Por Federico Pinales
Los hombres de la tercera edad pueden, pero no deben enamorarse,
para no dar cabida a que de ellos alguien pueda burlarse.
Mientras están jóvenes, desde el anochecer hasta el amanecer,
dan gusto, pero no placer.
Después de los cincuenta,
cuando se inicia la segunda cuenta,
como la cantidad empieza a descender,
entonces cambian de proceder,
y empiezan a entender,
que hay algo más sublime que el gusto y se llama placer.
El cual para producirlo no es necesario correr,
ni en una larga jornada tener que amanecer,
porque con simples detalles se produce al granel,
logrando a todo el cuerpo estremecer,
enviándolo solito,
a cruzar las fronteras del infinito,
algo imposible de lograr por algunos jovencitos,
que intentan burlarse de los viejitos.
“Al que se enamora viejo,
lo allantan y lo cogen de pendejo”.
Ese es el clamor popular para humillar y acomplejar a los pasaditos de edad, que, apoyados en sus propios recursos, deciden dar riendas sueltas a sus sentimientos, compartiendo los últimos días de sus vidas con quienes les ofrezcan algún tipo de felicidad, aunque sea haciéndole compañía en los momentos que nadie, ni amigos ni familia, se acuerda de ellos. Solo de los bienes que dejarán cuando partan al otro mundo.
Si usted está dentro del grupo de la tercera edad, viva cada momento como el último de su vida. Comparta diversión y felicidad.
A nadie le haga daño ni le desee maldad.
Muéstrenles a sus compañeras las virtudes de la tercera edad, pero evite enamorarse como un adolescente,
para que luego no le saquen las uñas y le entierren los dientes,
cuando caiga en la categoría de paciente, de alguna despiadada, aprovechada e indolente, a quien solo le interesa alimentarse de sus fuentes, mientras te humilla y te maltrata aún delante de la gente.