Por Yancen Pujols
Hay peloteros educados, bastante decentes, caballerosos y después, en una liga en la que pocos caben, entra el fenecido Octavio Eduardo Dotel.
Para un reportero joven en las lides de cobertura periodística, sin importar la fuente, siempre habrá desafíos que comienzan y terminan con el miedo.
Esa fobia a un “no quiero hablar”, “después lo hacemos” o la fría actitud de siquiera responder son terribles.
Quien escribe lo vivió y es algo que con el tiempo entiendes que es parte del proceso, pero en el momento deja un sabor de sábila terrible.
Con Dotel jamás fue así, todo lo contrario, fue un puente de base inquebrantable para que se entablasen relaciones y subsanasen vínculos que se afectan por distintas razones.
Octavio Eduardo, como le dije hasta la última vez que conversamos por teléfono, fue alegría, calidad humana, un guerrero de la vida y en el terreno de juego, hijo, hermano, padre y esposo de calificaciones sobresalientes.
Nunca negó una entrevista, al contrario, estaba siempre ahí y era la misma persona con y sin uniforme. Es muy probable que su tasa de rechazo estuviese cerca de cero.
¿Cómo no sentir aprecio por un joven de orígenes humildes que logró su sueño de ser pelotero, sin abandonar su amor por la música?
Cantaba y lo hacía bien. No lo recuerdo en un pleito con nadie. Sin dudas, el ambiente a su lado era menos cargado.
Recuerdo en un entrenamiento de primavera, hace más de 15 años, que coincidimos en Florida y preguntó: “¿con quién es que quieren hablar?” “Solo díganme, que resuelvo eso de una vez. Ustedes son la gente de nosotros”.
O en aquella ocasión, en plena Serie Mundial de 2011, a la sazón con los Cardenales de San Luis que vencieron a Texas, que preguntó al equipo de transmisión de CDN que si todo estaba bien y “cualquier cosa a la orden”.
A ese nivel de aprecio, en un mundo de millonarios con muchas ocupaciones, como son los atletas profesionales, no llega todo el mundo. Dotel, el también finado José Lima, Rafael Furcal, David Ortiz y Sammy Sosa me llegan a la mente.
Criado en la zona oriental, Cansino, Los Trinitarios, Dotel era el joven inquieto que recibió muchas pelas en su infancia y hubo una que lo marcó. “-Cogí una bicicleta que no era mía y mi papá me dio una pela que jamás se me olvida, pero hoy la agradezco, porque si no me la daban quizás me hubiese perdido”, nos dijo para Círculo de Grandes Ligas, todavía activo.
Firmó como profesional con los Mets de Nueva York, en 1993, y su debut en las Mayores se produjo en 1999, con la tropa de Queens.
Anduvo por 13 equipos en el negocio, un récord que se mantuvo hasta que lo rompió Edwin Jackson. Fue protagonista de un no hitter combinado por los Astros de Houston contra los Yankees en 2003.
Se retiró del juego en 2013, cuando estuvo con los Tigres de Detroit. Era épico en ese año verlo bromear con Miguel Cabrera, el venezolano caballo de la escuadra. Ese era Dotel.
En ese mismo 2013, fue campeón con la República Dominicana de sus amores que se llevó el Clásico Mundial de manera invicta. Fue parte de ese relevo casi impenetrable de la escuadra dirigida por Tony Peña.
Se marchó de este mundo en la tragedia del pasado día ocho, en un lugar que frecuentó en incontables ocasiones, fiel a su estilo de disfrutar la vida al máximo.
Su familia perdió a un padre de primera, a la chispa de su núcleo, los peloteros, a un símbolo de esfuerzo, metas y mansedumbre.
Un servidor lamenta la muerte del caballero que dijo adiós a los 51 años (nació el 25 de noviembre de 1973), un símbolo de la tolerancia y el don de gente, que es tan escaso.
Descanse en paz, querido amigo. Gracias por siempre hablar, contestar y respetar.