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sábado, mayo 31, 2025
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De Cumbre en Cumbre 3 de 3

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Por Rafael Céspedes Morillo

No hay peor diligencia que aquella que no se hace. El resultado se puede conocer sin grandes análisis, porque simplemente no pasará nada. Así ocurre en las llamadas cumbres, no en todas, apenas en el 98.8% de los casos.

Vengo de una zona rural de la provincia Sánchez Ramírez. Nací en Los Caboríes, sección que pertenece a Comedero Arriba, allí donde los petigrís participaban en los desafíos de la brisa, con vuelos arriesgados y sin aparente norte, pero siempre se posaban en las ramas de su elección. Era parte de las cosas naturales que los muchachos disfrutábamos, apostando cuál sería el destino. Difícilmente acertábamos; eran muy impredecibles. Así se pasaba el tiempo, con uno que otro sueño cargado de expectativas y de notas aprendidas de los mayores.

Eran muchas las estampas que recuerdo de esa niñez sin celulares, sin agua por tubería, con retretes y pocilgas, con ordeños y, en especial, con los productivos “convites”. Esto, creo, es lo que falta hacer en Haití: un “convite político”. Lo explicaré.

Vivo haciéndome preguntas de modo permanente, tratando de ver las opciones que se presentan en diferentes casos, y una de ellas es, justamente: ¿por qué Estados Unidos, Canadá y República Dominicana —para solo mencionar estos tres países— no forman un “convite político”? Que tomen ese país, Haití, y lo militaricen, lo asuman política y económicamente, y sin duda que en dos o tres años pudiera salir de allí un nuevo Haití, con orden, seguridad, democracia y, por lo menos, el comienzo del necesario progreso.

Dos o tres años no son muchos. Tienen más de 25 años diciendo que se está haciendo algo, y no ha habido resultados. De modo que usar dos o tres años con un proyecto de nación bien orquestado y con las herramientas necesarias —tanto económicas como humanas—, no tengo duda de que se puede lograr algo diferente a lo actual. Y creo que nosotros, como país, deberíamos proponerlo y empujarlo, porque, al final, ninguna otra nación es más perjudicada y sufrida que la nuestra con la situación haitiana. Nosotros no podemos seguir expuestos. Nosotros no debemos seguir posponiendo la solución; al revés, debemos empujarla antes de que sea tarde.

Haití se merece una mejor suerte, pero nosotros también. Y la invasión haitiana en Dominicana es evidente, solo que aún es pacífica. No sabemos cuándo pudiera ser violenta. En la capital, por lo menos, hay pocas esquinas donde no haya un “negocio” de un haitiano. No hay un edificio donde el sereno o cuidador no sea haitiano. Nos tienen ocupados, nos tienen rodeados, pero al mismo tiempo no se nota que agradezcan que les demos oportunidades. Al contrario, a veces parece que consideran que es nuestro deber, y si no lo hacemos, somos desgraciados.

Empresarios que ven en los haitianos una oportunidad de ganar más, sin importarles el país, solo su cuenta bancaria. Ojalá despierten antes de que ocurra una situación de guerra, porque en ese caso el resultado sería devastador para todas las partes. 

Nosotros debemos intentar hacer cosas para evitar una desgracia nacional. No tenemos mucho que ganar ganándoles a los haitianos en una guerra bélica. La mejor posición que podemos —y creo que debemos— agotar es dejar los paliativos y dedicarnos a crear las condiciones para una salida patriótica, con la opción de beneficios para las dos naciones, no solo para una. 

Nosotros tenemos más que perder. Vamos a unir el clamor de pedir a esas tres naciones que formen el “convite político” a favor de los haitianos, que al final resultará en beneficio también para los dominicanos.

Rafael Céspedes Morillo
Rafael Céspedes Morillo
Rafael Céspedes

1 COMENTARIO

  1. Parece absurda la idea, pero es lo mejor que he leído sobre la posibilidad de acercar la Nación haitiana al desarrollo humano. Me lo imagino algo así como a la Alemania unida, dónde una de las naciones absorbe la problemática fundamental de la otra para impulsar todo hacia el crecimiento económico, geográfico, geopolítico, ambiental, social, cultural, militar, de seguridad, educativo, comercial, industrial, lingüístico, pesquero, agrícola, ganadero, turístico, marítimo y, en fin, en el crecimiento general y consensuado y el progreso nacional. Pero eso requiere mucha cooperación y alejarse de toda mezquindad que, posiblemente , se dé entre los haitianos, quienes seguramente se sentirán atropellados o en desventaja para constituir una NACIÓN hermanada y respetuosa de sus congéneres y de su destino, el que seguramente sería mejor en todos los sentidos, si estuviesen unidos como una sola Patria, una sola Nación, un sólo País y un sólo Estado.

    Créame, me gustaría ver esa fusión. Los haitianos no tienen nada que perder, al contrario tienen todo por ganar. Y dejaríamos de ver una nación en ruinas y en miseria permanente que ya parece no tiene arreglo institucional para prosperar en medio de tantas dificultades que atraviesa y que parecen perpetuarse. Por supuesto, hace falta que Haití renuncie a muchas de sus prerrogativas como Estado y hasta que su cultura ceda en varios aspectos. Sobre todo debería haber consenso en que la primacía del gobierno debe estar eel lado dominicano, por su mayor y mejor experiencia en esas lides y por su demostrada efectividad en la administración pública.

    No digo más, amigo.

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