Rafael céspedes Morillo
Algunos elementos que deben ser resaltados, ocurridos durante el desarrollo de la campaña y fueron clave para que, en conjunto, hicieran posible la victoria contundente lograda el seis de diciembre de 1998, llevando a Hugo Chávez a la presidencia de Venezuela.
El último incidente fue cuando Luis Miquilena comenzó a contradecirme, quitando y poniendo comerciales, según le sugería un equipo paralelo que él controlaba.
Esto era resultado de su deseo de tener todo el control de la campaña, además del manejo financiero que realizaba a su antojo.
Según él, yo le resultaba muy costoso, pero parecía olvidar —o no considerar— los resultados obtenidos gracias a mi trabajo.
Llamé al candidato y le pedí una reunión con Miquilena, él y yo. Se realizó ese mismo día en su apartamento. Al iniciar, el candidato preguntó: ¿Qué pasa? Le mostré mi pasaje aéreo a República Dominicana y le dije: Esto que ven aquí es mi pasaje de regreso a mi país. No hay que gastar un solo centavo en eso, ya está pagado. De modo que irme sale gratis.
El candidato, asombrado, preguntó:
¿Qué quieres decir con eso? Señalé a Miquilena y le respondí:
Este señor no me deja trabajar. Está actuando contra la campaña, creyendo que me hace daño a mí, pero en realidad perjudica a la campaña.
Él quita mis comerciales y coloca cosas que, según él, deben ir. Como es quien paga, los medios le obedecen. Entonces, si eso es lo que va, yo no soy necesario. Además, reconozco que el señor Miquilena es más importante que yo.
Solo quería decírtelo frente a él, para que quede claro que no es un chisme, sino una realidad. La indignación en el rostro del candidato era evidente.
Molesto al máximo y confundido, me preguntó directamente:
¿Quiénes son los otros? ¿Serán fulano y zutano, que me están pidiendo una cita hace tiempo y no sé quiénes son? Le respondí:
Sí, esos mismos. Dicen ser publicistas y financistas de tu campaña.
Se levantó y dijo: Esta tarde, a las 3:00 nos vemos en la oficina. Luis, lleva a esas dos personas.
Dimos por terminada la reunión. Ese día confirmé que las miradas no matan, porque Luis Miquilena lo intentó y no pudo.
A las tres de la tarde, el candidato me llamó a su oficina, que estaba contigua a la mía. Al llegar, me dijo: Voy a designarte jefe operativo de todo. Le sugerí que no lo hiciera, porque era muy riesgoso; debíamos controlar a Miquilena, no empujarlo.
Aceptó mi razonamiento y me preguntó:
Entonces, ¿cómo lo hacemos? Le respondí: Nómbrame, además de director de campaña, coordinador operativo. De este modo, todo lo relacionado con el área de comunicación, o cualquier aporte, deberá pasar primero por ti y luego por mí. Así, no sentirán que fueron derrotados, sino que simplemente hay un nuevo orden.
Accedió. Minutos después, regresé a mi oficina, que, por sus características físicas, serviría como lugar de reunión. Todos ya estaban allí: los involucrados y mi equipo de trabajo.
El comandante llegó, saludó y comenzó mostrando tres hojas tamaño 8.5 x 13, diciendo: Esta es la estrategia que diseñó Rafael. Gracias a ella estamos obteniendo los resultados actuales. Con esta estrategia voy a perder o a ganar. El que se sume será bienvenido; el que no, se puede ir. Esto también te incluye a ti, Luis. Nadie podrá hacer nada sin mi aprobación. Todos los que quieran aportar podrán hacerlo, pero solo a través de Rafael. Él discutirá conmigo y decidiremos lo que sigue. Luz roja para cualquier otra forma.
Miquilena preguntó: ¿Tengo semáforo rojo para actuar? El candidato respondió:
Sí, y definitivamente sí. Te sugiero que te ocupes de las finanzas; lo demás se lo dejamos a quienes han demostrado que saben.
En ese momento, propuse a los dos amigos de Miquilena que, si les interesaba, podíamos hablar luego para buscar la manera de integrarlos al equipo.
Aceptaron, y dos días después ya eran parte formal del equipo. Me refiero a Julio y Ricardo. Lo que ocurrió después merece ser contado y lo abordaremos, junto a otros puntos, en la próxima y última entrega.
Aunque conozco la historia, tu redacción hace que uno termine de leer todo el contenido