Que el mismo día en que recordamos el 27 aniversario del fallecimiento de José Francisco Peña Gómez muriera en una pobre casucha de El Seibo Lordia Jean Pierre, porque al sentir los dolores de su último hijo también sintió miedo de ir a un hospital donde le dieran la asistencia médica indispensable, la que descartó por el terror a las ejecutorias de un Gobierno que se presume heredero de ese hombre que ahora, quienes nos sentimos tocados por su devoción, su entrega, su solidaridad para y con los desamparados, “los del montón salidos”, pero que hoy el temor de esa madre de cuatro nos revela huérfanos de su protección y desarmados para defenderlo ante los que siempre quisieron avasallarlo por su color, por su origen, por ser otro de aquellos a los que cantara el poeta Federico Bermúdez en su poema A los héroes sin nombre.
Lordia Jean Pierre murió en su casucha porque tenía miedo de hacerse madre de un quinto hijo en un hospital público donde sabía que había las condiciones y las técnicas mínimas —las que ella necesitaba—, aunque en muchos de esos centros públicos hay más carencias que disposición del personal a brindar asistencia y cuidados, que a ella se le reducían por ser haitiana —indocumentada, que sí importa—, condición que la condenaba a ser víctima de “un delito” que desborda cualquiera otro que pueda atentar contra la “seguridad nacional”, contra nuestra impoluta estirpe, contra nuestros “inmaculados ancestros hispanófilos”, desconocedores del menjurje racial que somos.
Una nota informativa de Diario Libre nos relata el trance que padeció esa joven mujer, que me resisto a configurar como “una más”, porque hay responsables de esa muerte, evitable si los prejuicios y la perversa y pretendida ganancia política fueran percibidos desde otra óptica: si primaran la honestidad para encarar el problema migratorio haitiano, la responsabilidad en asumir de manera firme las posibles soluciones, la perspectiva de visualizar cómo hacerlo, la valentía para proceder sin atropellar, el valor para asumirlos como humanos, el reconocimiento de que precisamos de la presencia de muchos de ellos. Todo lo cual se puede asumir desde la legalidad acompañada de la solidaridad.
El temor de Lordia Jean Pierre es más que justificado porque ella, sin saberlo, entendió que ir al hospital era desafiar a médicos y enfermeras ante el juramento de Hipócrates, y exponerse para que trogloditas insaciables de maldad, protegidos por la anuencia oficial que cuenta números, y estimulados por una turba frankensteiniana que nada entiende del dolor humano ni reconoce derechos, saciaran en ella y en su criatura toda esa perversidad que alimentan los prejuicios y el sentirse superior a ese otro que nos califica como ente social, que nos valoriza: el haitiano.
Son esos que desconocen que, en 2024, “la carga” haitiana en el país fue de 41,000 millones de pesos: en salud, 8,359 millones; en educación, 28,159 millones; y en transporte público y otros, casi 5,000 millones. Cifra que, en conjunto, es muy cercana al robo que del erario público hiciera un grupo de exfuncionarios encartados en uno de los expedientes judiciales que se discuten, pero muy por debajo del aporte que al producto interno bruto hicieron el año pasado los trabajadores haitianos, que alcanzó la suma de 301,541 millones de pesos. Lo que significa un superávit de 260,486 millones de pesos, según un estudio del economista Faustino Collado.
Del hijo de Lordia Jean Pierre quizás nunca sabremos su nombre porque, donde lo asentarían en algún papel, su madre temió ir y llevarlo: un hospital público. Después que el presidente Luis Abinader dispusiera deportar hacia Haití —en estos momentos que vive esa nación— a todas las parturientas que acudan a los centros de salud en busca de alivio y cuidados a su preñez. Situación que recuerda la que forzaron a vivir a María Marcelino, la recién parida mamá de José Francisco Peña Gómez, abandonado junto a su hermano Domingo por sus asustados padres que corrieron de la tiranía cuando implantó el criminal e inmoral “Corte”. Hermanos que encontraron la protección de familias a las que la solidaridad les sobraba, y que forjaron dos hombres que se convirtieron en ejemplos. Entre ellos, ese que hoy recordamos y reivindicamos, el mismo del que muchos ni quisieran saber, pese a que también lo “proclaman” como referente.
Alfonso Tejeda
Santo Domingo, 12 de mayo de 2025