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lunes, diciembre 30, 2024

Jean Alain y la sociedad sin mea culpa 

Por Eloy Alberto Tejera  

 El ex procurador general Jean Alain Rodríguez aparece en una fotografía, atrapado entre el descricaje y el misterio, ese hijo putativo del blanco y negro.  En el banquillo de los acusados lo observo:  la delgadez le ha echado mano,  las ojeras  negras se han tomado gran parte del rostro o de ese fortín que destila pesadumbre; el traje se le arruga feamente mientras él extiende el brazo, el pelo canoso demuestra cuán alejado está ya de la juventud y el tinte está esa pelambrera.  

Al fondo está el juez, lleva lentes y un tapabocas (El trapo hijo de la epidemia y de la época). Se le pudiera temer tanto a la sentencia que pudiera emitir como a su rostro oculto, que de humanidad da pocas señales. Un gran mueble, aparentemente de caoba, está en segundo plano. Proporciona majestuosidad al ambiente o al drama en desarrollo, le da cierta categoría a lo que allí acontece. La caoba, la caoba, madera tan utilizada por los nuevos ricos de la política y que sueñan con grandes piscinas, féminas de escasas cinturas, protuberantes traseros y, por supuesto, suntuosos palacios (claro que es imposible despegar a estas dos últimas palabras).   

A la fotografía le acompaña una nota informativa. Le quita soledad a la imagen. Luego, además del título hay un cuerpo de párrafos.  Desmenuza el caso Medusa. La boca de Alain, el protervo protagonista, está abierta, como el que grita, no como el que clama justicia. Así de lejos, a flor del detalle, parece una boca desdentada, una boca de la que sale algo negruzco.  Parece a blanco y negro. Es la fotografía que así el periódico digital me ha regalado.  

No se observan abogados. Un respiro. No se observan fiscales o lo que señala lo torcido o la sombra. Una tentación para que el acusado pudiera discurrir en que es inocente, desembuchando las sandeces de rigor o las que hacen rasgarse las vestiduras a Temis, y las que Al Capone se pudiese haber inventado ante la cárcel de Alcatraz como horizonte. 

El legajo de acusación es grande: una ballena de iniquidades en el proceloso mar de la política dominicana: extorsión, chantaje, falsificación, desfalco (eufemismo de la palabra robo). Mi madre, sabia para dar el salto a sutilizar o en la sutileza gaviarse, dirá: “de tantas cosas que se le acusa a este hombre, que de algo habrá de ser culpable”. 

Pero aquí en esta república, con mote de bananera, (donde en cajas fuertes se guardan plátanos y dinero a borbotones en caletas) todo el mundo es inocente: hasta ahora casi nunca se prueba lo contrario. En el sistema de justicia estadunidense la gente pide perdón, se arrepiente sin ser evangélico, y hasta baja la cabeza antes de dirigirse a la chirola.  

Aquí es otra historia. La del hombre al que le ha atrapado al mismo tiempo la justicia y la calvicie, la ojera y el ojo inquisitivo de la fiscal Yeni Berenice. Todos los dados están tirados, así como todos los flases para completar o armar la fotografía. Jean Alain Rodríguez, ¿culpable o inocente? Los asientos de caoba son fuertes, pero es allí donde hay que sentarse para esperar la sentencia o el dictamen.  

No creo que Jean Alain sea varón de honor, por lo que es imposible esperar de él un mea culpa, sobre todo después de analizar lo que se atrevió a hacerle a Miriam Germán Brito, actual mandamás procuradora, y de la colocación de “bananas verdes” en su caja fuerte.   Es improbable ese gesto. La indignidad no sube el Everest. 

Sentémonos a esperar otro capítulo de esta interesante historia, donde en el guion literario está tantas veces asentada la palabra tropelía.  Sé que los abogados de la barra de la defensa y de la parte acusadora están acostumbrados al teatro de poca monta y no al de Lope de Vega; yo lo estoy a la tragedia griega. 

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