Estuviéramos a "3 mil años luz" si el curso de la historia dependiera de los hombres conformistas, pues nada hubiese cambiado y todo fuera estático bajo la mirada indolente e indiferente de aquellos que viven conformes.
El conformismo, más que una práctica de vida, es una enfermedad social arrastrada y sostenida a lo largo del tiempo por mentalidades pobres de espíritu. Un hombre conformista es de mente estrecha y atrasada, pues para él es más fácil aceptar las cosas como están, no importa si bien o mal, pues entiende y asume que todo se debe a "la voluntad de Dios," y -por tanto- es partidario de defender la misma vaina a lo largo del tiempo a capa y espada.
Si el mundo dio el salto de la era de piedra a las máquinas y la revolución industrial, no fue obra de las acciones de los hombres conformistas y lambones, sino fruto de las acciones de los atrevidos, inconformes, arriesgados y revolucionarios que no temieron plantear sus ideas y defenderlas con sus propias vidas en las guillotinas y ante los pelotones de fusilamientos.
Gracias a los inconformes se dieron los cambios productores de la luz, las esperanzas y el desarrollo de la humanidad.
Un conformista es un vulgar y estúpido a quien no le anima la construcción de un mundo mejor.
Se es conformista por múltiples razones: Por presión social de la ideología dominante, por su vida o formación del hogar, por miedo, por falta de visión y carácter, etc. El mundo es de los inconformes, de los hombres y mujeres dispuestos a avanzar.
El mundo necesita de una juventud rebelde, inquieta y desafiante, que sea crítica y autocrítica. Se necesita del hombre nuevo, analítico y visionario, que crea en la libertad y la paz, en el amor y la solidaridad, un mundo de hombres rebeldes cristianos y revolucionarios y defensores de la libertad y de la acción colectiva unitaria y ciudadana.
Construyamos juntos una ciudadanía comprometida con la construcción de un mundo mejor.
Menos conformistas y más rebeldes.