Por Federico Pinales
Para iniciar su nueva administración, el presidente Donald Trump empezó a aplicar su viejo patrón, firmando decenas de órdenes ejecutiva y ordenando una masiva deportación.
También amenazando a medio mundo, con nuevas sanciones y un festival de aranceles, hasta para la importación de pasteles.
Y declarando terroristas a los jefes de carteles.
Pero solamente a los carteles de las drogas, no a los carteles de los contrabandos de armas fabricadas en los Estados Unidos, con las cuales se nutren los criminales que hipócritamente intentan combatir.
Haciendo gala de su papel de super histrión y haciendo bultos con la ampliación de la masiva deportación, para chantajear a los países de la región, con el propósito de lograr una colectiva y pacífica sumisión.
Lo cual, en mi humilde opinión,no pasará de ser una simple ilusión.
Ya la pava no pone donde ponía, como en aquellos trágicos días, cuando la gente no sabía ni entendía, lo que por debajo se movía.
No se puede negar el poder de las armas y del dinero, Pero tampoco se puede ignorar el valor de un pueblo aguerrido e históricamente guerrero, sobre todo, cuando siente que se está humillando a un continente entero.
Amenazar a México, Canadá, Panamá y a un montón de países más, es una ofensa colectiva, que ojalá solo se haya hecho para desperdiciar salivas.
La paz no se alcanza amenazando, humillando ni chantajeando.
Mucho menos presionando con una pistola en la cien.
Supuestamente la guerra de Ucrania se iba a terminar “en 24 horas”, después de juramentado.
Ya hace más de una semana que fue instalado.
¿Y que ha pasado?
Muchos esperábamos que esa iba a ser la primera orden ejecutiva que iba a firmar el Presidente Donald Trump, tan pronto pusiera un pies en la Oficina Oval de la Casa Blanca.
Noooooo, pero en lugar de llamar a Vladimir Putin y hablar con él y negociar civilizadamente, le dio una orden, similar a que les dio a los países de su patio trasero, so pena de abstenerse a las consecuencias, como lo hizo con México, Canadá y Panamá.