Por Santo Salvador Cuevas
Hoy, al ver el perro de mi casa muerto por envenenamiento, me desplomé en llanto, sentí como si perdiera a uno de los hijos. Firulay, que así se llamaba el perro, se había convertido en una fuente de amor inagotable en nuestro hogar.
Me esperaba cada día al llegar, y en mi cama cada noche se levantaba en dos patas y colocaba sobre mi pecho las uñas de sus dos patas delanteras, para que se tenga una idea del porqué lloramos a Firulay de manera desconsolada.
Me acaban de informar que no solo envenenaron a Firulay. Los perros muertos en Tamayo por envenenamiento, en menos de 24 horas, suman más de 20, lo que significa que estamos ante hechos muy horrendos y bien planificados.
Hace rato venimos gritando que esa cadena indetenible de asaltos y atracos a diario llegaría a un punto en que traería problemas mayores.
Los robos y atracos hasta ahora lo han realizado sobre todo en el día, y creemos que han decidido exterminar a todos los perros. Eso evidencia que el ataque de la delincuencia entrará en una fase más peligrosa, de atacar por las noches mientras la población duerme.
El caso es más triste aún porque todo transcurre ante el silencio y la indiferencia de las autoridades.
La población tiene que prepararse para la defensa, el peligro va en aumento y debemos estar listos para defender el derecho que tenemos a la vida y a la paz.