viernes, octubre 18, 2024

¡Están tocando la puerta!

Rafael Céspedes Morillo

Toc, toc, toc, escuchamos, pero no atendemos, toc, toc, toc, y los toques continúan. Alguien quiere entrar, sabemos quién es, porque esos toques se escuchan y se sienten, se sienten hasta en los huesos, al caminar y de diferentes formas.

Son toques esperados, aunque no necesariamente deseados, sabíamos que algún día vendrían a tocarnos a la puerta. Sabíamos que algún día llegaría el momento de su presencia, y comienza esa mezcla de sentimientos y emociones.

Sabemos quién nos toca la puerta, no queremos que entre, pero tampoco queremos verla ir, nos comportamos como si fuésemos malos anfitriones, de esos que miran por el ojillo de la puerta y ven el molestoso vecino llegar y se esconden.

Eso parecemos, porque quien nos toca no es enemiga, no es indeseada, es que la queremos, pero para mucho después, un después sin límite, como si ello fuera posible, sabiendo nosotros no podemos evitarlo, salvo con algo muy malo y que seguro nadie quiere.

Esos toques, esos toques, que quien los da, y peor, no viene sola, viene con sus maletas, y grandes, maletas llenas, abultadas, con un contenido con clara evidencia de que no son cosas muy buenas, cosas que no nos agradan.

A veces hasta nos preguntamos: ¿pero por qué no viene ella sola y ya?, ¡No! Tiene que venir acompañada, como si sintiera miedo, porque si viniera sola, el tema de abrir la puerta fuera menos complicado.

Mientras tanto, la dejamos afuera, con la esperanza y necesidad de que no se marche, pero que espere, ahí cerca, pero sin entrar, que se mantenga cerca, pero no adentro, porque aún no es tiempo.

Ella puede esperar por más tiempo para venir, de hecho, no debió ser así, venir sin avisar y menos tan pronto. Ella pudo dejar que estuviésemos preparados para recibirla, aunque en el fondo sabemos que esa preparación nunca hubiese llegado.

La visitante sabe que esa es la forma, llegar y punto, porque los avisos de que voy pronto, nunca los queremos reconocer, no los atendemos, no los respondemos, los pasamos por alto, no le hacemos caso.

Esas son cosas mías, esos avisos no vienen de ahí, así pensamos, así actuamos, hasta que comenzamos a escuchar los toques, toques que aparenta que nos sorprenden, pero en realidad teníamos años sabiendo que eso podía llegar en cualquier momento y decidimos no prepararnos para ello, decidimos seguir sin escuchar, ¡pero oh, Dios mío!

Llegó el momento, ya no podemos seguir dándole de lado, porque ahí, frente a la puerta, alguien toca y tú sabes que no se irá sin que le abran la puerta, tú sabes que es mejor abrir la puerta que seguir haciéndose el desentendido.

Llegó la hora de reconocer que en definitiva, nadie quiere morir joven, que la vida es buena y queremos alargarla, pero sin pensar que si eso queremos, entonces debemos saber y hacer conciencia de que hay que abrirle la puerta a quien nos acompañará desde ya y para siempre. Llegará el momento en el que vamos a desear que su estadía no sea corta, que se alargue lo más posible, porque simplemente vamos a tener que aceptar y decir: ¡Bienvenida vejez!

 

Rafael Céspedes Morillo
Rafael Céspedes Morillo
Rafael Céspedes

2 COMENTARIOS

  1. Me dejaste estupefacto! Creí que vestías con ropa literaria el análisis político, que es tu oficio.
    Yo, en plan de adivino, ponía como visitante a la reforma fiscal o el Fmi y sacaste ese final de cuento.
    No ombe no!
    (La vejez tiene mala prensa y rechazo de quienes no la entienden como cierre del círculo de vida).

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