La postura de la presidenta de México fue clara y contundente: cualquier cumbre que excluyera a países del continente dejaría de ser una "Cumbre de las Américas" para convertirse en un "cónclave sesgado".
Por Rafael Méndez
La X Cumbre de las Américas, que debía celebrarse en República Dominicana, ha pasado de ser un faro de diálogo continental a convertirse en el epicentro de una sonora derrota diplomática. Oficialmente pospuesta hasta 2026 debido a "profundas divergencias", esta claudicación es el primer y contundente "efecto dominó" de una política de exclusión impuesta.
El rechazo de países clave como México y Colombia forzó la mano del bloque regional que dijo "No" a la agenda preestablecida, percibida como un intento de alineamiento hemisférico. La secuencia fue clara: Exclusión/Rechazo/Pérdida de Legitimidad, culminando en la Suspensión Obligatoria. Este revés político mayúsculo para el eje EE. UU.-República Dominicana expuso al país anfitrión como un simple ejecutor de una agenda imperial incapaz de sostener la convocatoria.
El "eco de la suspensión" resuena con una lección ineludible: la soberanía en política exterior es el activo más valioso de cualquier nación. La suspensión, impulsada por la acción colectiva del Sur global, marca un precedente histórico que señala el fin de las imposiciones unilaterales. El multilateralismo de las Américas solo puede avanzar bajo el principio irrenunciable de la inclusión total.
La exclusión sella el destino de la Cumbre
El destino de la X Cumbre de las Américas no se decidió en Santo Domingo ni en ninguna capital latinoamericana, sino en la férrea postura adoptada sobre quién debía sentarse a la mesa. El principal factor gravitacional que sentenció el evento fue la insistencia, impulsada principalmente por Washington, de excluir a los gobiernos de Cuba, Nicaragua y Venezuela.
Esta postura reactivó una división histórica en el hemisferio: la que opone la diplomacia basada en la inclusión (sostenida por el bloque progresista) contra la política de sanciones y vetos (promovida por la Casa Blanca y sus aliados). En el contexto regional actual, mantener una línea roja basada en la exclusión fue un error de cálculo monumental.
La dinámica era sencilla: al vetar a tres naciones, se vetaba de facto la legitimidad del encuentro para representar a la totalidad del continente. El objetivo declarado de la Cumbre –abordar desafíos comunes de seguridad y desarrollo– quedó inmediatamente eclipsado por un debate ideológico sobre la soberanía de los Estados. La Cumbre, antes de empezar, se había convertido en un foro ideológico parcializado, haciendo inminente el colapso de la asistencia de alto nivel.
RD: Vocero de la agenda excluyente
En el entramado de esta debacle diplomática, el papel de República Dominicana (RD) como anfitrión ha sido objeto de intensa crítica. La decisión de la suspensión, comunicada de manera concisa y sin mayor justificación que las "divergencias", reforzó la narrativa de que el país caribeño operó como un mero vocero o ejecutor de una agenda preestablecida.
Desde el anuncio de la sede, las presiones de la diplomacia estadounidense para mantener la exclusión fueron evidentes. Al ceder a esta exigencia, la República Dominicana comprometió su papel de mediador neutral y asumió el riesgo de ser percibida como una pieza clave en el esquema de la política exterior de la Casa Blanca. La suspensión, por lo tanto, no se presentó como una decisión soberana para reevaluar la logística, sino como el reconocimiento forzado de que no se podía garantizar la asistencia de peso sin romper con la línea de Washington.
El impacto es que RD no solo perdió la oportunidad de un gran escaparate diplomático, sino que su imagen en la región quedó ligada a la claudicación ante la presión imperial. El gobierno dominicano se limitó a informar la suspensión, en lugar de liderar un proceso de negociación que buscara salvar el consenso. Este acto de mero acatamiento es visto por muchos analistas como la admisión de que el país anfitrión no tenía el control real sobre la agenda ni la lista de invitados de "su" propia Cumbre.
México-Colombia, y el dominó diplomático
Si la política de exclusión fue el factor gravitacional que sentenció el evento, fue el "Veto del Sur", liderado por las decisiones de México y Colombia, lo que activó y completó el temido efecto dominó que forzó la suspensión. La postura de la presidenta Claudia Sheinbaum, desde México, fue clara y contundente: cualquier cumbre que excluyera a países del continente dejaría de ser una "Cumbre de las Américas" para convertirse en un "cónclave sesgado". A ella se sumó el presidente colombiano, Gustavo Petro, cuya diplomacia ha abogado consistentemente por un acercamiento multilateral sin exclusiones ideológicas.
El peso combinado de estas dos naciones era insuperable. México y Colombia no solo representan dos de las economías más vigorosas de América Latina, sino que sus líderes gozan de una significativa influencia moral y política. Su negativa a asistir, a menos que se garantizara la participación de todos los Estados, dejó al eje EE. UU.-RD en una posición insostenible. La ausencia de estos dos gigantes regionales significaba la pérdida de legitimidad total del evento.
Ante el inminente anuncio de que otros líderes progresistas como el de Brasil seguirían el mismo camino, parece lógico que los promotores de la Cumbre entendieran que la única opción era el repliegue. La decisión de la suspensión, por lo tanto, no fue un acto de proactividad, sino una reacción forzada a la cohesión del bloque regional que dijo "No" a la agenda impuesta. El efecto dominó fue así: Exclusión/ rechazo de México/Colombia/ pérdida de legitimidad/ suspensión obligatoria.
El eco y las opiniones encontradas
El anuncio oficial de la suspensión detonó un "eco en comunicación" que, lejos de calmar las aguas, magnificó la derrota. Los medios de comunicación y los analistas se dividieron en tres grandes frentes, confirmando la polarización que la Cumbre pretendía (y fracasó) en superar.
El eje EE. UU.-República Dominicana, y sus aliados, enarbolaron la narrativa de que la suspensión era la prueba irrefutable de la intransigencia de los gobiernos vetados. Esta posición se centró en presentar la cancelación no como un fracaso diplomático propio, sino como una consecuencia directa de la "toxicidad" de los regímenes de Cuba, Nicaragua y Venezuela, subrayando la imposibilidad de un diálogo fructífero y buscando justificar la política de exclusión como una necesidad moral.
Por su parte, el Bloque Progresista Regional celebró el desenlace como una contundente victoria de la soberanía y el multilateralismo inclusivo. La tesis que prevaleció en ese frente fue que la región ya no tolera el tutelaje de Washington ni las imposiciones ideológicas. Los gobiernos de México y Colombia ratificaron que el diálogo continental debe ser sin exclusiones, y que la suspensión validaba su postura firme ante la agenda de división.
Los analistas independientes y la prensa crítica señalaron la suspensión como un fracaso rotundo de la diplomacia dominicana y un precedente negativo. Las críticas apuntaron a la incapacidad de RD para mediar una solución y a la subestimación de EE. UU. sobre la creciente autonomía política de los nuevos líderes latinoamericanos, destacando que el vacío dejado por la Cumbre será llenado por foros como la CELAC, donde Washington no tiene voz ni voto.
Consecuencias del revés
La suspensión forzada de la X Cumbre de las Américas es mucho más que un contratiempo logístico; es un diagnóstico claro del declive de la influencia estadounidense en el continente y una advertencia sobre el riesgo de sacrificar la autonomía diplomática. El principal "efecto dominó" a largo plazo es la cristalización de una significativa derrota política para el eje EE. UU.-República Dominicana.
Para Estados Unidos el fracaso demuestra que su estrategia de forzar una división hemisférica entre "democracia" y "autoritarismo" —evocando prácticas de la Guerra Fría— es insostenible ante la nueva correlación de fuerzas. Los líderes de peso en la región han demostrado que están dispuestos a priorizar la integración y el multilateralismo inclusivo sobre las directrices de Washington. Esta derrota erosiona la credibilidad de EE. UU. como articulador de consensos en el hemisferio, dejando un vacío que será, inevitablemente, cubierto por foros alternativos como la CELAC.
Para República Dominicana el costo político de haber sido el ejecutor de la política de exclusión es alto. El país, que históricamente ha intentado balancear su cercanía con EE. UU. y su rol regional, terminó perdiendo la oportunidad de ser un anfitrión exitoso y, peor aún, se ganó la percepción de haber supeditado su diplomacia a intereses externos. La derrota se materializa en la pérdida de confianza de sus pares regionales y en el deterioro de su imagen como posible puente entre las dos visiones de América.





