Por Eloy Alberto Tejera
Leonel Fernández, ex presidente de la República, es un político cuya consorte ha sido la suerte. Un favorecido por el tejemaneje misterioso que se produce ocasionalmente en ésta. Con la ley del menor esfuerzo ha tocado el cielo y serpenteado hacia la cima. A lo que otros les ha costado sudor, sangre, larga espera y exilio, a él solo situarse con tranquilidad como quien se coloca debajo de una mata de mango a esperar que gotee la preciada fruta. O, dicho en lenguaje de matemático y con la precisión que la idea sutura: ha estado en el lugar y la hora justa donde se reparte la dicha. Los tres grandes líderes dominicanos con sus vidas, pletóricas de luces y oscuridades sempiternas, atestiguan y dan confirmación a la anterior hipótesis y a una teoría que, de descabellada, no tiene ni una pizca.
José Francisco Peña Gómez padeció atentados, discriminación, la ignominia de la calumnia, el escamoteo y hurto de un arrollador triunfo presidencial donde se dieron cita la campaña sucia y el racismo; Joaquín Balaguer vivió entre las fauces de la bestia llamada Trujillo, gobernó un periodo de inestabilidad política donde tuvo que sacar horca, cuchillo y crear cementerio para abonarlo con cadáveres de contrarios, hasta casi se lo lleva la parca al caer un helicóptero donde iba; y por último, Juan Bosch padeció un golpe de Estado, mordió también el polvo que no da estornudo, sino saudade y dolor, el del exilio, y hasta un robo de elecciones.
En cambio, a Leonel Fernández el Hades, el azar y los vientos lo han favorecido. Es el pelotero que se desliza en el “homeplate” (plato) sin ensuciarse el uniforme. A lo más peligroso que se enfrentó fue a dos a tres bombas lacrimógenas cuando fue a la Fiscalía porque presumía se le investigaba e involucraría en actos de corrupción, tan sinónimos del comesolismo. Se lo llevaron de la escena en parihuela, pues la litera aún era recurso incipiente.
En el año 1996 siendo un don nadie con un telón de fondo de que era “neoyorquino”, apoyado por dos zorros políticos, venció en encerrona electoral a un político de cuerpo entero, a un líder cuyo carisma y personalidad no tiene parangón en la historia de la República: Peña Gómez. Bajo el adefesio del Frente Patriótico se cobijó, y solo tuvo que acomodarse en la litera (ese artefacto que tan bien conocen los árabes) para llegar al poder. En la primera vuelta de esas elecciones el mapa era peñagomista, y en la segunda vuelta, a sus 42 años sacó un 51.25 por ciento contra un 48.75 por ciento de Peña.
Sin embargo, los vientos veleidosos de la política y de un comesolismo que aun estaba en ciernes, lo llevaron de nuevo a la oposición. El cimbrazo y desastre que representó el gobierno de Hipólito Mejía, con quiebras de bancos como estandarte (Baninter, Bancredito y Banco Mercantil) y el maniobrar de un presidente que lo único que hacía bien era jugar dominó con amigos y elevar la chabacanería a categoría de Estado, permitió que Fernández tuviese un triunfo holgado. Cual Cid Campeador regresaba. En la historia de las campañas electorales nunca fue tan fácil para deshacerse de un gobierno. Hipólito era una pesadilla, lo que viniese después sería, fuese lo que fuese, un respiro.
En ese 2004 la votación traducía el hartazgo y desprecio hacia Mejía: Leonel y su PLD: 57,11 por ciento, Hipólito y su desmadre de gobierno un 33.65 por ciento.
Desde ese año hasta el 2012 fundó, paralelamente a obras y megaconstrucciones con cierto impacto social, la “República del Clientelismo”. De eso se favoreció el que vendría, y logró imponer, a base de un déficit fiscal y que él mismo confirmara en 100 mil millones, a Danilo Medina, quien irónicamente se constituiría posteriormente en su mayor némesis. Quirino es la verbigratia por antonomasia.
Tanta suerte tiene Leonel que el destino le dio la oportunidad de desquitarse de quienes se oponían a sus sueños de ser un presidente Ad Vitaem de esta bananera tierra. En el 2020, vencido en unas primarias púrpuras y con todo lo del famoso algoritmo, recogió sus bártulos, dio un discurso cuyos dardos alcanzaron a Gonzalo Castillo para que la gloria peledeísta se fuera al piso, y algunos de sus ex compañeros comenzaran a besar el frío de las celdas y sus traseros los duros asientos de las salas judiciales.
Este recorrido lo conocen muchos. Del 1996 acá ha llovido en demasía. Pero refrescar la memoria en un clima tan cálido es favorable. Por eso, muchos de los que llegaron en aquel memorable 1996, y otros que participaron de las mieles del poder entre el 2004 y el 2012, de los cuales ahora los más suertudos peinan canas, y los más desdichados cuando están frente al espejo, observan aterrados sus calvicies, sueñan con el retorno del león Leonel a Palacio. El débil rugido de aquel rey de la selva es música en sus oídos.
Leonel no es árabe. Pero sabe más que nadie lo que es una litera para llegar a buen puerto. Lo lamentable es que no hay por aquí ya personajes de Las Mil y una Noches que carguen la misma para que el Príncipe de Villa Juana se tienda a dulces sueños hasta llegar al soñado Palacio Nacional en el 2024. Igual, hay pocos ya que en el zoológico de la política dominicana que se quieran dedicar a acariciar la melena del león.