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viernes, octubre 10, 2025
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Abinader no maquilla la dependencia dominicana de Estados Unidos

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Por Osvaldo Santana 

El presidente Luis Abinader ha abierto una nueva página en la historia de la dependencia dominicana frente a los Estados Unidos: sin rubor, sus decisiones en política exterior siguen a pie juntillas las directrices de las diferentes administraciones de ese país. Relaciones fluidas con Joe Biden y obediencia debida con Donald Trump. 

Mostrarse al desnudo, sin ningún tapujo, ha sido su divisa frente a los dominicanos y el mundo: nuestra dependencia política de Estados Unidos se corresponde con la dependencia económica. Es quizás la comprensión consciente de una historia de simulaciones, sumisiones y unas costosas actitudes de pretendida independencia frente a la poderosa nación imperial.

Desde antes y después de 1916, cuando se produjo la primera intervención militar norteamericana, y durante los años posteriores, hasta la revuelta civil de 1965, que fue sofocada por otra presencia militar de Estados Unidos, la presencia y direccionamiento de esa nación sobre los destinos nacionales ha sido constante, excepto en momentos estelares: el gobierno de Juan Bosch, que resistió las órdenes de Washington y durante la insurrección liderada por Francisco Alberto Caamaño. Dos únicos momentos desde la fundación de la República en que hubo atisbos de independencia política frente a Estados Unidos. 

Otros gobernantes al menos guardaban la forma. El general Rafael Trujillo Molina presumía de su fuerte personalidad frente al influjo norteamericano; su ascenso fue una herencia made in USA, y actuó según sus directrices. Ni hablar de Joaquín Balaguer, que siempre habló de un nacionalismo que no podía ser confrontacional con Estados Unidos, aunque, a decir verdad, su obediencia la ejercía con alguna circunspección. En ocasiones, le hizo desplantes a varios embajadores que actuaban como procónsules. 

En los tiempos de democracia, los gobiernos del Partido Revolucionario Dominicano (PRD) (1978-1986), igual actuaron bajo la misma férula de Washington. Y durante el período de 2000-2004, se llegó al extremo de participar en una guerra en el Oriente Próximo, patrocinada por Estados Unidos: la invasión a Irak. 

Durante las administraciones del Partido de la Liberación Dominicana (PLD), surgido bajo la figura del antiimperialista Bosch, predominó el sometimiento a Estados Unidos, con algunos atrevimientos, como el de Danilo Medina, que estableció “inconsultamente” relaciones con la República Popular China. O antes, Leonel Fernández, que en tiempos de Barack Obama reconoció a Palestina, y recibió a su primer ministro Mahmud Abás, además de propiciar acercamientos con algunas naciones no afines a Estados Unidos, pero sin provocar la menor irritación al imperio.

Abinader comprendió la historia, y simplemente optó por el alineamiento hacia Estados Unidos, y desde el primer día de su mandato, en 2020, declaró que desarrollaría una relación especial, singularmente privilegiada con ese país como socio estratégico, pero pocos pensábamos que llegaría tan lejos en la formulación de la política exterior.

Además de mirar al pasado y entender “la necesidad” de proseguir con la adhesión a Washington, tiene otro motivo muy poderoso: la economía dominicana es cada vez más dependiente de Estados Unidos. 

Es Estados Unidos el principal mercado para los productos dominicanos. 53% de las exportaciones, y principal mercado de abastos de consumo nacional; principal residencia de los capitales de inversión, principal emisor de turistas, y transversalmente bajo el predominio de un Tratado de Libre Comercio (DR-Cafta), territorio donde reside el mayor número dominicanos en el exterior, y principales responsables de las remesas a la economía nacional.

Un elemento circunstancial, la presidencia de Trump, que pretende devolver la primacía en todos los sentidos a Estados Unidos, sin considerar aliados, como sus tradicionales socios de la Unión Europea o los países asiáticos más importantes, como Japón o Australia, apura la política de subordinación a sus designios.

La sumisión

En medio de la competencia de mercados y de liderazgos entre los grandes países, cuando Abinader anunció en  su juramentación una alianza estratégica con Estados Unidos, y le dijo a China que no deseaba sus inversiones en puertos ni aeropuertos, servicios eléctricos ni telefonía y mucho menos en áreas como minería, trazó una raya. 

Y así, hasta estos días, cuando el gobierno dominicano ejerce “su soberanía” con la decisión de no invitar a Venezuela, Nicaragua ni Cuba a la X Cumbre de las Américas, programada para el 4 y 5 de diciembre, en Punta Cana.

Abinader se reconoce y reconoce al país como dependiente de Estados Unidos, como parte de su traspatio, de su área de influencia, y no se distrae discutiendo una cuestión sabida, en el entendido de que la independencia dominicana es una quimera, un sentimiento válido solo frente a países parecidos, como Haití y el resto del continente americano, con algunos de los cuales se practica cierta interdependencia.

Hasta Haití sería independiente frente a sus similares, como República Dominicana, pero tampoco ante la gran nación. 

República Dominicana tendría que conformarse, como ha entendido el presidente Abinader, con su sumisión a los Estados Unidos, y solo estaría en capacidad de ejercer su política exterior soberana frente a su par Haití, y otros similares, siempre que en alguna medida no contravenga el interés del imperio.

Ese descarnado realismo ha predominado en la psique de Abinader, y en esa perspectiva alecciona a pobres países como Cuba, que alguna vez soñaron con un modelo no validado por Estados Unidos.

Osvaldo Santana
Osvaldo Santana
Osvaldo Santana es periodista.

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