Por Rafael Céspedes Morillo
Cuando se pierde o no existe la capacidad de escuchar al volumen normal en el que hablamos los humanos, también se pierde la capacidad de oír los ruidos y cualquier otro tipo de sonidos, excepto el del corazón: él siempre sabrá el volumen que debe usar para hacerse escuchar por su dueño. A veces es tan comunicativo que logra que no solo el dueño lo escuche, sino que otros también lo oigan.
Debemos mencionar que la sordera puede tener causas internas o externas, pero también hay sorderas inducidas o voluntarias. Hay casos de personas que no quieren escuchar. De ahí el refrán: “no hay peor sordo que aquel que no quiere oír”.
Del primer tipo de sordos conozco a varios, con diferentes niveles de pérdida auditiva. Pero, sin haber hecho un estudio formal sobre el tema, con un simple análisis, solo pasando revista, encuentro que los segundos —los sordos voluntarios— son numéricamente más.
Estos tipos de sordos son aquellos a los que no les gusta lo que se les diga, o hable de los temas que no son de su agrado, a veces porque creen que no les conviene; otras veces porque, aunque lo que se les diga sea cierto y de calidad, eso rompe con sus creencias religiosas, con sus gustos, o incluso con sus intereses y propósitos no declarados públicamente.
A veces te escuchan con tan poca atención que, aunque están fijamente mirándote, en realidad solo están esperando que cierres la boca para poder hablar ellos. No te están escuchando: solo esperan su turno para imponer "su verdad", porque “saben” de antemano que lo que tú dirás no es lo que ellos creen que es verdad. Nadie puede saber la verdad más que ellos.
Esos son los sordos por disposición o voluntarios. Están ahí con la firme decisión de no aceptar nada que no encaje con lo que ya creen, o al menos con lo que quieren escuchar. Por eso se cierran, se comportan como sordos. Y, quizás lamentablemente, a partir de ahí, sin importar tu posición o funciones, evitarán escucharte, porque las últimas veces les mostraste verdades que no querían oír.
Los sordos por disposición suelen ser figuras que, con el paso del tiempo, han alcanzado posiciones sin verdaderos méritos. Están ahí por relaciones, circunstancias, astucia o incluso suerte, pero están convencidos de que han llegado por su capacidad y calidad de trabajo. “Saben” como nadie lo que se debe hacer, cómo se debe hacer y, por supuesto, quién debe hacerlo. Conocen sus entornos, conocen (o creen conocer) la capacidad de sus allegados y colaboradores. Pero, en la práctica, sus colaboradores son casi siempre los más fieles, no los más capaces. Y si bien es cierto que la fidelidad es muy importante, sin capacidad se convierte en una cualidad sin valor de uso: inoperante. Es muy buena, sí, pero como un jarrón chino: algo bello y costoso que no hay muchas cosas que se puedan usar.
En resumen, la sordera voluntaria es una colaboradora del ego, de la arrogancia, de la incomprensión y de la incapacidad. Es como un espacio reservado para quienes no saben pensar. Es amiga de los vagos, de los aduladores y de los inseguros.
En el campo de la política es donde más vemos este tipo de sordera. Allí, regularmente, se escucha a quienes “saben decir cosas bonitas”, aunque no sean buenas, y a los que no contradicen por miedo a ser removidos. Todo sea por estar bien con el jefe. Quienes rompen ese molde serán excomulgados.
Recuerdo un caso en el que preparé un trabajo para un cliente y su respuesta fue: “eso no se parece a mí”. En ese caso, lo único que se parece a ti es una foto tuya, y yo no soy fotógrafo. Fue mi respuesta. Tres meses después, lo derrotaron de una manera vergonzante.
Esto es como suele pasar con todos los sordos voluntarios. Un tiempo después te dicen: “me equivoqué”. Y lo que es peor, es que más adelante, volverán a equivocarse, por no escuchar.