Por Rafael Céspedes Morillo
Paquito, joven experto en ventas, se destacaba por su manera jocosa de realizar su trabajo; eso le permitía obtener muy buenos resultados. Era, como se decía entonces, un joven labioso. Paquito no solo vendía los productos que comercializaba para la empresa en la que trabajaba, sino que también se vendía a sí mismo; era, en cierto modo, parte del producto. Como resultado, obtenía ganancias especiales en sus permanentes incursiones en el sector femenino.
En sus viajes a Los Cabories, lugar que visitaba todos los meses en su faena como viajante o comisionista —así se les llamaba entonces a quienes realizaban esas labores—, conoció a Elena, una joven de unos dieciséis años que, como muchas otras, aspiraba a un esposo mejor que el que el lugar podía ofrecerle. Creía que emigrar a la gran ciudad sería un triunfo. Agraciada por la naturaleza con un hermoso cuerpo, era deseada por muchos del lugar. Tenía una marca en el rostro, parecida a cualquier cosa y a nada en concreto, a la que llamaban antojo. Había aprendido a disimularla con un maquillaje sencillo, por lo que apenas se notaba, salvo cuando no lo usaba.
En uno de esos viajes, Paquito conoció a Elena, y no fueron necesarios muchos encuentros para que entre ellos surgiera el amor. Los días se le hacían largos a Elena, que contaba las horas con anticipación mientras esperaba a su gran amor. Sentía que Paquito la amaba, sin saber que era parte del número que completaba aquello de un amor en cada puerto.
Con el correr de los meses, y ya con la promesa de boda y de traslado a la gran ciudad, donde formarían una bella familia, Elena, aferrada a esa promesa, cedió con inocencia incluida, a la consumación del amor de la pareja. El disfrute compartido se repetía cada mes, hasta que uno de esos encuentros dejó como premio un embarazo.
Cuando Elena descubrió lo sucedido, se lo comunicó a Paquito. Conversaron sobre el tema y, bajo la promesa del futuro padre de que en los próximos días iría a hablar con sus padres, Elena decidió adelantarse y conversar con su mamá acerca de lo que estaba pasando. Fue una conversación amena, pues marcaba el inicio de una nueva vida: la gran ciudad, un hijo, un esposo amoroso y ningún problema aparente. La madre tomó la situación como algo normal, aunque el padre no la asumió del mismo modo, no había nada que hacer, y así los días pasaron, bajo la mirada acusadora —aunque silenciosa— de los vecinos.
Llegó el día de la visita de Paquito, pero él no se presentó. Alguien había ocupado su lugar como representante de la empresa, y Elena no volvió a saber de él, ni siquiera después del nacimiento de la hija de ambos, Helen, cuya herencia física era la de su madre, incluida la marca en el rostro que tanto la caracterizaba.
Paquito había sido ascendido en la empresa y ya no era Paquito: ahora era el señor Francisco Novas. Elena conversó, en uno de los viajes, con el sustituto de Paquito, y fue entonces cuando supo de su ascenso y de la razón de su ausencia. Envió mensajes y más mensajes que nunca fueron respondidos. Incluso le tomó una foto a Helen y se la envió a su padre, sin obtener respuesta alguna.
Helen fue criada por sus abuelos, con la ternura propia de ellos y dentro de sus limitaciones, pero con todo el amor del mundo. Era como un ruiseñor: cantaba y cantaba todo el día. La gente le pedía canciones; tenía una bonita voz y disfrutaba de los aplausos.
Una prima de Elena conoció el talento de Helen y le propuso que se fuera a vivir con ella a la gran ciudad. Decía conocer a un señor que era promotor de artistas y que podría presentárselo. Ni Elena ni los abuelos pusieron objeción, y Helen se fue a vivir con la prima, lo que representó todo un acontecimiento para la familia.
Su llegada al barrio fue notoria: tenía una gran capacidad para impresionar, sobre todo cuando entonaba alguna de las melodías que cantaba constantemente. A los pocos días llegó el hombre que esperaban, dispuesto a escucharla. Frente a él, Helen debía cantar dos o tres canciones y entonces se decidiría su futuro como artista. Ese futuro quedaba ahora en manos de su posible representante: el señor Novas.





