Por Fidel Santana
El destino de la humanidad y de todas las formas de vida en el planeta tierra penden de un hilo. Los abusos de quienes tienen poder contra los más débiles y la incapacidad del liderazgo internacional nuevamente han abierto una gran brecha al escenario de paz que se aspira a establecer alguna vez entre los pueblos del medio oriente. La guerra que se ha iniciado nadie sabe cómo terminará. Pudiera ser la versión demoniaca del Armagedón, la destrucción de todos contra todos, la total aniquilación del mundo, sin que le sobrevenga el anunciado reino de ninguno de los dioses levantados por el imaginario de creencias que alimentan el odio.
Está claro que el arrebato de territorios, el sometimiento a esquemas de opresión y represión permanentes, junto al arrinconamiento de los palestinos por parte de Israel, acompañados por la mirada cómplice de Naciones Unidas, han originado el ambiente de impotencia que es partera de la ira y la rabia con la que se alimenta el fundamentalismo de Hamas. Su incursión en Israel, actuando contra la población civil, es un acto de provocación que, del otro lado, sirve de pretexto para la masacre.
En una guerra asimétrica, como la que se está desarrollando, el balance se puede ver a la distancia: miles de personas asesinadas en los bombardeos indiscriminados, cientos de miles de heridos e innumerables desplazados, muchos de los cuales ya han perdido o perderán sus moradas, aplastadas por el fuego inmisericorde de los drones o las bombas.
El poderío militar israelí, el espíritu de venganza contra Hamas, el odio a sus vecinos y la ambición de apoderarse de los pocos territorios que quedan en manos de los palestinos, se despliegan como los cuatro jinetes del apocalipsis, guadaña en manos, tiñendo de sangre una vez más el suelo palestino.
Otros actores de este drama de odios no se quedarán de brazos cruzados. Los psicópatas del guerrerismo se lamen los labios. Las armas atómicas se colocan a las puertas de sus plataformas de lanzamiento. En tanto, los zares de la industria armamentista siguen su lucroso negocio. La escalada se ve venir.
Cisjordania ya está bajo el fuego de los misiles israelitas. Siria ha sido impactada por bombardeos en sus aeropuertos. Y es cuestión de horas que Irán entre al conflicto y, muy seguro, otros países de la región. Mientras, por otro lado, el músculo belicista norteamericano merodea la zona, presto a desplegar su poderosísima tecnología de la muerte, en apoyo a su aventajado socio.
¿De dónde pudiera llegar una voz de mediación creíble? No se sabe. Las Naciones Unidas han sido cómplices indiferentes a lo que ha madurado esta nueva escalada del conflicto. Aunque su principal ejecutivo llama la atención sobre la masacre y los crímenes de guerra, sin el apoyo de los principales socios de ese club internacional, los EE. UU. y Europa, nadie cree que podrá esta institución tener alguna vela de solución en ese entierro.
Solo la inteligencia humana puede parar esta termocefalia y apagar la tea de la guerra infinita. La solución al problema palestino despejaría el camino hacia un mundo más seguro.
Las aspiraciones y la lucha del pueblo palestino son legítimas. Gran parte del mundo así lo reconoce. Y ya es hora de que la comunidad internacional definitivamente haga valer la resolución para que surja definitivamente el Estado palestino.