Miguel J. Escala
¿Qué recuerdos se activan cuando llegan estas fechas y pensamos en nuestros abuelos? Es tiempo de celebración, de encuentro y de deseos de unión familiar y salud; ahora celebramos desde el lugar que ocupamos como abuelos. Todos guardamos vivencias de cómo compartíamos estos días con ellos y de cómo los vivimos hoy junto a nuestros nietos. Volver sobre esos recuerdos y reflexionar sobre el clima que debería reinar puede ayudarnos a ser mejores abuelos, no solo en Navidad, sino durante todo el año.
Recuerdos de la Navidad como nieto
En mi casa, la Nochebuena se celebraba con los abuelos paternos y el día de Navidad visitábamos a los abuelos maternos. Era una fiesta sin regalos, porque estos llegaban en el Día de Reyes: ese sí era el día de los juguetes. La Nochebuena era el día del puerco asado y de los turrones. Mi abuelo paterno era un experto en conseguir los mejores. Yo era fanático del Jijona y mi hermana del Alicante; así evitábamos discusiones sobre quién se comía lo que nos tocaba.
Dentro del menú de Nochebuena, los dulces ocupaban un lugar central, al igual que la costumbre —que años después asumió mi padre— de preparar una bandeja con los distintos turrones y otros postres: dátiles, higos secos, nueces y avellanas; uno se entretenía quebrando las cáscaras de nueces y avellanas.
Quiero compartir un recuerdo ligado a la aparición de Santa Claus en mi casa. Tenía unos cinco años y celebrábamos la Nochebuena con mis abuelos paternos, mis padres, mi hermana y dos tías solteras. La más joven, una maestra muy ingeniosa, se vistió de Santa y apareció súbitamente en el salón donde estábamos reunidos. Yo estaba cerca de mi abuela, y la “gracia” de mi tía me provocó un ataque de pánico: corrí a esconderme detrás de mi abuela mientras lloraba intensamente.
Entre el “apapache” de mi abuela —como dirían los mexicanos— y la voz de mi tía, que se quitó la barba para tranquilizarme, recuperé la calma. Me impresionó tanto que todavía hoy recuerdo ese episodio. Conviene referir que en esa época Santa no era aún el personaje central de las fiestas ni de las fotos sentados en sus piernas.
Ese y otros recuerdos nos ayudan a construir nuestra propia condición de abuelos en estas Navidades. En mi caso, aprendí a evitar sorpresas como la de mi tía y, desde luego, a mostrar afecto, aun cuando no sea para disipar temores. Está claro que la Navidad era una fiesta esperada por quienes fuimos hijos, nietos, luego padres y ahora abuelos. Y la seguimos esperando, cada uno por sus razones. ¿Tienes algún recuerdo especial como nieto que quisieras compartir? ¿Y en tu papel de abuelo?
Aunque no recuerdo haber ido de niño a la Misa de Gallo, sí tengo muy presente las misas del día de Navidad, siempre estrenando ropa: una muda preparada con anticipación. En casa nunca faltaba un nacimiento en algún rincón ni el arbolito tradicional, no muy grande. Con los años, el nacimiento se redujo al “Misterio” —el Niño, la Virgen y San José—. La imagen del Niño Jesús en su pesebre, colocada por mi madre, tenía una intención muy clara: recordarnos que todo el jolgorio de esos días estaba centrado en aquel Niño nacido en Belén, de naturaleza distinta a la nuestra y con una misión anunciada por los profetas. Esa imagen ha sobrevivido al paso del tiempo.
A ese Niño lo encontraron los Reyes Magos, quienes llevaron regalos. Era la ocasión para que también los niños recibiéramos los nuestros, y así se repetía cada año. Mi padre disfrutaba especialmente el Día de Reyes y, contrario a lo que hoy se acostumbra, siempre compraba una pistola de mitos: inofensiva, pero ruidosa. La disfrutaba como un niño y se sentaba a jugar con los juguetes nuevos. Tercero de nueve hermanos, había tenido que empezar a trabajar a los 14 años; quizá por eso se desquitaba de los Reyes que no tuvo o que no fueron muy abundantes. Nos despertaba con los ruidos de aquella pistola de juguete como señal de que había regalos para abrir.
El gran recuerdo es el cariño que se vivía (a pesar de los sustos) y la ausencia de regaños y malcriadeces.
La Navidad como abuelo
Ahora me toca ser el abuelo, el de ocho nietos. Nos unen para la fecha los encuentros navideños que celebramos cada diciembre, salvo el de 2020, cuando la pandemia nos impidió vernos. Aunque Pilar y yo no participamos presencialmente, nuestras hijas, yernos y nietos sí se reunieron, y por Zoom nos mantuvimos conectados.
Hoy me tengo (nos tenemos) que preguntar: ¿qué papel jugamos los abuelos en una celebración navideña familiar donde los nietos son en su mayoría adolescentes, casi adolescentes, o incluso algunos ya mayores de edad? Yo diría que a pesar de las diferencias generacionales, nuestro papel es construir o renovar tradiciones y dejar claros mensajes de desarrollo espiritual.
Una tradición que se ha ido instalando en nuestra familia —y que comenzó como una contribución mía, siguiendo la costumbre de mi padre— es la preparación de la bandeja de dulces, siempre evocando al abuelo catador de turrones. Mientras Pilar y mis hijas preparaban la cena, yo me encargaba de preparar la bandeja.
Pero los nietos fueron creciendo y ya no se resistían a también ellos a “meter la mano”. Primero fue el nieto mayor, luego, el que le sigue, siempre con la idea de contribuir y aprender. Hasta que la hija mayor reclamó que sus hijas también debían participar.
Y así ha sido en los últimos años: una actividad inclusiva del abuelo con nietas y nietos interesados.
Debo reconocer que la última vez casi todos aportaron algo, pero fueron los mellizos, con apenas diez años, quienes terminaron de diseñar la colocación final de los distintos componentes de la bandeja. Quedan de recuerdo fotos que identifican el arte y la variedad.
Como es de imaginar, la bandeja ha ido variando en sus “componentes”. Del dominio casi exclusivo de los turrones hemos pasado a un claro predominio de chocolates en diversas presentaciones. Se han mantenido las gomitas, que antes solo aportaban colorido, casi como un arbolito de Navidad. La inclusión más reciente ha sido uno de los caramelos que mi madre siempre tenía en casa, gracias a un descubrimiento de una de mis hijas en el supermercado.
Si la Navidad es el período en el que más tiempo compartimos con hijas y nietos, resulta importante que, así como nosotros conservamos recuerdos vivos de nuestra Navidad infantil, ellos construyan los suyos con nosotros. Las abuelas y las tías se dejan sentir con los platos anhelados en el menú especial. Los abuelos tenemos que encontrar cómo nos posicionamos.
Alguien me dijo una vez que los nietos son los últimos que se acordarán de nosotros. Tal vez por eso conviene conversar con ellos sobre el significado de la Navidad y sobre lo que estamos llamados a aprender en esta época.
No se trata de convertirnos en abuelos predicadores, sino en abuelos que dan ejemplo de cariño, colaboración y alegría y que construyen recuerdos con ellos.
El mensaje de la Navidad
Quise cerrar este artículo con un componente inspiracional, casi como una bandeja llena de ideas para saborear el pasado y enriquecer el futuro. Busqué el mensaje navideño del Papa para 2025, pero el propio buscador me recordó que estos mensajes se comparten el día mismo de Navidad. Así llegué al mensaje de 2024 del papa Francisco, que conserva plena vigencia.
En él, retomando palabras de san Pablo a la comunidad de Roma —“Bendigan y no maldigan nunca” (Rm 12,14)—, el Papa invitaba a “decir lo bueno y no decir lo malo” de los demás, especialmente de quienes nos rodean. Hablar bien de los otros, afirmaba, es una expresión de humildad, y la humildad es un rasgo esencial del misterio de la Encarnación, del nacimiento del Señor que celebramos.
Una comunidad —también una familia— vive en gozosa y fraterna armonía en la medida en que sus miembros transitan por el camino de la humildad, renunciando a pensar y a hablar mal de los demás. Y añadía una regla sencilla y exigente: cuando uno ve un defecto en otra persona, solo puede hablar de ello con tres instancias: con Dios, con la persona misma, o con quien en la comunidad pueda ayudar a resolver la situación. Y nada más.
Tal vez la Navidad sea, al final, ese espacio simbólico donde los tiempos de la vida se encuentran: los recuerdos de los nietos que fuimos, la responsabilidad de los padres que hemos sido y la oportunidad de los abuelos que hoy somos para sembrar palabras buenas, gestos sencillos y memorias que otros recordarán mañana.
Si algo nos corresponde como abuelos en estas Navidades no es añadir ruido ni discursos, sino presencia. Estar, acompañar, bendecir y ayudar a que los recuerdos que hoy se construyen sean mañana fuente de gratitud. Quizá ese sea nuestro regalo más duradero. No solo pasarla bien, sino construir recuerdos.
La Navidad pasa, los platos se recogen y los adornos vuelven a las cajas. Lo que queda son las palabras dichas, los gestos compartidos y las memorias sembradas. Como abuelos, tal vez nuestra misión sea sencilla y profunda: ayudar a que, cuando nuestros nietos rememoren estas fechas, recuerden también un hogar donde se hablaba bien, se compartía con alegría y se amaba sin estridencias.
Feliz Navidad a todos.
(Los comentarios quedan abiertos para que compartan sus vivencias, tanto como nietos como abuelos. Compartamos: así aprendemos y, de paso, recordamos.)






Como siempre, estimado maestro, un placer leer y reflexionar sobre los temas tan excelentemente abordados por usted.
Gracias por compartir sus experiencias, enseñanzas y propuestas
Feliz Navidad para todos, especialmente para usted y los suyos