Promesa que entusiasma convocante desde tiempos inmemorables, la eternidad es desafío de aquellos que se estiman “escogidos”, que hacen de lo cotidiano una estrecha vía para llegar a ella como logro supremo, pero no es la única manera de alcanzarla: hay otros medios más expeditos, menos difíciles.
El título del texto es un oxímoron resultado de un acto vulgar – y no peyorativo- pues es dable a todos/as, triunfo y derrota instantáneos, que a decir de un sicólogo evita así ser la más letal de las armas para la humanidad. Es este el clímax, esa conjugación de emociones estruendosas que una exquisita periodista santiaguera, creadora irredenta cuenta con detalles y gracias que a mí me son escasas.
La eternidad, tan permanente como el tiempo y tan efímera como un relámpago, es ese inicio de Cien años de Soledad, cuando Aureliano Buendía, ante el pelotón de fusilamiento, recuerda su vida, la que nos cuenta Gabriel García Márquez convirtiéndose él en Eterno, desparramando y arrastrándonos por una catarata refrescante y sorprendente en cada uno de sus saltos continuos.
Javier Cercas, el español que en su “Anatomía de un Instante” reconstruye esa fracción temporal del embate sedicioso al Congreso español de quienes entendían “eterno” el régimen franquista, y que Adolfo Suárez, impertérrito en su curul enfrenta solo, ganándose así la eternidad. Y es que basta un gesto para trascender, así como una duda para arrastrar por siempre el estigma cuestionador.
Resalta Poncio Pilatos, quien con su indecisión frente a Jesús cambia la narrativa del cristianismo inaugurando una tradición que ha servido a muchos para auto marginarse de la responsabilidad que en algún momento prometieran asumir sin requiebros ni medias tintas, es decir “no lavarse las manos” ante el desafío inminente.
Políticos en altas posiciones públicas y con responsabilidades que se suponen ineludibles, son muy dados a “lavarse las manos” sin mayor sonrojo que “sacudirse el agua” con que se acicalan esas extremidades, confiando en que así resuelven la situación, que traspasan o postergan el problema. Se autoengañan con esa pretensión, pues olvidan que hay ahora una más vigilante y consciente actitud para reclamarles.
Juan Manuel Serrat, ese inmenso glosador de poetizadas verdades, en uno de su más sencillo canto “Aquellas Pequeñas Cosas” advierte de “como a un ladrón te acechan detrás de la Puerta”, pero también le compensa con la esperanza de que el “tren vendió boleta de ida y vuelta”. El regreso es el desafío que puede llevar a la eternidad.