Por Rafael Céspedes Morillo
Caía la tarde y las aves del lugar ya habían comido. Reposaban en sus ramas, ya que de hacer las tareas del día les faltaba poco. Esperaban el momento prudente para buscar sus espacios preferidos donde dormir. Pero a una de ellas, el Petigre, que entre ellos se identificaba como MAA, se le ocurrió llamar a las demás, y como todas estaban sin hacer nada, respondieron de inmediato. A la conversación se integró el Loro, conocido por el mote de ORGO; también lo hizo la Cigua, conocida como NIPA, sin que faltara la Cotorra, a quien llamaban CAPE. Finalmente, se integró el carpintero, llamado MAVE.
Acostumbraban a este tipo de conversaciones, en especial en esos días cuando ya tenían programada una de sus juntas colectivas, donde algunas exhibían sus mejores trajes y cantos.
En esos cónclaves, trazaban nuevas ordenanzas en el mundo de la fauna; tenían el control de mostrar nuevos bailes, nuevos plumajes, nuevos encantos y, regularmente, hablaban de ‘’las nuevas conquistas’’ que iban obteniendo en las más amplias y profundas selvas americanas.
Se explayaban anunciando parte de lo que harían. Anunciaban: “Vamos a encantar a los que nos escuchen”. Porque si algo saben hacer esas aves es manejar sus vuelos con destreza, entonar sus cantos con buenas melodías y, sobre todo, ganar confianza. Saben qué hacer y cómo hacerlo; conocen los detalles para impresionar, objetivo principal de su accionar.
Celosos, cuidaban de que no apareciera por allí un ave que no fuera de su entorno o cofradía.
“No, eso no se puede permitir —decían—; debemos evitar que llegue un ave que pueda hacernos competencia de verdad y nos haga quedar mal. Cuidemos en no dar muchos detalles, como, por ejemplo, solo digamos donde hemos volado, pero jamás los resultados, porque nos aplastan.
—¡Es cierto! —dijo el Petigre—, ¿ustedes han oído hablar de un ruiseñor que tiene hojas escritas sobre cánticos nuevos, buenos, efectivos y probados? Me dicen que es de una isla del Caribe; ¿Lo conocen? Porque, por lo que he oído de él, me parece interesante. Entre sus éxitos, se habla de haber llevado al Gavilán a la presidencia de la selva donde reina el petróleo, ¡y wao!, definitivamente ese fue un gran logro.
El Loro tomó la palabra, diciendo algo así:
—Todo eso que dice ese ruiseñor es mentira. Nunca estuvo cerca del Gavilán; me lo dijo uno que sí estuvo. Además, lo conozco y no tiene nada que mostrar.
El Carpintero agregó:
—Bueno, eso es lo que él dice, y lo presenta como su gran gloria, pero no está demostrado que fuese verdad.
La Cigua intervino:
—Aunque es de mi misma área selvática, no lo conozco. Habría que averiguar, porque no conozco uno de mi selva que haya hecho un trabajo de tan alto nivel.
Finalmente, la Cotorra expresó:
—Yo sí lo conozco, y creo que todo lo que dice es cierto. En esas hojas que mencionan, él narra esos trabajos y nadie lo ha desmentido. Además —reiteró—, es mi pana, un excelente profesional y mejor persona.
La conversación entre esas aves tomó otro rumbo. Probablemente, por la intervención de la Cotorra, la posibilidad de desvirtuar la historia ya no sería posible.
El interés de no dejar que crezca la fauna con nuevas avecitas que agreguen valor a los bosques no es de su agrado, salvo que sea de su entorno. Prefieren la oscuridad entre los animales, porque así entienden que sus plumas, sus encantos, sus cantos y sus desquicios seguirán teniendo espacios y ramas donde posarse.
Olvidan que la naturaleza es capaz de reinventarse a sí misma, que esta puede poner las cosas en su lugar, sin que lo podamos evitar, y eso ocurrirá, si no hoy, mañana, pero sucederá. No importa cuántas selvas digan haber visitado sin decir en cuántos fueron aplaudidos, porque sin duda fueron más los espacios sin aplausos.
Vendrá el día en que los aplausos serán sólo entre ellos mismos, ellos olvidan que la falsedad necesita muletas.






Hola, excelente artículo, abrazos.