sábado, noviembre 23, 2024

¡Entre lo “que piensa el burro” y las intenciones de quién lo apareja!

Que “una cosa piense el burro y otra quién lo apareja” se descifra tan rápido con aquello de “el que apareja su burro sabe para dónde va”, conclusión que debería ser suficiente para saldar el dilema en que los resultados electorales últimos colocan a Leonel Fernández frente a sí y ante sus posibles aliados -algunos les piden retirarse y “dar paso” a otros- y en las miras de contrincantes y cuestionadores, que barajan entre posibilidades escasas y probabilidades casi nulas el futuro político del ex presidente, con fecha tan próxima como mayo 19, día de la elección presidencial. 

De entrada, debo advertir que esta referencia al tema, que está “de moda” en estos días, es la oportunidad para manifestar mi apreciación acerca de quién, cuando lo conocí contagiaba de una empatía a todos/as que tenía oportunidad de acercársele, la que ahora es una animadversión tal que lo sitúa como el político “con mayor tasa de rechazo”, caracterización en la que contribuyen muchos/as que han sido junto a él partícipes de las acciones que hoy les endilgan y responsabilizan como autor y actor único.

Mis primeros contactos con Leonel fueron a mediados de los años ‘70s del siglo pasado, cuando ingresé a la universidad pública y en mi iniciática compinchería estaba una vecina suya de la Osvaldo García de la Concha (antigua 23, calle que con la Francisco Villaespesa él refirió hace unos días -en un gesto plausible- en el homenaje póstumo al profesor Adriano de la Cruz, entrañable amigo suyo y vecino del barrio), contactos que se hicieron más frecuentes y estrechos cuando él se convirtió en profesor de Sociología de la Comunicación, y yo en uno de sus primeros alumnos, en un grupo que algunos de estos afirman el ex- catedrático recuerda como “la lista de los diez”.

Siempre bien atildado, afectuoso, dispuesto a satisfacer con una oportuna explicación cualquier duda, se distinguía también por su tolerancia y respeto con y hacia los demás, superando “malos entendidos”, resultados de los parcelamientos políticos de entonces, cuando la casi generalidad de los peledeístas decían ostentar como exclusividad suya cualidades éticas-morales, sapiencias políticas y apegos doctrinarios que en sus gobiernos se convirtieron en falencias cotidianas y que hoy son puntas de lanzas que los persiguen.

Entre los más destacados de ese escenario, por ser “el mandamás”, Fernández sobresale, y aunque “desafino” en los epítetos del coro multitudinario que clama condena por los agravios que patrocinó desde sus gobiernos a la educación, salud, seguridad, institucionalidad, a la transparencia, a la redención social, apilo energías, resabios, críticas y reclamos para expresar mi mayor desafección con él, dado su origen social, su compromiso generacional y su entonces proclamada adhesión ideológica: es porque hizo lo que no debió hacer, pues aún lo espurio de su ascenso al poder, tuvo la oportunidad para hacer lo que tenía que hacer, que nunca hizo.

Como “él que apareja su burro sabe para dónde va”, por su experiencia política, los intereses envueltos, su capacidad intelectual y su pretendido legado, Leonel Fernández decidirá si apareja el a veces terco “Rucio” que montaba Sancho Panza, o el manso aquel en que Jesucristo, cuando llegó al monte de Los Olivos, hizo que les llevaran, ese que nadie había montado, y temo que lo haga sobre “Platero”, que murió aplastado por el peso de su viajero.

 

 

 

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