Por Federico Pinales
Me siento avergonzado y decepcionado, al ver que mi presidente se ha convertido en un muchacho de mandado de un país que históricamente nos ha pisoteado,
cuando sus santas ganas le han dado.
Es cierto que hay compromisos que nos imponen mantener unas buenas relaciones de amistad, solidaridad y hasta cierto punto de lealtad, pero eso no nos obliga a aceptar ser manipulados,
ni a que nos arreen como ganado.
Si los dominicanos nos respetamos, no podemos, en ninguna circunstancia, apoyar injerencismos ni invasiones extranjeras a ningún país del mundo, especialmente para imponernos formas de gobierno convenientes a determinados intereses hegemónicos.
Vergüenza debía darle a los miembros de un gobierno, cuyos integrantes aún tienen fresco en sus mentes, me imagino, la razones que motivaron la invasión de Abril de 1965 a la República Dominicana, con el apoyo y la participación de la Organización de Estados Americanos (OEA), controlada y dirigida tras bastidores por los mismos intereses que hoy están manipulando a nuestro presidente, para ponerlo a hacer el papel de títere, dentro de un show en el cual él no está obligado a participar, porque sencillamente no tiene velas en ese entierro.
Si el presidente dominicano, Luis Abinader, ha hecho un encomiable esfuerzo para mantenerse neutral frente al conflicto del vecino país, ¿qué busca alineándose con una de las partes en el conflicto, dentro de la vida democrática de Venezuela, un país tradicionalmente amigo de la República Dominicana?
Estados Unidos está repitiendo con Venezuela la misma historia que escenificaron en la República Dominicana, en 1963, promoviendo el derrocamiento del primer gobierno democrático, salido de las entrañas del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), hoy PRM, después de la caída de la dictadura inhumana y sanguinaria de Rafael Leónidas Trujillo Molina, aupado y apoyado por los norteamericanos hasta que les convino.
Trujillo fue la pieza clave que los americanos dejaron en el tablero militar cuando se retiraron del país, luego de la primera invasión a nuestra querida nación.
Cuando él se le quiso salir de su control, usaron parte de su propio anillo para eliminarlo.
Lo mismo que están intentando hacer desde hace varios años con el presidente de Venezuela, ante la imposibilidad de vencerlo por las urnas, y mediante la creación de un payaso llamado Juan Guaidó, a quien sin nadie haberlo elegido lo reconocieron o lo engancharon como “presidente interino”, y pusieron a más de 50 países a hacer el mismo ridículo que están repitiendo ahora, y al que se ha dejado arrastrar, lamentablemente,
el presidente Luis Abinader.
Lo expuesto no es una defensa a Nicolás Maduro, a Donald Trump, a Vladimir Putin, ni a ningún líder local o mundial que haga “fraude” o reclame ser víctima de “fraude” sin pruebas.
Más bien, es un intento de dejar en evidencia, la doble moral de los titiriteros y los títeres mundiales, la soberana “ignorancia “ de los títeres locales y la forma tan olímpica y brutal como juegan con la inteligencia humana, con el respaldo indignante de algunos representantes e importantes medios de comunicación locales e internacionales.
Sería oportuno preguntarse ¿Dónde están los comunicados de España, la Unión Europea, la OEA, los “Derechos Humanos” y el concierto de focas políticas del Continente Americano, declarando a Biden dictador por beberse juramentado contra la voluntad de Donald Trump y por haber apresado y sometido a la justicia a los partidarios de Trump que irrumpieron violentamente en el congreso incitados por el expresidente?
Peor aún, el propio Trump está siendo procesado en los tribunales americanos por los mismos motivos.
Entonces ¿en qué estamos
¿Señor presidente Abinader y su equipo de colaboradores? Es tiempo de abrir los ojos y corregir errores.
Ustedes son hombres y mujeres de honores.
Llenos de virtudes y valores, que saben distinguir colores, expertos en analizar factores, que a veces nos producen temblores, cuando no queremos afectar sectores, que son importantes actores y nos llenan de temores, porque vienen cargados de espinas sin flores, a la velocidad de un rayo, cuando nos resistimos a servirles de lacayos.