Por Emiliano Reyes Espejo
-“Mi amo, no sea así, usted me engorda para luego llevarme a la carnicería. No sería mejor tenerme de mascota y que seamos buenos amigos”, expresó el chivo Pelón.
Petronio se espantó, quedó muy sorprendido al escuchar a su chivo parlante. –Oh Dios, esto me faltaba, Pelón me salió contestador. Tenían muchos años juntos y conociéndose mutuamente, pero nunca su cabrío le dio señales de que podía hablar.
Ya a nadie sorprendía observar a este típico ciudadano del pueblo andar “para arriba y para abajo” con su chivo, como si fueran dos buenos amigos. Pero nadie sospechó que aquel raro animal terminaría hablando con su amo. La cotidianidad asumió visión de normalidad y los domingos, Petronio y Pelón, como casi todos los parroquianos, realizaban la “costumbre dominguera” y acudían a pasearse alrededor del parque. Petronio, elegantemente vestido y Pelón, bien acicalado, se sentaban en un banco a disfrutar del ambiente y a observar a los transeúntes, mientras escuchaban interpretaciones musicales, como marchas marciales, boleros y otras piezas interpretadas por la banda de música del municipio, magistralmente dirigida por el maestro Turito Menencio.
Esta novedosa unión se convirtió en un atractivo, no solo para los moradores de Yomata, sino también para los visitantes. Especialmente, vendedores de mercancías o “comisionistas” que iban a ofertar a las tiendas la venta de ropa de hombres (pantalones, zapatos, botas y chancletas, calcetines) y de mujeres (vestidos, telas de seda y organza, zapatos, ropas interiores, hilos de coser, enseres del hogar), mochas y machetes, entre otros utensilios.
La gente de poblados vecinos acudía también a observar a aquella pareja inusual. El cura párroco lo demonizó y predicó en su contra en la iglesia. Decía que existe la posibilidad de que aquello fuera una expresión del demonio.
Un día menos esperado el religioso convocó a los feligreses a que marcharan en rechazo a esta rara alianza de aquel hombre común con su chivo. Interminables procesiones y romerías se realizaban en círculos concéntricos.
-¡Pequé, pequé Dios mío; piedad, ¡piedad Señor! ¡Si grandes son mis culpas, mayor es tu bondad! –cantaban los feligreses en las procesiones.
–“Mándanos las lluvias, Señor; líbranos de la sequía y del maleficio del chivo Pelón y su diabólico dueño, el maldito Petronio”, predicaba el Padre Vicente mientras se desplazaba frente a caminatas.
-¡Piedad, piedad Señor, líbranos de los ruidos, las drogas! Líbranos Señor de los entierros de haitianos y la maledicencia de las discotecas que entorpecen el sagrado y solemne ritual de la misa, piedad Señor, piedad…”, insistía el cura.
Cuando el Padre Vicente creía que Dios le había escuchado, inesperadamente el bullicio de las discotecas, bares y colmadones cesaron de golpe la música ruidosa. Los jóvenes iban a sus escuelas y los pueblerinos sintieron cierta tranquilidad, sin incluso, las motocicletas que circulaban sin mofles y que hacían ruidos infernales.
Pero “no falta un pelo en el sancocho”. Un grupo de haitianos atravesaba el pueblo “con un entierro” de un compatriota, a ritmo de fotutos: -¡Fututú, fututú, fututú…! Esto indignó al Padre Vicente, quien dijo que eso era una herejía y salió colérico de su iglesia, interrumpió el paso a la ceremonia de sepultura tipo vudú y se abalanzó sobre los extranjeros, estos, asustados, soltaron la caja con el muerto en plena calle Duarte y salieron huyendo para salvarse de la furia del sacerdote católico.
Petronio y su chivo Pelón intervinieron y lograron que el ritual mortuorio siguiera su curso, pero sin el rítmico fotuto. Otro día la banda de música realizaba su retreta y tocaron la emotiva canción “Teléfono de larga distancia”. En esta pieza una trompeta emite un sonido algo melancólico que es respondido por otra trompeta, como si fuera una llamada de larga distancia. Esta vez, cuando desde la banda de música sonó la primera trompeta, la respuesta, en medio de aquel solemne silencio, quien la dio con un prolongado berrido fue el chivo Pelón, causando una gran sensación entre los contertulios del parque.
En una oportunidad, Petronio confronta dificultades económicas y vio su salvación en la venta o el sacrificio de Pelón. Al darse cuenta, el animal le habló y rogó a éste que no lo hiciera.
-“Pero amo –le dijo- entonces usted me engorda y ahora quiere venderme al carnicero.
Petronio, sorprendido, le escuchó. Decidieron ser amigos, así el chivo evitó que lo sacrificaran. Pero pasado el tiempo, el dueño del animal, atosigado por las deudas, decidió venderlo como forma de salvar su apuro económico. El chivo Pelón trató de convencerlo de nuevo, no logrando su propósito, ya que Petronio estaba decidido a resolver por esa vía sus penurias. Una mañana gris, con asomo de lluvias, apareció el prestamista Lucrecio en la casa de Petronio, fue a cobrar las deudas que éste tenía con él. Pelón se da cuenta de la presencia del prestamista y de un brinco entra a la casa y le avisa a su amo sobre la presencia del intruso.
-“Tú me perdonas, pero tengo que venderte para yo quitarme de ese agiotista”, imploró Petronio a su querido chivo. Dicho esto, saltó por una ventana de la casa y huyó para no afrontar los reclamos del prestador.
Desesperado, el chivo buscó el dinero que necesitaba su dueño y evitó su venta. Fueron amigos para siempre. El chivo Pelón y su dueño dieron un ejemplo de amistad leal y eso se pregonó por toda la población. Las cosas buenas deben ser propaladas para ser imitadas por los demás.
*El autor es periodista.





