Por Melton Pineda
En una ocasión inesperada, una familia que no conocía, pero que me escuchaba desde los programas de radio y televisión donde participaba y condenaba los hechos que consideraba repudiables, me contactó.
Esas personas me invitaron a visitar su residencia para revelarme acciones que supuestamente iban a desarrollar porque habían perdido un hijo en un accidente automovilístico, que involucraba a un joven hijo de un poderoso general, sin que hubiese consecuencia.
La cuestión era que el conductor que provocó la muerte participaba en una carrera, a altas horas de la noche, en un automóvil, de los ahora denominados “de alta gama”. El hecho ocurrió en la avenida 27 de Febrero casi esquina Privada, hoy avenida Antonio Guzmán Fernández.
Subí a un apartamento en la avenida Privada, cerca de la 27 de Febrero y luego de escuchar durante 10 minutos la narrativa sobre la forma en que habían dado muerte a su pariente y cómo pasaron los hechos, sentí arrepentimiento y miedo, y mi deseo era marcharme, pero no podía hacerlo.
No me podía ir, porque la distinguida dama se aferró a mi hombro, y entre sollozos, me llenó el saco y la camisa de lágrimas, contándome la escena del abuso que representaba el hecho de que quien mató a su hijo en un accidente de tránsito no estaba preso, solo porque era hijo de un general.
La dama seguía con los sollozos aferrada a mi hombro, y le confieso que llegué a tener las vibras del temor que sentía de la dama.
No sabía qué hacer, pero de una de las habitaciones salió un hermano de la dama y me decía: “Melton, ella está llorando, pero ya eso pasó, y él ya está muerto y el padre del joven que cometió el accidente le está dando 10 millones de pesos como compensación y ella no quiere cogerlos”.
Yo enmudecí y no sabía cómo salir de esa difícil escena. Escuchaba llantos y alegatos, sobre recibir o no el dinero, y mientras la dama lloraba, hablaba de hacer una huelga de hambre en la puerta de la casa del alto jefe militar, para que se le hiciera justicia por la muerte accidental de su hijo.
“Pero fue un accidente, alegaba el hermano, y hacemos más con los 10 millones de pesos y dejar todo así… qué vamos a hacer”, decía el hermano.
Me desgarraba el alma, porque la dama, me narraba entre llantos que eso era un abuso que no se podía quedar sin justicia.
La dama decidió ir a al aposento no sé a qué y aproveché para decir: “señores pasen buenas noches”.
No revelo los nombres, pero sí la escena, y al día siguiente en el programa El Gobierno de la Mañana denuncié el ofrecimiento de los 10 millones de pesos que se le hacía a esa familia para “dejar las cosas así tras la muerte de su pariente”.
Semanas después supe que el hermano convenció a la dama y esta recibió los 10 millones de pesos que le ofrecía el general y hasta ahora no he escuchado hablar del caso. Amen…
En eso tiempo era la mejor opción por meterme con un general en los ochenta y noventa era buscarme la muerte tanto de uno como de sus familiares por estaban demasiado apollado se creían dioses en la tierra pero gracia al señor que el pueblos a ido trillado sus camino a la democracia an que con algunos escollos pero más confiable