Alfonso Tejeda
Variopinta a todo lo largo y ancho en su conformación, también lo es por los intereses que se incuban en esa franja y por las interpretaciones que cada quien hace de las responsabilidades que tiene, en la que una buena parte de los actuantes la estiman como “la tierra promisoria”, y si lo es, pero que para los suyos es desesperanza, angustia que le depara el calvario de vivir allí: la frontera.
Los casi 400 kilómetros de la franja dominico-haitiana constituyen una muy versátil manifestación en la que a lo más cerca se quiere más lejos: la mayoría de dominicanos y dominicanas quieren a Haití y a los haitianos lo más remoto posible, tanto o más de donde se cobija el horizonte, la mayoría de los que en ella subsisten quieren alejarse de sus carencias, precariedades y desatención, condiciones que casi seguro encontrarán donde recalen, eso, de este lado.
En los pocos más de 100 municipios, distritos municipales, secciones y parajes diseminados entre Montecristi, Dajabón, Elías Piña, Independencia y Pedernales, están los habitantes más pobres del país -el 65 por ciento de sus hogares son de los de menos ingresos y tienen mayor desamparo en salud, una paradoja, pues mientras cuentan con una superior existencia de camas /pacientes, el número de médicos y enfermeras es ínfimo y algunas enfermedades tienen alta tasa de prevalencia.
La escolaridad es también otra de las calamidades, siendo una de las más bajas, la deserción de estudiantes de las más altas, sumiéndose así cada vez más en la ignorancia y alejándose de los beneficios que dispensa la educación como instrumento de desarrollo que produzca el bienestar económico y social que garantice la dignidad de la gente, amplíe la participación y el ejercicio de los derechos humanos y fortalezca la democracia.
A esa realidad está confrontado el presidente dominicano Luis Abinader, que ha puesto más atención hacia el otro lado fronterizo enfatizando acciones como su cierre, a partir de una escaramuza que por el uso de las escasas aguas del río Masacre quisieron hacer vecinos de Juana Méndez, Haití, y que ha servido para insuflar los ánimos anti haitianos, potenciar la presencia militar con todo tipo de armamentos y la ampliación de un muro.
Con resultados hasta ahora inciertos de esas medidas en cuánto a los propósitos iniciales, que a decir del presidente es impedir la entrada al país de miembros de bandas criminales que operan del otro lado y ausentes del área hasta la fecha, cada vez son más las denuncias de que crece el tráfico de personas y el trasiego de mercancías en la zona fronteriza, pese a que a los militares se les ha asignado la tarea de ser “los ojos de la Patria”, los que parecen estar necesitando algún colirio más eficiente, o una revisión oftalmológica más profunda.
Aunque insiste en la proeza patriotera como esencia, Abinader reconoce que la frontera es más que esa línea divisoria, condición en la que tanto se insiste, que es espacio donde tiene que haber cabida el disfrute de la dignidad humana para cada una de las casi 500 mil personas que todavía persisten en hacer confortable ese hábitat, con salud, educación, infraestructura y empleo, alcanzables si el “Estado puede llegar, quedarse y transformar”, tal como dice Carolina Mejía, secretaria general del Partido Revolucionario Moderno (PRM).