Por Gregorio Montero
Se ha dicho y se ha escrito con bastante frecuencia, que lo que nos toca vivir hoy es un cambio de época, no simplemente una época de cambios y transformaciones profundas en muchos sentidos, que afectan a la sociedad; las distintas formas de interacción social sufren mutaciones intensas, el piso está siendo removido, es como si la zona de confort no existiera para nadie en estos tiempos. Muchos de los valores tradicionales están siendo replanteados e incluso sustituidos, en ocasiones de forma incomprensible, lo que crea serias confusiones; se nota el esfuerzo, aunque no es suficiente, que hacen los gobiernos por reconstruirse alrededor de estas nuevas realidades, tal como ocurrió, por ejemplo, al momento de la Revolución Industrial.
La incertidumbre es consecuencia de tener que enfrentar lo desconocido ante esta denominada modernidad líquida, que contrasta con las características de solidez que conocíamos en el pasado, por las manifestaciones cambiantes e inestables de la realidad; esto hace que las interacciones humanas y sociales se tornen frágiles e intrascendentes, pues lo que cuenta es enfrentar de forma permanente los cambios que no se estabilizan jamás. Si nos detenemos a observar bien los fenómenos, el tiempo disponible solo alcanza para atacar las urgencias, las contingencias dominan el escenario gubernamental, por lo que la planificación, especialmente la estratégica, de forma errónea, está siendo relegada a un plano muchas veces imperceptible.
Esta era líquida amenaza con destruir las relaciones sociales, tal como la hemos conocido, la necesidad de adaptación se las traga, las personas, por lo menos las físicas, parecen ser ninguneadas, pierden importancia; las tecnologías están decidiendo el discurso y el curso de la humanidad, con la intención subyacente y frenética de anular o sustituir al hombre, a la mujer. No podemos convencernos de si la Inteligencia Artificial es realmente un paso de avance o es un retroceso que amenaza la inteligencia natural, la humana, en muchos aspectos, sobre todo en lo ético y lo moral; falta convencernos de si la IA, como se está perfilando, pone o no en riesgo los cimientos de la sociedad misma, por la filtración y manipulación de datos, el control de los ciudadanos, los fraudes tecnológicos, etc.
Otra manifestación de la incertidumbre la encontramos en el fenómeno de la manipulación de las emociones de que son víctimas los humanos, quienes sucumben ante las influencias de quienes, asaltando sus sentimientos y creencias, le hacen ver como ciertas situaciones que son refutadas por los datos objetivos y fehacientes. A esto se le denomina la post verdad, que es una estrategia comunicacional basada en falsedades y distorsiones de los hechos, pero que se aprovecha de los sentimientos y la ignorancia de la gente para instalar una narrativa que, producto de las facilidades que ofrecen los medios de comunicación masiva, como las redes sociales, permiten instalar una narrativa que, aunque mendaz y ficticia, hace, por su estridencia y repetición, que la verdad aparezca como falsa.
En paralelo a todo esto, nos encontramos en la llamada era de los descontentos, que está marcada por una visión ciudadano-céntrica, que obliga a que, como hemos afirmado en otros escritos, los ciudadanos sean colocados como la referencia inequívoca de la actuación gubernamental; lo que no se haga por y para los ciudadanos y ciudadanas, es mejor que no se haga, esa es la caracterización esencial de la Administración Pública de este siglo XXI. Para América Latina los descontentos de la ciudadanía están marcados por la suma de insatisfacciones con problemas históricos no resueltos y otros emergentes que imposibilitan el bienestar y desarrollo de las personas. Como consecuencia del cambio de época, del reposicionamiento ciudadano y del avance tecnológico, estos descontentos son puestos en evidencia sin mayores inconvenientes.
En esto influye, además, el malestar social generalizado, que es el resultado de la incapacidad manifiesta de los Estados para alcanzar niveles mínimos de desarrollo integral, pues campean indetenibles la pobreza, la desigualdad, la inseguridad ciudadana, el cambio climático, la crisis que envuelve la seguridad alimentaria, los fenómenos migratorios, la crisis de las instituciones democráticas…; todo esto, es bien sabido, obstaculiza que la gente viva con dignidad, lo que debería preocupar seriamente a los gobernantes que, de esta manera, ven aún más lejanas sus posibilidades de éxito. Hoy se ven apagados y amenazados importantes logros que se habían alcanzado en la región 25 años atrás, a pesar de los ODS y la Agenda 2030, que, sea remarcado de paso, solo les queda un plazo de cinco años.
Estos escollos que generan incertidumbre, descontentos y desconfianza, a los que se enfrentan los gobiernos hoy día, se pueden clasificar en dos grandes renglones, el económico, por un lado, y el político-social, por el otro, pero, en ambos casos, se trata de problemas estructurales, sistémicos, que requieren de un abordaje profundo y de largo plazo. Primero debe haber entendimiento pleno, especialmente por parte de quienes gobiernan, de esta realidad circundante y sus características, de ello depende la posibilidad de comprender la complejidad del escenario y los cambios y transformaciones que se necesitan para enfrentar con efectividad los problemas.
En el plano económico, urge hacer transformaciones en el modelo de desarrollo, salvo honrosas excepciones, hasta el momento los resultados han sido desastrosos para las grandes mayorías; la economía crece y esto no beneficia al conglomerado social, existe un enorme déficit en lo que respecta a la repartición de lo que se produce. La Administración Pública, las autoridades y sus instrumentos de gestión acumulan una deuda social extremadamente grande con la sociedad, pues las políticas públicas no terminan por atacar con éxito las inaceptables fragmentaciones sociales, la falta de cohesión; por tanto, hay que cambiar las estrategias y el enfoque, lo hecho en el pasado hoy no nos sirve.
En el plano político y social, nada más tormentoso; de esto hay que decir que los modelos políticos tradicionales han fallado, mejor dicho, han fracasado, los mecanismos de representación no lo son más, la práctica política ha sido secuestrada por intereses y actores que nada tienen que ver con la Política, por el contrario, son la anti política; los partidos dejaron de ser, y es el mayor peligro, ese instrumento de intermediación social para convertirse en mecanismos de negociación de cualquier tipo, donde servir a la ciudadanía es un mito. Lo peor es que no existe ninguna otra instancia que deba ni pueda asumir el rol de los partidos políticos, la clave está en repensarlos, transformarlos y democratizarlos, para que una nueva forma de hacer política, la nueva política, salga a la luz.
En este mismo plano, se analiza el fenómeno de las nuevas formas de expresiones sociales, una ciudadanía más activa, que tiene a su disposición mayores y más efectivos medios de participación, a través de la disponibilidad de información, que se erige como un derecho dimanante de dos derechos fundamentales, el de participación social y el de buena administración, así como a través de la singular oportunidad que le ofrecen las redes sociales. Todo esto, está demostrado, potencia su capacidad de demanda y de presión frente a las instituciones democráticas y sus autoridades, las cuales dejan al descubierto sus fallos reincidentes en torno a la concreción de la justicia social, la igualdad y la calidad de vida de las personas, incluso de la libertad, sobre la que hoy se ciernen extremos riesgos.
La democracia en estos días sufre su peor amenaza, producto de su histórica falta de respuesta y del nivel de desconfianza que genera; esto sirve a muchos de excusa para manifestar su descontento prefiriendo en su lugar formas de gobiernos autoritarios. Otros aprovechan el bien merecido descrédito para, haciendo uso de métodos de la post verdad, arremeter, en un terrible y total despropósito, contra sus instituciones, y presentarse como anti-Estado, e incluso, sobre esa base, ganar elecciones y pretender destruir el sistema democrático y las instituciones estatales oficiales. El chantaje y el populismo político, en muchos casos, están definiendo el éxito de la lucha electoral, pues, ante los descontentos y la manipulación, logran la reacción emocional de las personas.
Es cierto, en general la democracia no ha respondido a las expectativas ciudadanas, pero también está demostrado que es la forma de gobierno que vale la pena seguir explorando para procurar la solución de los problemas y conflictos sociales, no es ocasión para aventuras; eso sí, esto plantea la necesidad y la oportunidad para su perfeccionamiento, que parte de la dignidad humana, la solidez institucional y la gobernanza colaborativa.
El desafío está claramente identificado, para los gobiernos, los partidos políticos y la sociedad toda.





