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miércoles, abril 2, 2025
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Causas de la masiva emigración campesina hacia los centros urbanos

Por Federico Pinales

Mi condición de hijo, nieto, bisnieto y tataranieto de medianos y grandes productores agrícolas, caficultores y ganaderos. Más el hecho de haber nacido en el campo y llegando a ser el primer presidente de la Asociación de Caficultores de Valdesia. Sumado a mi experiencia barrial, por haber residido en El Semillero de Haina, en Madre Vieja Norte de San Cristóbal, Villas Agrícolas, de la Capital, entre otros, me dan la suficiente autoridad moral para hablar de este espinoso tema.

Los grandes problemas sociales de la República Dominicana relacionados con las masivas migraciones humanas, de los campos hacia las grandes ciudades, a formar enormes cinturones de miseria, tiene mucho que ver con la falta de visión de los sucesivos gobiernos, para tratar de corregir los males en sus raíces.

Casi nadie abandona voluntariamente su terruño. La mayoría lo hace por algún tipo de necesidad específica, cuya solución no está en su entorno.

Muchos campesinos emigran porque carecen de

las más mínimas condiciones básicas para vivir humana y decentemente.

Hay varias categorías de emigrantes de las zonas rurales a las ciudades cabeceras y al Gran Santo Domingo.

Primero están los llamados “jornaleros”, aquellos que viven a expensa de que alguien le pague un día de trabajo, por carecer de un pedazo de tierra para cultivar los productos de su consumo diario y para criar algunos pollitos, chivos o puercos.

Están los pequeños agricultores de subsistencia, aquellos cuyas pequeñas porciones de terreno y escasos recursos solo les permiten producir para el sustento de su familia.

Les siguen los medianos agricultores y ganaderos, con porciones de terrenos más amplias, más diversificadas y con acceso a préstamos para financiar sus cosechas y sus proyectos ganaderos.

Estos, como ya tienen capacidad para emplear jornaleros, muchas veces muy mal pagados, son los que más sobreviven a las inclemencias del tiempo y a los vaivenes de los precios y las demás adversidades que deben enfrentar los laboriosos hombres del campo.

Muchos pequeños agricultores han vendido o simplemente abandonado sus pequeños pedazos de tierra, para irse a las ciudades más cercanas, a tratar de mejorar sus condiciones de vida, porque los organismos del Estado, encargados de apoyarlos, orientarlos y crearles conciencia sobre la importancia de la producción agrícola, para ellos y el país.

Sin embargo, esa orientación no tiene sentido, si a esos pequeños agricultores no se les proporcionan los medios técnicos para que puedan sacar mejor provecho a sus pequeños predios.

Si no se les protege de los intermediarios abusadores, ayudándolos a garantizarles mercados seguros, que les paguen precios justos que les permitan recuperar sus inversiones en tiempo y dinero.

Resulta penoso y hasta doloroso que una persona se pase un año acondicionando, sembrando y cuidando el proceso de crecimiento y cosechando un producto, por el cual, a veces termina recibiendo un pago inferior a lo que invirtió en transporte para llevarlo a un mercado no regulado ni supervisado, para asegurarle a ese agricultor recuperar por lo menos su inversión.

Ahora bien, supongamos que los agricultores de una comunidad tienen esos problemas resueltos, pero carecen de escuelas, centros sanitarios para educar y cuidar la salud de sus hijos.

Tampoco tienen agua potable, electricidad ni seguridad, para evitar que los dueños de lo ajeno se apropien del fruto del sudor de sus frentes.

Entonces ese agricultor y sus hijos deciden emigrar, con la esperanza de mejorar sus vidas.

Muchos tienen suerte, logran educarse e insertarse dentro de otro proceso de producción, diferente al de la Agricultura. Pero una gran mayoría de esos campesinos que no logran superarse ni educar a sus hijos, terminan hacinados en los sectores más humildes y discriminados socialmente por sus desgracias económicas.

Forzados por esa extrema pobreza,

algunos terminan por caminos equivocados y por las acciones incorrectas de ese tipo de ciudadanos, una gran parte de la sociedad, termina rechazándolos a todos,

solamente por haber tenido la desdicha de ser residente de un barrio pobre.

Por todo lo expuesto en esta pequeña reflexión, es imperativo poner más atención a las zonas rurales, para controlar efectiva y humanamente las emigraciones de los campos a las ciudades.

Para aumentar el empleo en el campo, con salarios decentes.

Para aumentar la producción de alimentos de primera necesidad, a precios razonables, y que contribuya a la autosuficiencia alimentaria del país.

Para evitar la invasión pacífica de haitianos, a través de la agricultura, para frenar el crecimiento vertiginoso de los interminables cinturones de miseria y para frenar la ola de delincuentes que se forman dentro de esas desproporcionadas concentraciones humanas, carentes de los servicios públicos más elementales, empezando por la salud y la educación.

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