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sábado, julio 26, 2025
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Taxonomía de cuidadores

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Miguel J. Escala

El tema de los cuidadores, que toca a tantas personas, ha tenido una excelente acogida entre los lectores. Además de los comentarios en la página de PronosticaMedia, he recibido numerosas sugerencias de lecturas, ampliaciones y reflexiones sobre los asuntos tratados. Seguimos aprendiendo.

La reacción al artículo anterior coincidió con mi relectura (por tercera vez, creo) de Mis quinientos locos del Dr. Antonio Zaglul, en su más reciente reimpresión. Siempre resulta una lectura enriquecedora. En uno de los últimos capítulos, Zaglul menciona la “conciencia de la enfermedad”, algo que —según él— no existía en sus pacientes internos (sus “locos”). Esta observación me hizo pensar en la “conciencia de cuidador”, pero también en la “conciencia de persona cuidada”. Lo curioso es que todos los que me han escrito lo han hecho desde su experiencia como cuidadores, nunca como personas cuidadas.

Aunque en esta ocasión nos ocuparemos de quienes asumen la identidad de cuidadores, no deja de ser valioso invitar a compartir vivencias de quienes han sido personas cuidadas, especialmente aquellos que lograron superar una etapa de dependencia. Sus reflexiones enriquecerían, sin duda, la comprensión de este fenómeno.

Comparto a continuación los aportes recibidos y finalizo con una taxonomía de los cuidadores, que está íntimamente ligada, por cierto, a la de las personas cuidadas.

Aportes de los lectores

Confieso que he sido cuidador familiar, en períodos breves, acompañando a mi esposa, siempre con la esperanza puesta en su recuperación. Con mi madre, mi esposa y yo fuimos testigos de su partida durante varios días, en un proceso en el que lo único que podíamos hacer era humedecer sus labios y leer algunos salmos.

En una ocasión, una superiora de un asilo me propuso ser cuidador voluntario para asistir a los internos durante la cena. Rechacé la invitación, lo admito: no es fácil. A mi padre lo visitaba con la frecuencia que podía, y siempre me sorprendía su plan de hacer cosas “cuando mejorara”, a pesar de que su situación no exigía mayores cuidados, pero tampoco ofrecía esperanza de mejoría. Hablar con él sobre ese “cuando salga de esto”, justo después de haber pasado por el cementerio a dejar listos los preparativos, era, sin duda, más difícil que ayudar a comer a ancianos ajenos.

Por eso valoro tanto a quienes han compartido sus vivencias. Veamos algunas contribuciones seleccionadas. 

Karelyn Peña, una joven preocupada y cuidadora ocasional, publicó en PronosticaMedia: 

  • “Gracias, Dr. Escala, por tocar un tema tan profundo, tan cotidiano y, sin embargo, tan invisibilizado como el del cuidador familiar. Su artículo no es otro relato más sobre el envejecimiento o la carga que implica cuidar; es una invitación sincera y humana a reflexionar sobre algo que muchas veces ocurre en silencio: el desgaste emocional, físico y mental de quienes cuidan.
  • Me conmovió cómo hiló diferentes escenarios: desde la sentencia materna en Como agua para chocolate —una prisión emocional disfrazada de deber— hasta ese cuidador contemporáneo que, entre pañales, llamadas, límites y ternura, se pregunta brutalmente: ¿Quién cuida al que cuida?
  • En todo esto hay una doble lucha: sostener a otro sin dejar de sostenerse uno mismo. Y como bien menciona, no basta el amor, la voluntad o la gratitud. Se necesita una red, una estructura de apoyo, pausas, reconocimiento. Porque ser cuidador no es solo entrega: también es desgaste (emocional y económico). 
  • No es solo amor: también deben existir límites. No es solo servicio: también es vida propia dejada de lado para el que cuida. Y eso, aunque no se note en la rutina diaria, pesa. Gracias por visibilizar lo invisible”.

Rosa Ariza, educadora y cuidadora familiar, subraya la importancia del autocuidado:

“Me ayuda mucho tener un programa de autocuidado y actividades que me diviertan al mismo tiempo que cuido. Dos días a la semana salimos a parques, al malecón o a la playa. Un día es para plazas y una comida ‘rompe dieta’; la persona cuidada se divierte y yo también. Me tomo un día libre a la semana, como todo trabajador. Duermo o descanso cuando la persona cuidada lo hace. Y no he abandonado nada que me haga sentir bien. En mi experiencia, la prevención del desgaste es una prioridad, por amor a quienes cuido y a mí misma”.

Luis Marte Matos ha vivido diversas experiencias como cuidador y ofrece una reflexión muy concreta:

  1. El cuidado adecuado requiere paciencia, empatía y atención constante. Es fundamental mantener comunicación clara y respetuosa, escuchando las necesidades y preocupaciones de la persona a cargo.
  2. Es importante organizarse para garantizar una rutina estable y no descuidar el propio bienestar, buscando apoyo para evitar el agotamiento.
  3. Fomentar un ambiente de confianza y cariño mejora la calidad de vida de la persona cuidada y fortalece la relación entre ambos. Siempre con respeto mutuo como clave innegociable, y controlando las emociones”.

Para Carmen Reynoso, psicóloga y bendecida con una madre de 96 años nos agrega: 

“Todos estamos inmersos en estas tareas, desde un ángulo u otro. Y la mejor forma de sobrevivir de manera exitosa es alternando con actividades gratificantes, tanto para el cuidador como para el adulto a quien se cuida”.

Para terminar los aportes de lectores, quiero compartir la de Niulka Namnum, psicóloga de profesión, pero además facilitadora de grupos y talleres matrimoniales. Con su reflexión sobre los cuidadores de pareja que de seguro nos toca de un lado o del otro. 

“Es útil pensar en el cuidado mutuo entre parejas de muchos años, que inevitablemente van adquiriendo condiciones de salud. Deben reaprender a ser un equipo diferente, centrado en la salud, donde cada uno aporte sus fortalezas al bienestar de ambos.

Y que no teman al tiempo. Que no les asuste envejecer juntos. Nosotros también temimos: a aburrirnos, a perdernos, a dejar de reconocernos. Pero si cuidan la conexión, si se siguen buscando incluso después de conocerse por completo, el amor no se gasta: se transforma”.

La familia constituye, sin duda, la red de apoyo social más importante para los adultos mayores. Como bien afirman Gema Lorena Pinargote y Silvio Alejandro Alcívar  en la revista Cognosis, para las personas mayores es tan importante recibir ayuda de su familia como poder brindarla. Sentirse útiles, reconocidos, queridos y no considerados una carga es fundamental. Cuando esto no ocurre, suelen surgir sentimientos de baja autoestima, soledad y tristeza.

La diversidad de situaciones y experiencias compartidas confirma que no existe un único perfil de cuidador, sino una multiplicidad de realidades que, al ser nombradas, pueden ayudarnos a comprender mejor este fenómeno humano, social y familiar. Comparto, por tanto, una taxonomía de los cuidadores, no cerrada, sino abierta a revisión y enriquecimiento por quienes viven o han vivido esta experiencia.  Toca a las nuevas generaciones estudiar el tema a partir de esas clasificaciones, a sabiendas de que hay muchas combinaciones posibles. 

Tipos de Cuidadores

Criterio Tipos / Categorías Ejemplos
Según la persona cuidada Familiar directo Esposo/a, hijo/a, nieto/a, hermano/a, progenitor (en adultos jóvenes con discapacidad)
Familiar indirecto Sobrino/a, primo/a, cuñado/a
No familiar Amigo/a cercano, vecino/a, conocido
Profesional contratado Enfermera, auxiliar, cuidador/a domiciliario/a certificado/a
Voluntario Voluntariado religioso, comunitario, social
Según la motivación que origina el cuidado Por amor y afecto Pareja, hijo/a; surge de vínculos familiares o afectivos
Por obligación social o moral Hijo único, promesa, normas culturales de cuidado familiar
Por falta de alternativas Cuando no hay quién más lo haga o por imposición
Por vocación o trabajo Profesionales y voluntarios que eligen cuidar
Según la condición de remuneración Remunerado (pago) Profesional, cuidador contratado, cuidador informal pagado
No remunerado (no pago) Familiar, amigo, voluntario
Según el género Hombre
Mujer
Según la dedicación de tiempo Tiempo completo 24 horas o convivencia permanente; sin otra actividad
Parcial (8-10 horas diarias) Jornada regular
Parcial (menos de 8 horas) Jornadas cortas, medio tiempo; alterna con otras ocupaciones o se limita a ciertas horas o días
Por períodos o intermitente Días alternos, semanas alternas, emergencias
Por ratos Por momentos específicos y sin regularidad
Según el tipo de tareas que asume Cuidado físico Higiene, alimentación, medicación, movilidad
Cuidado emocional Acompañamiento, escucha, afecto
Cuidado administrativo Gestiones, citas médicas, trámites legales
Cuidado económico Administración de recursos, compras, pagos
Según el lugar del cuidado En domicilio propio de la persona cuidada
En domicilio del cuidador
En institución Asilo, hogar de día, centro especializado
Según la duración esperada del cuidado Temporal Ligado a una recuperación o con un horizonte de final claro
Permanente o indefinido Asociado a condiciones crónicas, terminales, envejecimiento avanzado

 

Así como esta clasificación intenta nombrar la pluralidad de cuidadores, es imposible hacerlo sin considerar a la persona cuidada como su contraparte esencial. No es lo mismo cuidar a un niño, a un adulto mayor, a una persona con discapacidad física, a alguien con una condición mental degenerativa o a quien atraviesa un proceso de recuperación postquirúrgica. La naturaleza de quien recibe el cuidado define, inevitablemente, el perfil y las tareas del cuidador.

Lo importante es lograr una integración de equipo entre ambos, y, especialmente en los casos en que la persona cuidada no ha sufrido pérdidas cognoscitivas, entender la condición de cada uno y las expectativas mutuas. Son numerosos los casos de cuidadores que acompañan procesos postquirúrgicos o de rehabilitación tras accidentes, en los que se espera de ellos no solo la asistencia práctica, sino también la labor motivacional que ayude a la persona cuidada a reencontrar el sentido de la vida y a fortalecer su resiliencia.

Cuidar y dejarse cuidar son dos dimensiones inseparables de la condición humana. En esa relación, se teje no solo la supervivencia física, sino también la dignidad y el sentido de la vida. Por eso es tan necesario seguir reflexionando, compartiendo y aprendiendo de quienes han vivido estas experiencias, porque en ese aprendizaje está también la posibilidad de humanizarnos más.

 

Miguel J. Escala
Miguel J. Escala
Miguel J. Escala Es educador desde 1969. Estudió Psicología y Educación Superior.

2 COMENTARIOS

  1. Cuidadores en Contextos Culturales: Estados Unidos vs República Dominicana

    Esta reflexión nace de lo que he vivido personalmente. Después de casi 40 años ejerciendo la medicina en Estados Unidos, he tenido la oportunidad de observar de cerca cómo se manejan aquí los cuidados a personas mayores o con enfermedades crónicas. Pero también llevo en el corazón lo que viví con mis propios padres en República Dominicana, y cómo mis hermanos, con amor, entrega y sin descanso, asumieron su cuidado cuando llegó el momento. Esa experiencia me marcó, y sigue hablándome con fuerza.

La figura del cuidador no es igual en todas partes, y la cultura influye más de lo que a veces pensamos. Las diferencias entre Estados Unidos y República Dominicana son claras, y valen la pena observarlas.

    El modelo estadounidense
    En EE.UU., el cuidado tiende a estar profesionalizado e institucionalizado. Es común que las familias recurran a hogares de ancianos, centros de rehabilitación, hospicios o cuidadores contratados a domicilio. Esto permite a los hijos adultos continuar con sus trabajos, vidas personales y compromisos, sin tener que cambiarlo todo.

Pero hay un precio. Muchas veces me ha tocado ver el sentimiento de culpa, la sensación de “haber dejado a mami o a papi en manos de otros”, o incluso la desconexión emocional que puede aparecer cuando el contacto se limita a visitas. Es cierto que hay estructura, apoyo y profesionales capacitados, pero también se pierde algo de ese calor humano que tantos extrañan.

    El modelo dominicano
    En República Dominicana, aunque hay más acceso a servicios privados de salud y cuidado, el corazón del cuidado sigue estando en la familia. Y más específicamente, en las mujeres: hijas, nueras, hermanas. Se espera que el cuidado sea un acto de amor y responsabilidad familiar. Y muchas veces lo es.

Mis hermanos lo hicieron con nuestros padres, sin escatimar tiempo, esfuerzo ni sacrificios. Pero no fue fácil. En muchas familias dominicanas, los cuidadores también están criando hijos, trabajando o enfrentando sus propias dificultades. Es lo que se llama “la generación sándwich”: cuidando a los mayores, pero también a los más pequeños. Y eso pasa factura.

    ¿Cómo afecta esto a todos los involucrados?
    El cuidador termina muchas veces agotado física y emocionalmente. Postergando su vida personal, laboral, incluso su salud. Y con frecuencia, sin reconocimiento. Porque se espera que lo haga “porque es lo correcto”.

La persona cuidada, por otro lado, recibe afecto, familiaridad, y a veces, cuidados que ningún profesional puede ofrecer. Pero también vive con tensiones, falta de cuidados clínicos adecuados, y, algo que he visto muchas veces, culpa por sentir que está siendo una carga.

    ¿Cuál es el punto medio?
    No hay sistema perfecto. El estadounidense da estructura, pero puede ser impersonal. El dominicano da calor, pero puede romper a quienes cuidan.

Tal vez el futuro, o el ideal, esté en no tener que escoger entre uno u otro extremo. En combinar lo mejor de ambos mundos: el amor de la familia con el apoyo de los profesionales, y así evitar que el cuidador se quiebre en silencio, y que la persona cuidada no se sienta abandonada ni culpable.

  2. Gracias, Jose por eso comentarios testimoniales. Tienen mucho valor. Algo que creo que hay que trabajar en el Cuidado a distancia, en donde quizás no se "baja el lomo" pero que es muy importante sobre todo cuando se vive lejos, cuando las visitas no son tan posibles o cuando todos son "cuidados". Ese cuidado a distancia se puede valer de los recursos tecnológicos de hoy, y del futuro, para hacerles sentir una presencia y un seguimiento. Cuando hay cariño como base, eso se siente, reanima a la persona cuidada y favorece el clima de labores del cuidador presencial.

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