Por Antonio Isa Conde
La propuesta presentada por el gobierno al Congreso ha generado un rechazo generalizado y con razón, es un tollo monumental. Pretender arreglarlo mediante diálogo es inútil. La única solución es borrar la pizarra y comenzar desde cero.
Estoy convencido de que el país necesita de una reforma fiscal integral, que abarque tanto la dimensión del gasto como la del ingreso, fundamentada en una visión desarrollista que coloque al ser humano en el centro de las políticas públicas. Lo que he repetido hasta el cansancio.
Sin embargo, siempre he advertido que muchos, aunque hablen de lo mismo, están refiriéndose a una cosa distinta.
Defiendo un cambio estructural orientado al desarrollo, mientras los que otros proponen es una reforma fiscalista, enfocada en el ingreso, injusta, recesiva, que golpea a la clase media, a los sectores menos favorecidos y a la producción.
El diálogo en el Congreso no resolverá el desastre que ha generado la propuesta gubernamental.
Los parches o ajustes solo producirán medidas más dañinas e injustas.
Para avanzar, es necesario definir desde el principio si se opta por una reforma desarrollista o por una mera reestructuración tributaria. Solo entonces se podrán aplicar soluciones verdaderamente eficaces y sostenibles.
Por demás, la ciudadanía debe mantenerse alerta y vigilante, sobre todo, tomando en cuenta las grandes deficiencias de la mayoría de nuestros congresistas.
