempos que se caracterizaron por las belicosidades y las luchas ideológicas. Latía en la región y en el mundo la denominada “Guerra Fría” que libraron entonces Estados Unidos y sus aliados contra los países de la “órbita soviética”, integrada por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), la República Popular China, Corea del Norte y otras naciones.
Cuba, según la lógica de esta disputa ideológica de estirpe mundial, se alineó con la URSS y desde entonces la isla de Antonio Maceo y José Martí se convirtió en el “blanco perfecto”, eterno, de ataques y bloqueos, en medio de la guerra que libran las potencias hegemónicas de los campos capitalistas y socialistas.
Pero ocurrió que con la consolidación de la revolución socialista, en Cuba surgieron grupos opositores al régimen, muchos de los cuales a causa de la persecución tuvieron que emigrar a países vecinos. Estados Unidos, específicamente Miami, fue el lugar que acogió al mayor número de los exiliados cubanos. Otros, no menos importantes se radicaron en Venezuela, donde se arraigaron con poderosos grupos económicos que dominaban diversas áreas de la economía y las finanzas de la nación suramericana.
Desde estos flancos, Venezuela, Miami y otras naciones de la región, incluyendo a República Dominicana, realizaron intensas acciones dirigidas a derrocar al régimen socialista de Cuba. Se trató de una guerra sin pausa en la que no se escatimaron esfuerzos ni oportunidades para asestar golpes, hasta ahora sin mayores éxitos, en interés de derribar al gobierno de los hermanos Fidel y Raúl Castro Ruz.
Para ese entonces yo asistía junto a periodistas de América Latina, Centroamérica, el Caribe y España a un entrenamiento sobre “ciencia y tecnología en la industria petrolera” que tuvo lugar en el Instituto de Estudios Avanzados (IDEA), de Caracas, Venezuela.
De Cuba asistió el periodista Jorge Luis, una persona amena, aptitud atlética, de gran calidad humana y profesional que desempeñaba un puesto importante en una agencia de prensa cubana. Se produjo entre éste y yo una increíble empatía y, como buenos caribeños, comenzaron a darse algunas afinidades.
El Instituto IDEA, ubicado en una zona alta, en las afueras de Caracas, nos proporcionó albergues. Estando allí, Jorge Luis, como atleta consumado y periodista, me invitó a caminar en las cercanías del Instituto. Me decía que era la manera de mantenernos en forma. ¿Para qué quería el colega sostener esta fortaleza física? ¿Por qué insistía en caminar por estos senderos poblados de árboles del entorno del recinto? ¿Se preparaba para un evento de mayor envergadura que escuchar conferencias y escribir interminables líneas de textos noticiosos?
No sé cómo, pero ocurrió que grupos de exiliados cubanos detectaron la presencia de Jorge Luis en este seminario en Sartenejas. Estos se activaron y comenzaron a invitarlo a reuniones en hoteles de la capital venezolana.
– “Me quieren reclutar. Me piden desertar de Cuba y abandonar la revolución”, me relató Jorge Luis. Formuló estas confidencias mientras trotábamos por senderos poblados de árboles de los alrededores del instituto de Ingeniería, próximo a la sede del IDEA. Hacíamos esto horas antes de integrarnos a las actividades académicas del seminario. Esa vez me confió que era un hombre fiel a la revolución y que, por ninguna circunstancia ni tentaciones, iba a desertar y traicionar el proceso revolucionario que se desarrollaba en su país.
Un día, Jorge Luis me comunicó que le hicieron una nueva invitación, esta vez a un restaurante de lujo del centro de Caracas. Aunque le abrigó cierto temor, dijo que iría, que no tenía nada que perder.
– “Oye chico, yo estoy preparado para ir a la guerra si fuera necesario”, dijo. –“A mí no me asustan estas cosas. Si hay que hablar, hablamos, después de todo ellos son cubanos igual que yo, a qué debo temer”, agregó.
No obstante, Jorge Luis me reveló algunas coordenadas y direcciones para que me comunicara con sus superiores en Cuba, si no regresaba de esta cita en el hotel-restaurante caraqueño.
– “Por si acaso chico, por si acaso; tú sabes cómo están las cosas; esta es una guerra, chico, pero en otra dimensión, y hay que estar precavidos”.
Esa tarde los compatriotas pasaron a buscar a Jorge Luis en un flamante vehículo de lujo, él se acercó a mí en plena disertación de un conferencista, y me dijo: – “Me voy a reunir con estas personas, ya tú sabes…”. Al otro día me preocupé bastante, porque Jorge Luis no me llamó de madrugada, como de costumbre, para ir a caminar. Me tranquilicé cuando lo observé sentado con la puntualidad de siempre en las charlas del seminario.
En el receso se me acercó y me dijo: “Tenemos que hablar, te voy a contar todo…”. Y así lo hizo:
– “Oye chico, me llevaron a un restaurante de lujo, ríete”. Y agregó: –“Me sentaron en una mesa y los mozos que me servían llevaron puestos unos trajes de frac que, en un momento, pensé que eran los dueños del negocio”. Nos reímos. – “Allí, después de buenas comidas y buenos vinos, apareció un señor, elegantemente vestido, y comenzó a conversar conmigo”.
– “Fue tajante. Me explicó, paso por paso, que todo estaba preparado para que asistiera al otro día a una rueda de prensa, en la cual yo anunciaría mi deserción de la revolución cubana y que me quedaba en Caracas, en repudio al régimen castrista”.
Expresó que él quedó perplejo. No sabía qué decir. Colocó sus manos en la cabeza y se estribó un poco hacia atrás, pensativo, ensimismado. En el ínterin, el expositor principal le extendió un documento meticulosamente redactado que se suponía él leería a la prensa nacional, la cual ya había sido convocada. No sabía qué hacer. Y a seguidas, pensó: – “Caí de manera pendeja, como un corderito, en una encerrona, yo que me creía preparado para todas las circunstancias”.
Reflexionó y rápidamente manifestó a sus compatriotas que no estaba preparado para dar ese paso. Tendría que pensarlo. Pidió que le dieran esa oportunidad, a lo cual asintieron. Le dijeron que siguiera pidiendo lo que quisiera en el restaurante, incluso para llevar, y luego se retiraron no sin antes expresar que esperaban una respuesta correcta de su parte.
Antes de retornar al Instituto, sus anfitriones les pasearon por todas las avenidas, calles y barriadas de Caracas en un vehículo de lujo, mientras conversaban con Jorge Luis y explicaban las diferencias, el contraste del paraíso capitalista caraqueño, en plena época dorada del petróleo, y la situación de penuria que vivía Cuba. A éste, además, le ofrecieron un buen empleo y un cambio de vida total, ganando en dólares en Venezuela o en Miami, donde decidiera.
Después de escucharlo, pregunté a Jorge Luis qué había resuelto, si daría el paso de abandonar sus creencias revolucionarias ante tantas tentaciones. –“No, no, yo no abandono la revolución”, me contestó, tajante. Éste, según me dijo luego, se comunicó con sus reclutadores y le explicó que no daría ese paso. eElos les dijeron que lo comprendían y respetaban su decisión. No obstante, pasaban con frecuencia a buscarlo en buenos vehículos y él se iba con ellos sin mayores inconvenientes. –“Después de todo, somos cubanos”, me refería entre risas.
En el transcurso del seminario unos colegas centroamericanos y de España también les propusieron irse a estos países y no retornar a Cuba. El colega de Chile le dijo que podía conseguirle trabajo en su país, ganando en dólares.
– “Estoy tentado a irme a Chile”, me reveló en una oportunidad. –“El colega chileno me propuso un salario en dólares en ese país”.
Al finalizar el seminario se propaló la versión de que Jorge Luis se iría a Chile, pero éste lo negó. En la fiesta de despedida “a puro merengue”, todas querían bailar con el dominicano y yo no era muy diestro, pero tuve que hacerlo hasta el cansancio. Para mi suerte, en el grupo había un estratega venezolano que había vivido en Santo Domingo y conocía bien a Guachupita, Los Guandules y otros barrios. Había sido asesor estratégico del líder perredeísta José Francisco Peña Gómez y del licenciado Jacobo Majluta, y como buen asesor, aprendió a bailar merengue mejor que yo.
En medio de la fiesta se presentaron los cubanos amigos de Jorge Luis y les llevaron una buena cantidad de regalos para que los llevara a Cuba.
Pasado el tiempo, el periodista argentino Enzo Ríos, uno de mis contertulios en el seminario, me llamó que había llegado a Santo Domingo y estaba hospedado en un hotel ubicado en la avenida Duarte con calle París. Cuando lo escuché, no le creí, pensé que era una broma; pero confirmé que sí, que estaba aquí y me apresuré a decirle que no saliera de la habitación del hotel, que yo iría a buscarlo. Ya en mi hogar, le expliqué que esa era una zona delicada y estaba expuesto a muchos peligros.
La inesperada llegada de éste fue motivo de mucha alegría y de buenos recordatorios. Conversamos hasta avanzada la madrugada y en eso salió a relucir el amigo común, el cubano Jorge Luis, y me explicó:
– “Él está en Argentina, le conseguí trabajo y está allá con nosotros”.
Eso me causó una enorme satisfacción.
*El autor es periodista.