Lito Santana
Si durante una discusión entre vecinos o vecinas no corre la sangre, eso no llama la atención, ni siquiera a un Juzgado Paz.
Cuando por imprudencia o descuido el conductor de un vehículo roza a otro y no hay heridos, graves o muertos, el tribunal de tránsito ni se entera y a lo mejor si los responsables del incidente no se arreglan eso apenas llega a un “dejemos eso así”.
Un descuidista le arrebata un celular a una ciudadana o ciudadana ni siquiera hace la denuncia, porque eso es perder el tiempo.
Un robo en el manejo de compras en gasolineras, tiendas, supermercados o una fritura en la esquina, son gajes del oficio.
Una bofetada entre esposos “son pleitos entre marido y mujer y nadie se puede meter”.
Los rigores de la justicia “solo llevan hasta las últimas consecuencias”, si la vecina le da una puñalada a la otra o si un conductor le entra a tiros al que le rozó su vehículo o si al arrebatar un celular, la víctima se revela y el agresor le arranca la vida.
Lo mismo ocurre con los casos vinculados a las diferencias entre parejas, que sólo en casos graves de agresiones sucesivas se llega a la coerción y si hay pérdida de vida se llega hasta las condenas.
Esta situación está empujando a nuestro país al predominio de una conducta preocupante en la que las soluciones a los pequeños conflictos se dejan en mano de los actores.
Está escrito en nuestras leyes, los estamentos con lo que estas agresiones deben corregirse por ínfimas que sean.
Hay que impedir que los conflictos menores se conviertan en rutinas, pues esos mismos desmanes son los que más tarde trascienden a daños irreparables.
No podemos seguir auspiciando un país donde sólo se persiguen y castigan los delitos o crímenes graves.