Por Osvaldo Santana
Para algunos, con los cambios de funcionarios el presidente Luis Abinader trata de relanzar la administración, tras el letargo desde finales del año pasado, pero hay que dudar que tal iniciativa pueda constituirse en motor que permita acelerar el desempeño de la gestión.
Estos no son los primeros cambios que Abinader introduce a su equipo desde los inicios de 2020. De hecho, las sustituciones han sido una constante desde las dolorosas salidas de Lisandro Macarrulla, desde el corazón del poder, como ministro de la Presidencia, o de Roberto Fulcar, como ministro de Educación, o Kimberly Taveras, como ministra de la Juventud y posteriormente, Luz del Alba Jiménez en este último ministerio, para solo citar algunos. En realidad, el presidente ha realizado cambios en 15 de sus 23 ministerios, como publicó Darielys Quezada en elcaribe del 4 de febrero. Esos, como los cambios sucesivos, no necesariamente determinaron una mejoría o un relanzamiento del desempeño gubernamental. Fueron el resultado de la conveniencia en cada circunstancia.
Si el gobierno apuesta de verdad a un relanzamiento, y lo hace mediante el cambio de funcionarios, práctica usual de gobiernos pasados, sobre todo en tiempos de Joaquín Balaguer, debe pensarlo dos veces.
Nada garantiza que esas sustituciones de funcionarios vayan a redundar en buenos resultados que puedan ser apreciados por la ciudadanía, que a fin de cuentas es a quien los gobernantes buscan persuadir de que actúan con eficiencia.
De todas formas, la presunción de que el gobierno se renueva con la designación de nuevas personas tendría que ser confrontada con la realidad, o más propiamente con el desarrollo de los acontecimientos, con los hechos que deben materializar los funcionarios.
Hasta ahora, lo único verificable es que, tras la frustrada reforma fiscal, la Administración perdió la iniciativa. No respondió con la proactividad esperada tratando de presentar a la sociedad alternativas para alcanzar los planes presupuestados para este 2025 y los próximos años.
Lo peor de todo en ese momento, fue que el propio presidente de la República declaró que tras la caída del proyecto de reforma fiscal no tenía otras opciones, lo que provocó desconcierto entre sus propios funcionarios y sorpresa de la sociedad y los actores políticos. La perplejidad fue generalizada.
Después de la frustración y el recogimiento, el gobierno recurrió al clientelismo de cierre de año, con los regalos y dádivas como la brisita navideña que dieron tanto de qué hablar, vacaciones incluidas, y el retorno en enero, sin un mensaje ni nada que sirviera como recurso para un recomienzo esperado.
Ahora vinieron los cambios de funcionarios, pero se requiere más. El país demanda mayores muestras de energización pública que sirva para lanzar los programas que les son propios y las obras en desarrollo. Muchas que probablemente no han sido terminadas por el lento flujo de recursos.
Se sabe que una de las más sonadas destituciones está asociada a la abundante crítica social, por tantas obras inconclusas, que en alguna medida ocultan el elevado fardo de obras comprometidas por la Administración, que no pudieron culminarse en el tiempo previsto.
Sin embargo, el panorama no es desalentador. La economía avanza, el país disfruta de estabilidad macroeconómica. La gente quiere progreso. Hace falta eficiencia y eficacia.