Miguel J. Escala
Antes de entrar en el tema de la risa o de la burla, quisiéramos mencionar un motivo de alegría que bien vale destacar: los premios otorgados desde la Presidencia de la República y el CONAPE, como parte de la celebración del Día Internacional de las Personas de Edad (el pasado 1.º de octubre).
Este año, el premio “Protector de la Persona Envejeciente” fue entregado a Sor Agripina Acosta, en representación del Hogar de Ancianos La Santísima Trinidad, de la provincia Espaillat, por su dedicación a los adultos mayores que acogen con cariño y entrega.
Asimismo, el galardón “Adulto Mayor del Año 2025” fue otorgado a la maestra, bailarina y coreógrafa Josefina Miniño, reconocida y querida en todo el país por su trayectoria artística. A sus 85 años, Josefina continúa contribuyendo al fortalecimiento de las expresiones artísticas nacionales con su talento y vitalidad.
Ambos reconocimientos y las demás actividades celebradas en esa ocasión no despiertan risas ni burlas, sino aplausos y alegría compartida. Alegría por el valor de reconocer a quienes consideran que ser adulto mayor, o cuidar a los adultos mayores, es un privilegio y no una carga. Quienes viven esa vocación lo hacen con amor, humor y sonrisas, nunca con burlas ni desprecios.
La burla, en cambio, es lo opuesto al humor genuino. Mientras el humor une, sana y humaniza, la burla divide, hiere y degrada. Reír con los demás nos enriquece; reír de los demás nos empobrece. El humor verdadero requiere empatía; la burla, ausencia de ella.
El humor y los adultos mayores
Si afirmara que los adultos mayores necesitamos del humor para aumentar nuestra calidad de vida. Algunos levantarían una banderita roja y dirían: “¡del bueno, por favor!”. Y tendrían razón. Hay un buen humor y un mal humor, y debemos apostar decididamente por el primero.
Creo que lograríamos consenso si reformulamos: “los adultos mayores necesitamos del buen humor para mejorar nuestra calidad de vida”. Porque interactuar con alguien de mal humor es difícil y agotador. En cambio, el buen humor, definido por la Real Academia Española (RAE) como “propensión más o menos duradera a mostrarse alegre y complaciente”, es altamente deseable. Se relaciona con lo que solemos llamar “buen genio” o “mal genio”.
La misma RAE ofrece otra definición de humor como “jovialidad o agudeza”, cuyos sinónimos incluyen salero y chispa, y lo contrapone a la seriedad.
Podemos, entonces, combinar ambas acepciones: quien tiene buen humor desarrolla fácilmente su “chispa”, resaltando el lado cómico y risueño de las cosas, mientras que quien vive de mal humor tiene más dificultad para hacerlo.
Aunque, claro, hay excepciones; recordé como muchos lectores quizá, a un gran humorista dominicano capaz de sacar “chispa” de cualquier situación, pero que, según se cuenta, tenía mal humor en su vida familiar y laboral.
En todo caso, queda claro que debemos trabajar por cultivar el buen humor, y celebrar las “chispas” de quienes admiramos por su alegría contagiosa.
Estar y tener buen humor son dos formas complementarias de expresar una misma disposición de ánimo, y una razón poderosa para desear rodearse de gente que lo exhiba.
Nosotros, como adultos mayores llamados a estar de buen humor, podemos ejercitar nuestra capacidad de comunicar con salero, chispa o agudeza las situaciones que hemos vivido, las cuales hemos superado y que pueden servir para disfrutar buenos momentos. A menudo, la risa nos sorprende cuando compartimos esas historias, y se multiplica en el grupo en el cual interactuamos.
Reírnos de nuestros errores, ocurrencias y “metidas de pata”, contadas por nosotros mismos o recordadas por otros con respeto y cariño, forma parte del humor que se genera en los encuentros de adultos mayores.
Estamos de buen humor y tenemos buen humor: contamos nuestras historias o repetimos las que nos han contado, sabiendo que los cuentos se exageran, lo cual, como decía un querido maestro, “embellece la verdad”.
Con el tiempo, pasamos de los chistes “coloraos” de la juventud a los chistes basados en nuestras propias experiencias o las de personas cercanas, casi siempre centrados en errores simpáticos o confusiones inocentes.
Ejercitar el buen humor y cultivar la risa como resultado de compartir nuestras pequeñas “hazañas” nos hace bien.
Además de reír y hacer reír (si somos exitosos en la narración), aprendemos de nuestros errores y de los ajenos. También notamos que contar siempre la misma acción que genera el chiste puede ser señal de que algo no se está aprendiendo.
Eso sí, guardemos los mejores cuentos para momentos difíciles: por ejemplo, cuando conversamos con amigos o familiares que atraviesan serios problemas de salud. Muchos cuidadores recuerdan con ternura esas conversaciones en las que una sonrisa, aunque mínima, confirma que vamos bien con los cuentos.
El humor puede y debe formar parte del ecosistema afectivo del cuidado aún en momentos críticos.
Varios casos para contar
A continuación, comparto algunas experiencias que considero jocosas y que, espero, les arranquen al menos una sonrisa, aunque sea de esas discretas que muestran los dientes.
Un caso curioso ocurrió en la lavandería que habitualmente visito. Regresé poco después de haber pagado la ropa a recogerla, porque me di cuenta de que la había dejado colgada. No era la primera vez; en más de una ocasión he olvidado prendas en el porta perchas, aunque siempre rectifico antes de subir al carro.
Otro cliente, que escuchó mi historia, comentó que hacía tres meses había dejado toda la ropa de una semana en una lavandería… y no recordaba en cuál.
Ambas situaciones (la suya y la mía) provocaron risas, pero, cuidado, sin caer en edadismo atribuyendo el olvido a la edad. El otro señor rondaba los cincuenta, así que, si alguien pensaba atribuir esos olvidos a la vejez, tendría que excluirlo… y pedirme disculpas. Lo mío, con veinte años más, fue apenas una peccata minuta.
¿Moraleja? Guarde siempre los recibos de la lavandería en un mismo lugar, y no se vaya sin contar las piezas. “Rutiniza” el tema.
En otro caso. también mío, tenía recetadas dos gotas que venían en cuentagotas muy parecidos. Una noche me confundí y apliqué en los ojos las gotas destinadas a los hongos de los pies. El ardor fue tremendo, y después de mucho enjuagar, terminé llamando a la oftalmóloga. Lo curioso es que tengo una comadre que cometió el mismo error. Gracias a Dios no tuvimos lesión permanente en los ojos, a no ser una protección fungicida no buscada.
¿Moraleja? Después de reírse de nosotros, recuerde colocar los medicamentos en lugares distintos, y si los frascos son parecidos, ponga una cinta de color oscuro al de los hongos. Y, por favor, no deje como hizo un amigo, los paños húmedos del baño (“wipes”) cerca de los que tienen cloro: “aquella” superficie no lo agradecerá.
Estos olvidos y confusiones, de los que tenemos permiso para reírnos, son ejemplos de situaciones que debemos asumir con humor, contarlas y compartir sus moralejas.
Para terminar conmigo: mientras escribía este artículo, hice una pausa para prepararme una batida. Cuando fui a llevarla al salón donde vería televisión, me di cuenta de que no llevaba la batida… sino la taza de agua que iba a usar para hacer té.
¿Moraleja? no se entusiasme tanto con las noticias; verifique el recipiente antes de salir de la cocina. En esta ocasión me dije, como suelo hacerlo cuando me autorregaño: “Miguelito, Miguelito…”. Es mi manera habitual de llamarme la atención y de generar una moraleja. Y pensé “no me luce hacer eso,” pero al menos me hizo reír.
El último caso que quiero compartir es el de mi esposa, Pilar. Lo hago con su permiso. Por una caída de cabello localizada, la dermatóloga le indicó dos tratamientos: un líquido para aplicarse sobre el cuero cabelludo y otro, también líquido, para tomar diluido en jugo. Al ir a beber su dosis, tuvo la duda de cuál de los dos frascos correspondía, y tras confirmar que era el otro, descubrió que había estado tomando por dos días consecutivos el que debía aplicarse externamente.
Llamamos de inmediato a la doctora por lo que para nosotros era una emergencia, pero la respuesta, transmitida por una asistente, fue tranquilizadora: “No se preocupe, tome bastante agua y, si presenta alguna reacción, ingiera un antialérgico”. Aun así, por recomendación de amigos, Pilar se hizo análisis para revisar hígado y riñones. Gracias a Dios, todo salió bien.
El relato, sin duda, puede generar algo de preocupación, pero también una sonrisa por la confusión. Lo más gracioso, sin embargo, vino después; ella aficionada a las series policíacas, empezó a preocuparse… por mí. Su lógica criminalista (no certificada) la llevó a imaginar que, si algo le hubiera pasado, el INACIF abriría una investigación, hallaría en el estómago una sustancia inesperada, atribuiría la muerte a un envenenamiento y yo terminaría siendo el primer sospechoso.
¿Moraleja? La primera lección, para la protagonista, es sencilla: marcar bien los frascos con letreros claros “para untar” y “para tomar”. Asunto resuelto.
La segunda, dirigida a los esposos, es igualmente útil: mantener un expediente limpio con la policía y, por si acaso, supervisar discretamente los medicamentos de la pareja… solo para evitar confusiones.
Con estos casos concluyo esta primera parte, dedicada al humor como forma de mirar la vida con ligereza y afecto. Viktor Frankl decía que “el humor es otro de los medios con que el alma lucha por su supervivencia”, y quizá eso explica por qué, aun en los tropiezos cotidianos, la risa puede ser una manera de afirmarnos en la esperanza.
En la próxima entrega (la Parte 2) prometo abordar el otro rostro de la risa que es la burla, esa forma de humor sin empatía. Tal vez lo haga con la ayuda de algunos cuentos que los lectores se animen a compartir tanto de risa como casos de burlas establecidas.






Brillante. La risa es un remedio casero de bajo costo y cura muchas dolencias. A mí me gusta el buen humor y no me voy a dormir sin buscar de que reírme, aunque sea de los tropiezos del dia.
Hoy me leí tu publicación de un solo sorbo. Gracias.
Salud.
W A O. Mi parte favorita: "Reír con los demás nos enriquece; reír de los demás nos empobrece"
Me encanta leer sobre esos aspectos de la cotidianidad de los adultos mayores. Siempre voy a dormir con una sonrisa.
Profesor, me hizo reir y me reflejé en varias de sus anécdotas. Parece que el que se inventó el localizador (yo le llamo "encontrador") del celular era uno al que se le perdía a diario, mi esposa se lo agradece mucho, jajaja.
Gracias por hacerme sonreír…
Me alegro mucho de la acogida sonriente al artículo. Adelanto algo de la parte 2: Cuando esos olvidos y confusiones ocurren a un joven, hay risas solamente. Si es un adulto mayor en los medios de adultos hay sonrisas, risas y hasta carcajadas. Pero cuando ocurre en grupos mixtos puede además de risas, originar burlas… (mira ese viejo. etc. etc.). A la que tenemos derecho a responder. Desde luego cuando se tiene un diagnóstico, me parece que somos o debemos se más respetuosos y solo contar las anécdotas para sacar moralejas o enteder otros comportamientos. Para comprender esas sutilezas y situaciones, la empatía como base es fundamental. Gracias por sus comentarios, me hicieron reír.
Sin un buen sentido de humor mi matrimonio no hubiera durado 33 años hasta ahora. Lo mismo es cierto de amistades que ya tengo alrededor de 50 y 60 años conociendo. Este estupendo artículo nos recuerda de la importancia de la risa en nuestras vidas. No solo nos repara física y emocionalmente pero también es el mejor remedio para las crisis y desacuerdos en las relaciones humanas.
Buen tratamiento del humor cuando llega la tarde.
Excelente, como siempre.
Muy real y simpático. Gracias por esta entrega.
Muy bien. Sin desperdicios. Una lección de sensibilidad, de forma adecuada de ver la vida y sobre todo de preparación para una edad adulta más feliz y relajada…