Por Bernardo Hirán Sánchez Melo, Ph.D.
La tragedia en la discoteca Jet Set constituye el mayor impacto en la sociedad dominicana de las últimas cuatro décadas, al dejar un saldo de más de 224 muertos.
Más allá del duelo colectivo y la indignación pública, este evento nos obliga a mirar con lupa un tema cuyos orígenes de índole económico se traducen en dolor humano: la sobreexplotación del capital físico y su consecuencia directa en la sociedad. ¿Cuántos edificios, infraestructuras, equipos, transportes, instalaciones y maquinarias siguen operando en condiciones similares? ¿Hasta dónde puede “exprimirse” un activo antes de que colapse?
La pregunta puede parecer técnica y confusa. Tal vez la respuesta lo sea también. Sin embargo, intentaré explicarla de la manera más clara y precisa posible.
Veamos algunos aspectos económicos que pudieran explicar la extracciónm desmesurada del trabajo, el capital o la tierra:
El trabajo, reconocido por muchos economistas como el factor por excelencia en la creación de plusvalía, genera un mayor valor cuando los trabajadores cumplen jornadas laborales intensivas, pudiéndose incrementar la sobre explotación en la medida en que un trabajador deba cumplir horarios extras. Sin embargo, cuando se suma una hora adicional a su jornada de trabajo, el rendimiento debe decaer, esto por la reconocida ley de rendimientos decrecientes, pudiendo llegar hasta a un punto que si extendiera la jornada laboral más allá de su capacidad física y la necesaria reposición de sus energías, pudiera hasta llegar a fallecer, tal y como sucedió en los campos de concentración y lugares destinados a destierro laboral en donde las jornadas sobre pasaron las 14 horas de trabajo diario.
El otro conocido factor es la tierra. Se sabe que por la sobre explotación continua de los terrenos con vocación agrícola, se llega a la llamada “fatiga del suelo”, que es un fenómeno que se produce cuando la tierra es cultivada de manera seguida con un mismo cultivo
durante mucho tiempo. De modo que si no se restablecen los nutrientes de la misma, los cultivos sucesivos irán menguando en cuanto a su eficiencia, rendimiento y propiedades nutrientes de los productos cosechados. E inclusive, una tierra fértil puede perder sus
propiedades, como la fertilidad, la estructura y la capacidad de retener agua, debido a procesos de erosión, contaminación, sobreexplotación y degradación del suelo.
Y nos queda el factor capital, entendido como los recursos materiales consistentes en maquinarias, equipos, instalaciones, edificaciones, infraestructuras, inventario mismo, incluyendo el capital financiero.
Partiendo desde el origen mismo de concepción de una empresa se establece lo que se conoce como un “horizonte del proyecto”, es decir, el periodo de tiempo que va desde que se decide realizar la inversión hasta que el proyecto o empresa termina su operación y se liquida.
Se entiende que luego de ejecutada la inversión (en edificaciones, maquinarias, equipos, instalaciones, tecnología, etc.) la empresa inicia su fase operativa, y que a los fines de determinar un retorno de la inversión o, si se quiere, determinar el valor en tiempo
presente y su impacto o resultados económicos, lo más idóneo es establecer ese horizonte del proyecto, que puede ser de dos o tres años si se trata de un proyecto simple para la comercialización de productos, o en cambio, si se trata de una empresa consistente en el
montaje de una refinería de petróleo, o una hidroeléctrica, o sistema de transporte masivo, o inclusive, una edificación para eventos masivos, se requiere un horizonte de mayor amplitud, digamos 10, 15, 20 o 25 años.
Se sabe, que las inversiones en activos fijos se deprecian y que, en la teoría de proyectos, estos al final de su vida útil (en teoría) deben ser reemplazados. Por ejemplo, los vehículos se deprecian en un 20% anual, de modo que en un periodo de 5 años los vehículos debieran ser reemplazados, previéndose la nueva inversión de lugar al quinto año de haberse iniciado la operación de la empresa o el uso de este activo.
En el caso de una edificación (como la del Jet Set) se supone que con una depreciación (por ley) de un 5.0% anual, la infraestructura en cuestión cumpliría su vida útil a los 20 años, luego de finalizada su ejecución (su construcción), de modo que debió haberse restablecido el inmueble por haberse depreciado totalmente a finales de los años 90, más o menos.
Pero se sabe que tanto las maquinarias y los equipos, aun contablemente estén depreciados, su vida real puede alargarse por muchos años. Por ejemplo, un vehículo de buena marca puede durar más 20 años ofreciendo servicios en una empresa si se le da el
mantenimiento correcto. Igual las edificaciones pueden durar hasta siglos y ser utilizadas, luego de ser remozadas y en muchos casos fortalecidas estructuralmente para su explotación comercial por décadas y décadas.
Pero en el caso del Jet Set sucedió lo que no debió haber pasado. Al inmueble se le mantuvo la misma estructura y capacidad de carga tanto viva como muerta (en lenguaje ingenieril) por más de 50 años (es decir, el factor capital en infraestructura se mantuvo fijo), en tanto se le fue añadiendo un factor adicional de capital consistente en equipos de
acondicionadores de aire, sistemas eléctricos, tinacos de reservas de agua, instalaciones internas de luces, lámparas, etc. (que se convirtieron en carga viva).
Con el devenir de los años, si lo cierto es que el inmueble estaba depreciado para fines tributarios y por tanto no apto para incidir favorablemente en la exención impositiva que posibilita el gasto en depreciación, sí permitía ganancias espectaculares, pues los costos
operacionales, eran fundamentalmente costos variables (es decir, por actividad presentada), siendo los costos de mantenimiento de los equipos e instalaciones relativamente bajos, respecto a los ingresos totales.
Por otra parte, si bien el costo de oportunidad (costo económico) del terreno resultan bastante alto por el precio de metro cuadro en la zona, los ingresos económicos por explotación del inmueble como lugar de diversión de alta gama eran bastante suficientes para garantizar buenos dividendos a sus propietarios.
En resumen, el no haber repuesto el inmueble en los más de 50 años de vida de la edificación, y no haberse realizado una inversión consistente en una reconstrucción, o reposición, o habilitación, que en la inversión pública se define con mucha precisión como trabajos estructurales, favoreció altas tasas de ganancia del capital, por un lado, debido al rendimiento del activo fijo (ingresos totales/valor en libro de la edificación), y por otro lado, por el ahorro logrado al no tener que financiar las inversiones que se requerían, ya fuera con recursos propios o con préstamos.
Por último, póngase a pensar la cantidad de activos, inmuebles, automóviles, equipos de transporte, equipos industriales, instalaciones, carreteras, plantas industriales, que ya cumplieron su vida útil y requieren inversión de reposición, pero que se le sigue sacando el “juguito” hasta que como dice el pueblo llano y sencillo: se quede “el carro rodando en el aro”.
Bernardo Hirán Sánchez Melo, Ph.D.
es economista.