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miércoles, diciembre 24, 2025
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Matando, robando, mintiendo, extorsionando y sacrificando a media humanidad en nombre de Dios

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Por  Federico Pinales

“En Dios  Confiamos”, es el lema religioso oficial de Los Estados  Unidos de Norteamérica, país donde se estima hay más de medio millón de iglesias de diferentes denominaciones, según importantes fuentes independientes y medios creíbles.

De esa elevada cantidad de iglesias, 400 mil son cristianas, divididas entre católicas y protestantes, llevando el récord mayor las protestantes con 332 mil…cifra que ha ido disminuyendo, por el creciente auge de las demás corrientes de orígenes asiáticas, africanas y árabes, como el judaísmo, el budismo, hinduismo, islam y el ateísmo, además de los creyentes desafiliados, porque han perdido su confianza en algunos líderes religiosos, tras descubrir que muchos  son vulgares traficantes de sentimientos, que han utilizado a las iglesias como negocios y plataformas políticas, a través de las cuales mantienen anestesiadas y manipuladas a las grandes masas, induciéndolas a respaldar a criminales de lesa humanidad.

La frase “En Dios Confiamos” apareció por primera vez en las monedas americanas en 1864, pero una ley de 1955 exigió que dicha frase apareciera en todas las monedas y en 1956 se popularizó y se incluyó de manera obligatoria en todas las monedas y billetes de curso legal en los Estados Unidos, “como forma de contrarrestar el ateísmo” de la Unión Soviética. Esto explica el origen político y manipulador del uso de las iglesias y el acuñamiento de dicho término en el dólar americano; en el cual se debería leer, “aquí esclavizamos, invadimos, matamos, robamos, extorsionamos, chantajeamos, estrangulamos y mentimos en nombre de Dios y con el respaldo de las “iglesias cristianas”.

Entiendo que Moisés, uno de los primeros representantes de Dios en la tierra, mató a uno en Egipto en defensa propia y en protesta por los abusos que cometían los egipcios contra los esclavos israelitas; pero después de esa muerte Dios  le ordenó a “no matar”, “no robar “, “no codiciar los bienes ajenos” y no levantar falsos testimonios”.

Entonces, se supone que los representantes de Dios y Jesucristo, dentro de las diferentes denominaciones religiosas están supuestos a respetar y practicar el contenido de la tabla de los 10 mandamientos, “dictada por Dios a Moisés en el Monte Sinaí”. De la misma forma y con el mismo rigor que ellos aplican, de manera compulsiva, el pago del diezmo establecido en la Biblia.

Sin embargo, sucede que la mayoría de los representantes religiosos no pagan impuestos, por lo menos los principales directivos de las iglesias instaladas en Los Estados Unidos, donde las aperturas de nuevos centros se han convertido en el negocio más rentable. Y es precisamente más rentable, porque además del diezmo obligatorio, las ofrendas voluntarias y los múltiples negocios que se desarrollan cash sin pagar impuestos, reciben fuertes donaciones de los gobiernos y los empresarios del mal, para que estas  mantengan anestesiados a sus feligreses y no vean los crímenes y los robos descarados del sistema contra la humanidad.

Solo así se puede explicar el hecho de que un país tan “religioso” fundado por “cristianos”, con cientos  de millones de seres humanos, afiliados a miles de iglesias de todas las corrientes religiosas, se dé el lujo de violar olímpica y sistemáticamente, todos las leyes bíblicas y  las elaboradas en los diferentes congresos americanos, sobre la protección de los derechos humanos, la honestidad, la democracia y la libertad, bajo la mirada y el silencio cómplice de los religiosos  que viven como reyes, a costa del esfuerzo y sacrificio de los “poncha tarjetas”, que dedican su tiempo y parte de lo míseros salarios que reciben, para mantener a los parásitos que viven de ellos en nombre de “Dios”.

Es por esa razón que ya el grupo de creyentes desafiliados y decepcionados se ha convertido en el segundo grupo más grande después de los cristianos en Los Estados Unidos, cuyo gobierno está enviando un peligroso mensaje a su pueblo y a la humanidad, en el sentido de que es normal mentir, agredir, invadir, matar y apoderarse de lo ajeno sin ninguna consecuencia, siempre y cuando nos convenga y tengamos la suficiente fuerza para imponer nuestras voluntades.

 

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