Por Alfonso Tejeda
Desde esta semana la cotidianidad dominicana se desliza por el bonche dándole un respiro al Gobierno después de un trimestre en el que la actitud de la ciudadanía y las críticas de la oposición le alteraron el confort y lo despojaron de la iniciativa política con los que se había desplazado sin obstáculos en sus cinco años de gestión, sosiego que recupera junto a su “tren de pelea”, con una decisión en que muestra su talante: autorizar espacios físicos a aviones estadounidenses para maniobrar en apoyo de la operación “Lanza del Sur”.
Al disponer la base aérea de San Isidro y parte del aeropuerto Internacional Las Américas José Francisco Peña Gómez, para que aeronaves oficiales de Estados Unidos realicen operaciones de reabastecimiento, transporte de equipos y personal técnico, “como parte de un esfuerzo conjunto contra el narcotráfico en el Caribe”, el presidente Luis Abinader hizo también “una jugada capicúa” demostrando valentía, pero también la destreza adquirida en el manejo del Poder.
Constreñido por la administración Trump, a estar “entre la espada y la pared”, el presidente se refugió en la “real política” que signa el presente dominicano, diseño muy marcado por Estados Unidos desde hace tiempo, pero que en esta era tiene unos trazos muy acentuados por encima de cualquier matiz que quisiera sugerir otro, más allá de la “lucha contra el narcotráfico” que desarrolla Washington en la zona caribeña, la que amplios sectores advierten puede ser una encerrona contra autoridades venezolanas, pendiente de la imprevisibilidad del mandatario estadounidenses.
Más allá de la justificación que pudieran avalar el acuerdo firmado entre Estados Unidos y el país en 1995 “para suprimir el tráfico ilícito por mar de estupefacientes y sustancias psicotrópicas” y el Protocolo que en el 2003 amplió la cooperación al espacio aéreo, en los que sustenta la cesión de ahora, Abinader tuvo la advertencia de poner en conocimiento de los principales dirigentes opositores -Leonel Fernández y Danilo Medina-, comprometiéndolos en la decisión tomada para evitar posibles críticas, las que por “razones obvias”, nunca serían tan altisonantes como las de quienes, desde la izquierda, se afanan en defender una “soberanía” de consignas.
Autorizar que aviones de reabastecimiento y transporte de personal técnicos y equipos usen de manera temporal y bajo estrictas restricciones el suelo dominicano como parte de un esfuerzo conjunto contra el narcotráfico en el Caribe, zona en la que ha crecido ese trasiego, y que Estados Unidos ha señalado a Venezuela y a sus autoridades como protagonistas de primer orden en el negocio de la droga, sí le carga el dado al presidente, quien ya ha tomado otras decisiones contra el Gobierno sudamericano.
La dimensión del arsenal naviero y logístico desplazado en el Caribe y la incorporación de otros países al operativo pudiera explicar aquello de “que la fiebre no está en la sabana”, razón de Washington de que quiere evitar que a Estados Unidos llegue esa carga -responsable principal de miles de muertes en la nación-, cuestiona que para frenar desde su origen el flujo de drogas, obvie la zona del Pacífico, que es por donde se transporta más del 90% de los estupefacientes que se consumen en el continente americano.
Al afrontar como lo ha hecho, esta cesión de territorio a Estados Unidos, lo mismo que José Ignacio Paliza ante los cuestionamientos a esa organización por la detectada presencia en sus filas de personas ligadas al narcotráfico, el presidente del PRM propone mayores controles desde la ley y una vigilancia más estrictas de los partidos, y ,con la entrega de regalías, subsidios y otras atenciones sociales a la población que estimulan el ambiente navideño, el Gobierno, el presidente Abinader y el PRM logran un sosiego que en el último trimestre se le escapaba “como agua entre los dedos”.





