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lunes, enero 6, 2025

Ciclo económico y crecimiento en tiempos bélicos

Por Bernardo Hirán Sánchez Melo

En una entrega en pleno apogeo de la pandemia del COVID-19, hace unos cuatro años, escribimos sobre el Ciclo económico y crecimiento entiempo del COVID-19.

En esta ocasión, el planteamiento teórico sobre las crisis cíclicas del capitalismo con nuevos ingredientes post pandémico, de carácter bélico: las guerras territoriales entre Ucrania-Rusia, Israel-Palestina-Líbano-Siria, el subyacente conflicto territorial Azerbaiyán-Kazajistán, y la guerra comercial Chino-EE. UU., a la vez que actualizamos los datos preliminares y proyecciones de la economía local con los datos reales
de estos últimos años registrados por las instituciones oficiales y las proyecciones de crecimiento para el 2025.

Para entonces, escribimos que, en las últimas décadas, la obsolescencia de los bienes de capital e industrializados de consumo se ha acelerado a una velocidad inusitada, acortando la vida útil de los mismos por los avances tecnológicos y la ciencia, lo que ha conllevado a que los movimientos ascendentes y descendentes de la economía, cada vez más irregulares en lo relativo a las fases consecutivas de depresión, reanimación y auge, se manifiesten en crisis económicas más heterogéneas, como lo fue la crisis del petróleo de 1973-75, o la crisis tecnológica del 2001, o la crisis inmobiliaria del 2008-2010.

Para muestra un botón, escribimos entonces: la extrema velocidad de obsolescencia de la tecnología del beeper ante la aparición del celular conllevó no sólo a la desactualización de los niveles de inventarios existentes, sino también a la desaparición, reconversión, readecuación, renovación, de miles de empresas, con los consiguientes efectos en los puestos de empleos ubicados en todas las etapas de la
cadena de valor en la producción de ese tipo de producto.

Hoy en día se puede ejemplificar con el auge inusitado de vehículos eléctricos en la industria automotriz y los procesos de fusión entre corporaciones fabricantes de automóviles por la pérdida de competitividad de empresas occidentales ante las corporaciones chinas.

Todo esto implicó e implica mayores requerimientos de inversión en las nuevas tecnologías y procesos productivos. Claro, no siempre está disponible a todos los fabricantes y desarrolladores, dada la
característica de rivalidad existente entre las grandes corporaciones y la acentuada competencia entre países industrializados.

Así, en un esfuerzo conceptual asociamos los acontecimientos pandémicos, bélicos y conflictos internacionales al auge y caída de las grandes economías y los comportamientos irregulares de los
mercados nacionales e internacionales a las crisis sistémicas capitalistas.

En una secuencia cronológica, se registran crisis de superproducción (llamadas recesión en la teoría de Ciclo Económico convencional) a partir de la Revolución Industrial en los distintos países industriales y todo el sistema en su conjunto, con una periodicidad de entre 8 y 10 años, en el siguiente orden: 1825, 1836, 1847, 1857, 1866, 1873,1882, 1890, 1900 y 1907.

A partir de inicios del siglo veinte, se acortó la frecuencia de las crisis, identificándose 16 recesiones y expansiones.

En promedio, las recesiones han durado poco más de un año y el PIB real ha caído de pico a valle un poco más del 6 por ciento, mientras las expansiones han durado casi cuatro años y el PIB real ha aumentado de valle a pico en 22 por ciento.

Luego de la Primera Guerra Mundial tuvo lugar las crisis de 1920-1921, y seguidamente la más destructiva de la historia del capitalismo: la crisis de 1929-1933. Apenas a los cuatro años de finalizada la Gran
Depresión se inició la crisis de 1937-1938, cuyo desarrollo se solapa con el inicio de la Segunda Guerra Mundial.

A poco de concluida la Guerra Mundial, en 1948-1949, se desató la crisis de turno, a la cual le sucedieron las crisis de 1953-1954,1957-1958, 1960-1961, 1969-1971, 1973-1975 y 1980. Siendo la crisis
del petróleo particular en la fase recesiva por su fuerza y profundidad, y la sincronización entre estanflación, alto desempleo y alta inflación en todo el mundo capitalista, prácticamente comparable
a la de 1929-1933.

En efecto, en toda la historia moderna se reconoce a la Gran Depresión (1929-1933) como la más severa recesión, durante un período de 43 meses, en donde el PIB real de los Estados Unidos se contrajo en 32.6
por ciento. Y luego, la crisis del petróleo en el 1973-1975 que contrajo la economía norteamericana en -.06% en 1974 y -0.4% en 1975.

La economía dominicana, que para ese entonces, 1929-1933, ya se vinculaba significativamente a la norteamericana, fue impactada en el mismo nivel al presentar un crecimiento negativo de 34.97 por ciento, contabilizado en el periodo 1928 a 1933. Aunque es justo acotar la ocurrencia de dos acontecimientos importantes en el 1930: uno político, el cambio de gobierno mediante golpe de Estado; y el otro, climático, un desbastador ciclón asoló el país.

En la fase previa a la Segunda Guerra Mundial, aconteció la recesión del 1937-1938, en la cual los Estados Unidos registró un decrecimiento de 18.2 por ciento. En tanto, el régimen de Trujillo sorteaba esta
crisis del capitalismo mundial con apenas un decrecimiento de 2.2 por ciento en el 1938.

Sin embargo, la caída estrepitosa de un 28.36 por ciento, en el 1945, contrasta con el decrecimiento estadounidense de 11.0%. Siendo este connotado descalabro de la economía dominicana el último hasta el día de hoy, producto o resultado de un acontecimiento externo de cualquier magnitud en el acontecer mundial.

Aclaro que el PIB en el país cayó un 11.7 por ciento en el 1965, producto de la Guerra de Abril, luego, en el 1990 y 2003, se registran decaimientos del producto, pero que en ninguno de los casos fueron
crisis tan prolongadas, que sobrepasaran un año de recesión, y ni tan profundas que sobrepasaran un descrecimiento del 6.0 por ciento.

Las reformas actuaron rápidas y casi certeras en recuperar el ritmo de crecimiento de la economía local y mantenerla en periodos prolongados cercanas al PIB potencial dominicano.

Así vemos que, la temible recesión del 1974-1975 provocó una caída del PIB real estadounidense de 4.9 por ciento, mientras en el país experimentó un crecimiento de 6.0% en el 1974 y de 5.19% en 1975. En
tanto, la recesión iniciada en marzo de 2001 concluyó con una caída del PIB estadounidense de 0.99% al finalizar el 2001, con un leve incremento en el 2002 de 1.74%.

Mientras el PIB dominicano fue alentador con un 3.43 en el 2001, y 4.3% en el 2002, cayendo el PIB dominicano en 1.87% en el 2003, producto de la debacle de los bancos quebrados por prácticas corrompidas de sus propietarios y administradores, para luego iniciarse una recuperación de la economía con un 1.95% en el 2004.

La crisis capitalista de turno se inició en los Estados Unidos en el 2006, por el efecto devastador en la economía norteamericana y mundial resultante del estallido de la burbuja inmobiliaria en los mercados
capitalistas, desencadenando en el 2007 la llamada crisis de las hipotecas subprime, y posteriormente el derrumbe bursátil (específicamente, la crisis bursátil de enero de 2008 y la crisis bursátil mundial de octubre de 2008). Lo que, en conjunto, conllevó a la crisis económica a escala internacional, que condujo a una caída del PIB norteamericano en el 2007 de -1.9%, de -0.14% en el 2008, y de -2.5% en el 2009. Mientras la economía dominicana experimentó un crecimiento de 7.4% en el 2007, de 3.2% en el 2008, y de apena 0.9% en el 2009.

A todo esto, la CEPAL publicó dos boletines en donde se analizaron las economías latinoamericana y caribeña en tiempos del COVI-19, e hizo sus proyecciones del crecimiento, en un contexto de pandemia.

Al respecto, sostuve que, al contextualizar el desempeño de la economía en la región en un entorno mundial en franco declive del comercio y la producción, incremento del endeudamiento y estancamiento
de la productividad y el salario de muchos países desarrollados y subdesarrollados, no se relacionaba el proceso de caída del crecimiento a los ciclos económicos y a las crisis periódicas del capitalismo.

Por lo que, obvia la gestación de la crisis de turno y posiblemente el inicio de una recesión mundial (prevista inclusive por bancos de Wall Street). La misma CEPAL, proyectaba “una caída en el crecimiento a nivel mundial de -2.0 y en los Estados Unidos de un -3.8, para el 2020. El informe preveía una caída del -2.6% para los países caribeños, marcadamente impulsada por la reducción de la demanda por
servicios turísticos, que son intensivos en trabajo”.

Y destacaba que la magnitud de la crisis en la región implicaría una caída del PIB del 5,3% en el 2020, sólo comparable a la contracción económica de un -5.0% en tiempos de la Gran Depresión de 1930.

En tanto que la recesión que se avecinaba para ese entonces como una tormenta de arena en un desierto árido, detonada por el COVI-19, no dejaba de ser una de las habituales crisis de sobreproducción, consecuencia de las contradicciones cada vez más profundas entre el carácter privado de la producción en niveles altamente concentrados y centralizados por las grandes corporaciones empresariales y el carácter social de los bienes de consumo, restringidos a quienes pueden adquirir los mismos en un contexto mundial de estancamiento y pérdida del poder adquisitivo del salario real, y se corrobora con el planteamiento sostenido por la CEPAL, en “un acrecentamiento de las desigualdades entre los países y entre grupos sociales que aumentaron la fragilidad del sistema mundial”.

Mientras las verdaderas causas de los “desacoplamientos en los mercados financieros y las corrientes de la economía mundial, así como el decreciente nivel del comercio internacional”, citados en el Informe
de la CEPAL, son esquivadas al no atribuirlas a la concentración y centralización del capital en manos de las grandes corporaciones multinacionales y a las restricciones y penalidades arancelarias al comercio internacional impuesto por los Estados Unidos a países como China y a la Unión Europea.

En cuanto a las propuestas para América Latina y el Caribe, el Informe instaba a reorganizar la cadena de valor y reactivar las capacidades productivas existentes, a los fines de mitigar la magnitud del impacto
económico asociado al COVI-19, sin hacer referencia a las desproporciones en las estructuras productivas de los países capitalistas de la región, caracterizadas por los altos márgenes de ganancias de la intermediación en la cadena de valor y el carácter rentista de las economías latinoamericanas y caribeñas.

La historia no termina ahí.

El resultado de los acontecimientos rebasó las proyecciones para la República Dominicana al decaer el PIB real en -6.72%, en el 2020, sobrepasando las cifras negativas previstas para el promedio de las
economías de la región. A todo esto, las medidas adoptadas por las autoridades de incremento del gasto público tendentes a preservar la salud y capacidad productiva de la población, permitió repuntar la
economía en el 2021 con un crecimiento de 12.3%, de 4.9% en el 2022, para decaer en 2.4% en el 2023, y recuperarse al nivel del PIB potencial en el orden de 5.2% en el 2024, superior al crecimiento promedio de la región que concluye en 2024 con un crecimiento de 2.2%.

En tanto, la CEPAL pronostica para el 2025 un crecimiento para la economía dominicana de 4.5%, superior al crecimiento previsto para la región de 2.4% y al 2.2% para los Estados Unidos.

La CEPAL, en su Informe Preliminar de la Economía Latinoamericana-2024, prevé un escenario internacional estable para el 2025, respecto al 2024, con una tasa de 3.2%, principalmente impulsado
por la expansión de las economías emergentes, en la cual se destacan las asiáticas con 5.0% y se espera que el comercio internacional de bienes y servicios se recupere y crezca a una tasa del 3,4% (frente a
un 3,1% en 2024), superando en esta ocasión el crecimiento de la actividad mundial. Sin embargo, se prevé que la demanda externa pudiera perder impulso como sostenedor de la actividad económica de
los países de la región.

Así las cosas, la CEPAL pinta un escenario no muy halagüeño para Latinoamérica, al pronosticar que pese a la expansión esperada en 2025, la región permanecería en una trayectoria de bajo crecimiento que
convergería hacia una tasa de crecimiento del 2,5% en los próximos cinco años. Y augura que a mediano plazo todas las regiones en desarrollo mejorarían su contribución al desempeño de la economía
mundial, con excepción de América Latina y el Caribe, al reducir el aporte al crecimiento mundial de 11% en la década de 1990 a 5.9% en el periodo 2020-2029.

Todo esto atribuido a que la región enfrentará una coyuntura económica que asentaría nuevas realidades que, sin duda, afectarán los equilibrios externo y fiscal de los países: una demanda externa que está perdiendo impulso, precios internacionales de las materias primas que se mantienen altos y volátiles, tasas de interés elevadas, resistencia a la baja de la inflación mundial y fortalecimiento del dólar.

De igual modo, prevé un lento crecimiento para la Zona del Euro que registra un crecimiento económico del 0,8% en 2024 y se espera un 1.2% para 2025, como consecuencia del declive de la producción
industrial, que no ha podido ser compensado por el escaso dinamismo del sector de los servicios. Alemania, la principal economía de la zona del euro, y el productor más importante de manufacturas de la región, cuyo PIB representa el 24%, atraviesa un estancamiento económico desde fines de 2021.

En tanto, Francia e Italia, las dos economías de mayor importancia en la zona del euro después de Alemania, que representan el 17% y el 12% del PIB de la Zona Euro, respectivamente, también se han visto afectadas por el bajo dinamismo de la inversión, en particular, del componente de maquinarias y equipos.

Así las cosas, se avizora un panorama de crecimiento para la economía dominicana: no del 5.2% potencial, ni el 6.0% establecido como meta presidencial, sino del 4.5% proyectado por la CEPAL, pudiéndose llegar al 4.8% previsto en la formulación del Presupuesto Nacional, y quizás con la posibilidad de llegar al 5.0%, si el entorno internacional es favorable y la nueva gestión gubernamental norteamericana, más que ralentizar la economía local la dinamiza.

Concluyo esta entrega resaltando que en ninguna parte del documento de la CEPAL de este 2024, se hace referencia a los conflictos bélicos territoriales, ni a la guerra comercial entre los dos grandes colosos (China y Estados Unidos), como causas de la afectación de la demanda global que afectará a su vez las economías de la Región.

Quizás habría que pensar, entre otras cosas, que la demanda mundial de equipos bélicos y el incremento del gasto militar de las potencias económicas está “alimentando la boa”, entiéndase al sector industrial de fabricación de armamentos y pertrechos militares.

El autor es economista, Ph.D.

 

Bernardo Hirán Sánchez Melo
Bernardo Hirán Sánchez Melo
El autor es economista

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