Por Alfonso Tejeda
El sonoro “¡Bravo”! expresado a todo pulmón por una mujer desde su alegre anonimato contrastó con el semblante de Roberto Santana mostrando la puja entre sus emociones, emociones que la combatiente Dulce Then expresara de la siguiente manera: “Cuando Roberto estaba preso en La Victoria, quién le iba a decir que le tocaría a él mismo cerrarla”, sentencia que relata su compañero de vida, Rafael Chaljub Mejía en su muy expresivo reciente artículo “Qué bueno, cerraron La Victoria”
Doña Dulce retorna a recuerdos suyos de vicisitudes confrontadas cuando al recinto clausurado se le llamaba “cementerio de hombres vivos” y ella, junta a otras muchas mujeres tenían que padecer los pesarosos viajes y trámites a ese penal donde su esposo Chaljub Mejía fue encerrado en dos ocasiones, compartiendo en una de ellas con Roberto Santana, que durante los 12 años del régimen balaguerista, también estuvo entre los tantos “inquilinos involuntarios” del lugar.
Entonces era La Victoria -paradoja de sus auspiciadores-, el cruel y más emblemático espacio desde el cual el presidente Joaquín Balaguer pretendía “encerrar las ideas”, esas que Ramón Leonardo, advertía la imposibilidad de que “alguna idea pueda estar presa” , aunque sus portadores estuvieran “tras esas rejas”, porque las “ideas pueden ser cantos, sonrisas o versos” , convicción y leitmotiv de un movimiento sostenido, permanente, de demanda de Libertad, acción que en Navidad alcanzaba sus más altos estándares de reclamos.
En diciembre esos reclamos eran protagonizados por artistas, intelectuales, gente del pueblo que ocupaban iglesias, se movilizaban, reclamaban, bajo la bandera del “Comité Permanente por la Libertad de los Presos políticos y el regreso de los exiliados “ , logro alcanzado en 1978, cuando el recién instalado Gobierno perredeísta aprobó la ley número uno de su gestión, la Ley de Amnistía, que abrió las puertas para que salieran los presos políticos, y, a partir del cual La Victoria cesó una de sus funciones desde que fue establecida en 1952 por la dictadura trujillista: centro de castigo, tortura y muerte de opositores políticos.
Después de 1978 , el recinto funcionó para los confinados por delitos comunes, la mayoría de ellos castigados por una administración de justicia que los relega de los procedimientos legales que les garantizan derechos humanos, marginándolos en los procesos hasta atiborrar esa cárcel con una sobrepoblación (más de nueve mil) tres veces más de la capacidad instalada (2000 reos), resultando entonces la necesidad de construir un nuevo presidio, el bautizado como Las Parras, con disponibilidad para albergar en lo inmediato hasta 2,500 reclusos, con un diseño que permitirá, cuando esté totalmente terminada, alojar hasta 8,500.
Saldo de otra de las deudas acumuladas de la democracia con la sociedad, que ahora pretende, desde una visión más integral, resarcir con el nuevo Modelo Penitenciario, la dignidad humana de los “ Privados de libertad”, y hacer realidad el incumplido propósito de “ reeducarlos” en las cárceles y reintegrarlos a la colectividad, confiando en que durante el tiempo de reclusión adquiran conocimientos, destrezas y conciencia suficientes para comportarse como ciudadanos confiables y productivos en la comunidad.
Aunque surge con un quebrantamiento de leyes financieras y desvío inapropiados de los recursos para su construcción -contenido en el expediente denominado Operación Medusa-, con la nueva cárcel se prevé clausurar de manera definitiva ese “ Cementerio de hombres vivos” que durante 73 años fue La Penitenciaría Nacional de La Victoria, y que el pasado jueves 16 de diciembre de este 2025 cesó técnicamente, como anunció Roberto Santana, dando paso a Las Parras, que abrió sus puertas a una nueva camada de presos, los procesados por los grande casos de corrupción, categoría que cada vez parece hacerse más “común”.





